Don Juan y el toro

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Don Juan y el toro

Don Juan Sánchez Navarro fue un rico empresario, destacado dirigente de la llamada iniciativa privada. Sus raíces son de Coahuila: perteneció a la familia que tuvo aquí la hacienda que, según se ha dicho, fue la más grande hacienda que en el mundo ha sido.

Lo que yo no sabía es que este poderoso señor fue alguna vez cronista de toros. Con el seudónimo de Sorobell publicaba en España crónicas de las corridas mexicanas. Cuando vino Manolete a México no sólo reseñó sus actuaciones en el viejo Toreo de la Condesa: también hizo una especie de epístola taurina, escrita en forma de romance con versos octosílabos, dirigida a un amigo suyo de aquellos tiempos, el abogado Alfonso Noriega. Yo recuerdo a este licenciado: en la Facultad de Derecho de la UNAM se le apodaba “El Chato”, el Chato Noriega. Un día vino a dar una conferencia en la entonces Escuela de Leyes de la Universidad, y comí con él, naturalmente en “La Canasta”. Fue ahí donde me contó una anécdota acerca de su colega don Mario de la Cueva, tocayo suyo de apodo, pues también era llamado “El Chato”.

-Pero distinto Chato -precisó el licenciado Noriega-, pues:

Ser chato de la nariz

es cosa que nada prueba.

Lo que sí es grave desliz

es ser Chato de la Cueva.

En esa epístola taurina menciona Sánchez Navarro a Saltillo y -desde luego- a Armilla, por eso me parece interesante, y la transcribo aquí:

Señor Alfonso Noriega.

Presente-. Querido Chato:

Por las noticias de ayer

con gran gusto me he enterado

que preparan a Silverio

y a Armillita un banquetazo.

Desde luego yo me adhiero

a ese tan justo agasajo,

pues si admiro a Manolete

-torero de arriba a abajo-

también admiro, y mucho,

a Silverio el esforzado,

y al maestro don Fermín,

de sabiduría un tratado,

y si a Manolete dimos

embuchao y jamón serrano,

y bebimos manzanilla,

y nos bailamos un tango,

en tratándose de Armilla

y de Silverio, está claro

que comamos barbacoa,

chiles rellenos, tasajo,

y que todo lo rociemos

con un sabroso curado

de tuna, de mango, o bien

de piña, guayaba o apio,

y después, y como postre,

luego que hayamos cantado

“Adiós Mariquita linda”,

nos bailemos un huapango.

Esta adhesión te la envío

por conducto, caro Chato,

de Lumiére el columnista,

amigo muy estimado.

Y si le canté yo a Córdoba

en el banquete pasado,

cantaremos a Saltillo

y a Texcoco mano a mano.

Juntos todos brindaremos

con un tequila en la mano,

gritando: ¡Que viva siempre

el toreo mexicano!

Sabes que mucho te estima

a ti, Juan Sánchez Navarro.

 

Buena factura tiene este romance, y buen sabor taurino. Valía la pena conocerlo. Se nos ha prohibido en Coahuila ir a los toros, pero entiendo que todavía no se nos prohíbe hablar de toros.