Devoción mayor de Saltillo

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Devoción mayor de Saltillo

La cercana fecha del 6 de agosto lleva a abordar el aspecto histórico de la venerada imagen de nuestro Santo Cristo de la Capilla y de su precioso templo edificado junto a la Catedral de Santiago con la que forma un conjunto indisoluble y armonioso, no obstante la diversidad de sus estilos.

Entre los primeros pobladores de Saltillo destacó Santos (o Santo) Rojo. Era probablemente de origen portugués y había radicado antes en el Real de Minas de Mazapil, en Zacatecas. Allá contrajo matrimonio con Beatriz de las Ruelas y seguramente la familia forjó su devoción a Cristo en la imagen de Nuestro Padre Jesús venerado en el Mazapil. Santos Rojo se dedicaba a la agricultura y al comercio, y en 1608, en uno de sus viajes a Jalapa trajo la imagen del Santo Cristo, llamada después de la Capilla.

Ese mismo año solicitó permiso para construir al lado norte de la iglesia parroquial una capilla para el Cristo crucificado y con la intención de que en el futuro sirviera de capilla funeraria para su familia. La muerte le sorprendió en 1610 y el permiso lo recibió su viuda en 1614. Ella terminó de construir la capilla y la dedicó a las Ánimas. Fue la primera residencia del Santo Cristo de Santos Rojo, y de ahí viene el apelativo “de la Capilla” por el que conocemos a nuestro Santo Cristo.

Más de un siglo después, en 1728, los descendientes de Santos Rojo y Beatriz de las Ruelas derrumbaron la capilla de las Ánimas y empezaron a edificar la que hoy conocemos como Capilla del Santo Cristo. La tataranieta de Santos Rojo, Josefa Báez Treviño, tardó 44 años en levantarla, con su fortuna y las aportaciones de los vecinos de Saltillo, que siempre han encontrado la forma de manifestar su fe y su agradecimiento por las bendiciones y milagros recibidos del Santo Cristo, y la plata extraída los sábados de la mina La Iguana, en Boca de Leones, en el Nuevo Reino de León.

Vito Alessio Robles llama a doña Josefa “la gran devota del Santo Cristo”. El historiador de Coahuila encuentra la explicación a la sonoridad extraordinaria y bella de las seis campanas de su hermosa torre mudéjar y la narra en su libro “Saltillo en la Historia y en la Leyenda”. Su fundición, dice, tuvo lugar en el propio atrio de la iglesia, y cuando la aleación de cobre, estaño y plomo estaba ya lista para verterse en los moldes, todos los vecinos de Saltillo y los de San Esteban de la Nueva Tlaxcala empezaron a desfilar, arrojando con devoción a la mezcla hirviente sus anillos y sortijas de oro y plata. Entonces apareció doña Josefa Báez Treviño seguida de cuatro sirvientes cargando barras de oro y plata que fueron arrojadas a los calderos.

Muchos años se creyó que la imagen era de las que mandaba a fabricar la Corona para promover su devoción en la América española. La afortunada intervención en 2003 de un especialista restaurador de obras de arte, el maestro René Rangel Torres, para reparar daños en su estructura y su acabado, provocados por las maniobras de la imagen, las condiciones ambientales y su propia antigüedad a punto de cumplir los cuatro siglos, vino a confirmar que el material de su manufactura es pasta de maíz, una técnica prehispánica que sólo era trabajada en México. La restauración de la santa imagen fue una labor conjunta principalmente del padre Humberto González, entonces párroco de la Catedral; el ya desaparecido patronato “Amigos del Patrimonio Cultural de Saltillo, A.C.”, encabezado por Donato Gutiérrez Murguía y la asesoría del pintor saltillense Marco Gómez Saucedo y del entonces delegado del INAH en Coahuila, Francisco Martínez Pérez.

Quedan muchas cosas por decir, entre ellas, que desde el punto de vista histórico el culto al Santo Cristo de la Capilla y su festividad son parte fundamental de la devoción católica saltillense, y que el valor patrimonial de la santa imagen aporta a la historia de Saltillo su valía religiosa, estética y cultural.