Diatriba contra un hombre sentado

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Diatriba contra un hombre sentado

Hace un par de semanas, un análisis en este mismo espacio al registro de las marchas del 8 y 9 de marzo por parte de dos fotógrafas locales despertó una serie de reacciones a las que me gustaría responder y puntualizar

Parte de la molestia, incluso del tardío deslinde de una de las autoras citadas, fue específicamente en relación a este párrafo: “El oficio y sensibilidad de estas autoras se contrapone a las visiones facilistas, protagónicas, torpes y básicamente coyunturales que muchas veces inundan las propuestas en el arte que se reviste de un pretendido discurso feminista”. Este juicio fue tachado de “misógino” por parte de algunas opiniones en redes sociales.
Dijo alguien: “este señor quiere darse a notar y estar en el centro de todo”. Respondo: lo que está en el centro es la obra. Es decir, toda obra con pretensiones artísticas que se exprese dentro de espacios públicos, abierta a la sociedad toda (¿Desde cuándo la obra artística hecha por mujeres sólo puede ser admirada e interpelada solamente su mismo género?) es susceptible de ser sujeto de juicio e interacción. ¿Desde cuándo el “arte” hecho por tal o cual género –remember el affaire Zapata- es intocable, sagrado, incuestionable?. No les parece que en el momento en que se plantea un trato especial y acrítico hacia la obra hecha por autoras, se está cayendo en una suerte de auto subestima? Dijo otra: “lástima que se quiera colgar de tu trabajo y de la bandera feminista” Preciso: nadie se cuelga de ninguna bandera. Al menos yo no. Insisto; la obra es la que debería estar en el centro. El diálogo es lo periférico y lo que más importa en este juicio es su calidad técnica y discursiva. No sus apodos o buenas intenciones. ¿Puede pretenderse reivindicar a la mujer a partir de arte discursivo o técnicamente deficiente? No.
Lo curioso es quienes se quejaban no había leído siquiera la nota, aludían a un celo por el talento ajeno (¡Lean los textos completos!) o que el criterio de un servidor era sesgado. La diatriba se agotó en la descalificación personal, con recursos tan pueriles como poner el nombre del interlocutor en diminutivo o incompleto, “¿quién se cree?”; o una curadora que se dio por aludida, revelando su esencia con supremo candor: “necesitamos desacreditar comentarios predeciblemente amargos y misóginos”. Traducción: tratándose de nuestros proyectos, no hay espacio posible para la crítica. Y si nos criticas: ergo, eres misógino. Si nos criticas: te vamos a desacreditar.

La crítica como diálogo
Yo tengo una teoría que ya he adelantado por aquí.
Parte de lo que se hace llamar “la comunidad artística” de nuestra ciudad no sólo es profundamente arribista y condescendiente, sino que es pavorosamente refractaria a la crítica. Acostumbrada al apapacho de una prensa cultural muchas veces desinformada y tibia, construido su quehacer en base a contactos y relaciones, nada le aterra más que alguien venga y señale lo que evidentemente está mal. El rey va desnudo: muchas curadurías son guangas. Pulula el interés político, las relaciones y el dinero. Desde hace por lo menos tres décadas, recurrentemente aparecen las colectivas de señoras bien que pintan mal. Y ahora, la nueva plaga: l@s artistas emergentes cuya carrera se amparó en ser perritos falderos del poder en turno. No hacen arte de calidad. No leen. No piensan. Y no quieren verse cuestionados. De ahí sus violentas respuestas, centrada sólo en el ataque y la descalificación más infantil: nunca esgrimiendo una  idea o un argumento de peso. ¿De qué les sirven sus cacareadas becas, los presuntos posgrados, los subsidiados viajes, las aparentes lecturas, si por dizque $ororidad van a avalar cualquier mugrero?

 

Falso debate
Una de las respuestas más escandalosas - más reveladora- fue ésta: “que se guarde sus comentarios. Si tocan a una, respondemos todas.” Señora: yo no puedo “guardarme mis comentarios”. El estudio y la crítica de la imagen, así como la literatura –su enseñanza y su ejercicio- es mi campo de trabajo desde hace más de veinte años. Aunque quisiera, no podría. Es preocupante que alguien con su perfil profesional llame a la censura de opiniones distintas a la suya y a la polarización, a partir de la construcción de un falso debate: querer rebajar una crítica sustentada a una polémica de género. Insisto: el arte es de todos y para todos. No hay arte intocable ni infalible. Afirma que en caso de un “ataque” a una de ustedes, responderían todas. Es curiosa su respuesta ante un texto que se pretendió como un elogio a la obra de dos grandes fotógrafas. Es curioso también que la virulencia vertida contra un servidor no se haya manifestado antes con la misma fuerza ante situaciones que sí lo ameritaban: yo no la recuerdo protestando públicamente, ni a usted ni a las demás, cuando se ventilaron casos como el intento de violación en el Seminario Amparán, ni ante el silencio cómplice y la minimización de Herbert y compañía. ¿Cuál es su posición personal ante el grave hecho de que hace apenas todavía unos meses artistas de ambos sexos tuvieran que prostituirse para conseguir estancias, espacios, becas o exposiciones? Yo no supe ni de su solidaridad ni de su indignación. Tampoco de parte de la gran mayoría de los creadores, ni los autollamados “gestores” (esos nuevos ninis de la cultura). En conclusión, casi todos se han beneficiado de la simulación, la complicidad y el silencio. Se trata de una comunidad artística pusilánime, pasalona e hipócrita. Su rechazo a la crítica, queriéndola disfrazar de polémica de género, es un recurso pueril: un falso debate. Viva la crítica. Yo no voy a callarme.

 

alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7