Devoción por su ‘Profe’

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Devoción por su ‘Profe’

Foto: Vanguardia/Marco Medina

Jamás pensé que alguien fuera capaz de tener devoción tan grande por un político, hasta el grado de llegar a considerarlo héroe, santo, saurino o incluso ángel.

Aunque decir devoción es poca cosa, diría yo mejor adoración, más que veneración.

No lo creía, y mire que he visto cosas en la vida.

Cuando supe que en los barrios más priístas de Saltillo las lideresas tenían altares dedicados a Humberto Moreira, me quise ir de espalda.

Era su fotografía, la de Humberto, al lado de las imágenes de santos canonizados por la Iglesia Católica, figuras de la Virgen, en sus distintas advocaciones, y cristos crucificados.

Altares gigantes con flores y veladoras, erigidos en las salas de las casas o repisas empotradas en la pared e igualmente adornadas.

“¡Ay chiquito!”, rezaban fervorosas aquellas mujeres, las lideresa de Moreira, tomaban las fotos con suma delicadeza, las besaban y casi se persignaban.

Escenas éstas, pienso, dignas de un estudio sociológico —antropológico, o como se diga— del fenómeno Moreira, expandido entonces hacia todas las latitudes del estado.

Y hablaban de él sus lideresas como del redentor, como el salvador de las masas, de las multitudes oceánicas que se reunían en torno suyo cuando visitaba una colonia, un barrio proletario, donde era recibido con música colombiana, tamales o gorditas.

Era una fiesta pagana al santo no canonizado de los pobres y de los oprimidos, al “Robin Hood” en su versión saltillense, pero del mismo arquetipo.

Menudas anécdotas contaban las lideresas de “El Profe” que lo hacían semejarse en todo a eso, un ángel, un santo, un héroe, que repartía saludos de mano, abrazos, palmadas en la espalda, besos y dinero a raudales.

Me dijo una lideresa: “robó, pero repartió”, signo distintivo de los políticos priístas, porque los del PAN —me dijeron por ahí—, roban, pero nomás para ellos.

Decían de “El Profe” que tenía la manía de caer de sorpresa, de improviso, sin previo aviso, en casa de sus incondicionales lideresas para desayunar.

Que platicaba largo con ellas de sus alegrías y sus pesares y luego se retiraba como si tal cosa.
Que nunca olvidaba una cara ni una atención de alguien y sabía de memoria las fechas de cumpleaños de sus allegadas lideresas, desde la más pesada hasta la de más baja estofa.

Extraño caso el de este Moreira. Otra historia infausta, tristemente célebre del México de hoy, pero harto interesante para un estudio profundo sobre política y masas. Amén.