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Dios trueno, mi padre
1
De ojos como el agua fértil agitada, así eran los ojos de mi padre.
2
Dios trueno, mi padre. De manos hermosas y voz armoniosa al cantar.
3
Mi padre le daba otra identidad al aguardiente, al sotol, al tequila o al mezcal. Recuerdo las botellas de cristal de formas diversas [ocultas en el armario de madera], donde maceraba manzanas, canela, hierbas de olor, clavo, anís y ciruelas; todo lo que cayera en sus manos para dar sabor a sus brebajes. Cuando él lo consideró, ya muy entrada en mi edad adulta, me compartió sus licores macerados. Así entiendo yo, me autorizó a hablar con él, de tú a tú.
4
Hay secretos vedados por horizontes temporales a causa de mi nacimiento. Mi padre fue un hombre más allá de la palabra padre. Abrió el desierto, lo caminó, lo trabajó, para abrirse -ahora él-, paso en el mundo que de cierto modo, derivó en mí.
5
Todos [como tú padre] nos volveremos arcilla en el vientre de la esplendente muerte. Tuve tiempo de rectificar. En los últimos años, me fui a su cama buscando aquel abrazo. Allí me quedaba dormida a veces mirando su camisa de rayas, a veces sintiendo su mano derecha que rascaba mi espalda.
6
La mano de mi padre va unida a la mano de su padre. Esa es la fotografía. En ella, ambos avanzan entre las calles de Monclova. Mi padre, en su cuerpo de infante, mira a la cámara en el justo momento de la captura de la imagen. Yo alucino que me mira.
7
Su voz. Su largo cuerpo. Su exoesqueleto de ruedas aceradas que a los costados de una silla, lo cargaban. Él decía que era el rey.
8
Mi padre escucha el canto de las aves. Guarda sus sonidos en una antigua grabadora de casetes. Así, atento al mundo, lo recuerdo.