Don Raúl Vera, obispo, no ha hecho sino obedecer a aquel a quien reconoce por guía
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Don Raúl Vera, obispo, no ha hecho sino obedecer a aquel a quien reconoce por guía
De alguna manera hay temas tabú que se evitan. Ahora que el obispo de Saltillo presentó su renuncia al cumplir 75 años, como lo establece el Derecho Canónico, me ha parecido importante hablar de él en esta columna. Lo hago como un deber en lo que toca a la reflexión y también porque siento que no puedo dejar de lado una obligación como saltillense. Todo mundo dice que la gente de Saltillo es cerrada, conservadora, despectiva; hay algo de cierto. Creo que se equivocan al generalizar, porque hay muchos generosos, abiertos, acogedores.
Iniciaré mencionando que la creación del “oficio” de obispo se le atribuye erróneamente a Jesús. Tal vez sea interesante demostrarlo. Él mencionó algo muy preciso cuando dijo a sus doce discípulos: “yo os envío”; hasta ahí. Déjeme decirle lo que aparece en dos de los Evangelios (y aquí le pido disculpe que me refiera a la lengua griega, porque en esa lengua está todo el Nuevo Testamento): en uno Cristo dice a sus doce amigos “yo os envío” (apo-stelo: hacia/los envío) de ahí salió la palabra apóstol. No es un título u oficio sino una orden. Un evangelista completa la frase: “os envío hacia los pueblos” (eis ta etnia) y el otro dice “eis ton kosmon” (hacia el mundo). Es todo. No hubo obispos, menos cardenales. Los obispos empezarían a existir hasta que se desarrolló una iglesia (una asamblea) numerosa. Ésta inició su vida abiertamente en el Concilio de Constantinopla. Es en el siglo cuarto que se crea algo que se denomina obispo (epi-scopeo: desde arriba observo) influida por el imperio romano (diócesis significa administración, en griego). Hay un bello ejemplo: San Agustín, siglo cuarto, estaba feliz en una cueva escribiendo sus tratados filosóficos y arrepintiéndose de sus pecados. Llegó la comunidad de Hipona, África del norte a su caverna y lo nombraron obispo. Él dijo que no aceptaba, pero los fieles le dijeron que los que mandaban eran ellos. San Agustín cedió, había sido electo democráticamente.
No voy a exaltar a don Raúl, creo que no le hace falta, pero sí afirmo que ha jugado un papel que nadie hubiese imaginado. Primero diré que fue uno de los tres obispos del mundo, entre tres mil, que creó una pastoral para los homosexuales (los otros dos: un español y un brasileño), así que se le adelantó al Papa por varios años. Luego vino el asunto de las prostitutas violadas por soldados. El obispo las defendió como si fueran sus hijas. El Ejército enloqueció, pero don Raúl se fajó. Recordó que Jesús dijo que de publicanos y prostitutas era el reino de Dios. ¿No le parece chingón? Se adelantaba así mismo a las feministas. Luego se puso a defender a los campesinos que rechazaban el basurero de residuos tóxicos que les implantaron en Noria de la Sabina. Incluso se arriesgó demasiado: rompió un candado de Conagua para medir el manto freático (menos de 20 metros). No olvidó a los presos y presas, aunque batalló mucho con los Moreira para que le permitieran atenderlos. Finalmente tengo que poner en un lugar muy alto su apoyo absoluto a la Casa del Migrante y a las Familias por Nuestros Desaparecidos.
Sí, don Raúl es un ser aparte. Y muchos no lo quieren, tendrán sus razones o sus intereses. Independientemente de las creencias de cada quien, el obispo es un ser admirable. Déjeme decirle, estimado lector, que entre quienes están sintiendo su partida hay no pocos cristianos de otras iglesias y aun agnósticos. Me he enterado que hay alrededor de 50 asociaciones civiles que han enviado cartas de admiración hacia el obispo de Saltillo, ¿de Saltillo?, ¿y cuántos saltillenses lo apoyan? No falta quien lo odie. Sus enemigos festinan. Hacen bien, no pueden soportar la dignidad. También hay sacerdotes que lo aborrecen; lo normal, preferirían el rosarito y el chocolatito.
Le sugiero que revise dos trocitos del Evangelio: Mateo 25, que afirma que el que no ha hecho algo por los pobres es digno del infierno. Otro pasaje dice que Cristo quiere edificar un “reino de justicia, de amor y de paz”. Fíjese bien: primero está la justicia que el amor o la paz. De la implantación de la justicia vendrá el amor y la paz. Don Raúl no ha hecho sino obedecer a aquel a quien reconoce por guía.