Despido de director FBI, Trump le echó gasolina al fuego

Usted está aquí

Despido de director FBI, Trump le echó gasolina al fuego

Con el despido de James Comey, ex director del FBI, el presidente Trump pretendió cerrar un tema que le resulta incómodo: la investigación del FBI sobre la injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales, a través de miembros de su campaña, pero lo que logró fue reavivar el tema y despertar múltiples interrogantes que siguen abiertas. En primer lugar, porque no es habitual que el presidente despida al jefe del FBI cuyo nombramiento se hace por 10 años. Tampoco parecían suficientes ni lógicos los motivos del despido aludidos por Trump en un primer momento a través del comunicado firmado y enviado a las oficinas del FBI. Vendría luego una andanada de contradicciones.

La decisión fue tomada con urgencia e impreparación política, como lo muestra el hecho de que el staff de la Casa Blanca no estaba suficientemente preparado para manejar el tema, o incluso se enteró posteriormente al hecho. 

El vocero Sean Spicer se enredó en explicaciones sin lógica durante la conferencia de prensa, dejando más interrogantes que respuestas y dando alas a las sospechas de lo que parecían evidencias. El comunicado contribuyó con lo suyo.

Luego vino el desastre, porque por lo menos en los siguientes días y hasta este viernes por la tarde, hubo otras cuatro explicaciones oficiales del despido por parte del staff presidencial y del presidente mismo, que al final dejó de sostener la versión inicial de que había tomado la decisión por un recomendación del Departamento de Justicia encabezado por Jeff Sessions. Luego dijo que había sido su propia decisión, pensada y repensada. Otras dos versiones titubeantes circularon y finalmente, en un entrevista para NBC News y frente a las cámaras, dijo “Cuando yo lo decido, lo hago... me dije a mi mismo, tu sabes, esta cosa de Rusia, con Trump y Rusia, es una historia armada, es una excusa para los demócratas por haber pedido la elección que deberían haber ganado”.

El asunto no es menor ni para Trump ni para Estados Unidos ni para la democracia. Basta ver las reacciones que hubo en la prensa estadounidense y del mundo entero.

The New Yorker recordó el poder del FBI: “cuatro mil personas trabajan para la oficina del ejecutivo del Presidente. Treinta y cinco mil para el FBI…”. Comey se fue, pero con esa frase inicial recuerda el poder del FBI. El clamor general ahora más que nunca es que continúe la investigación, se llegue a fondo, que se organice una comisión independiente, que asuman su papel los legisladores de las dos Cámaras. Y es que, en el fondo, esto es mucho más serio que Watergate, porque se trata de una investigación de la injerencia de una potencia extranjera, nada menos que de Rusia, con Putin a la cabeza, que actúa con las mismas políticas de Trump ya sea en el caso del Brexit o de las elecciones en Francia en apoyo a Marine Le Pen.

Trump puso dos cerezas en el pastel. La primera fue que, al día siguiente del despido de Comey, recibió en la Oficina Oval de la Casa Blanca a Sergei Lavrov, ministro del Exterior de Rusia y al embajador de ese país, al que se implica en el affaire de injerencia en el proceso electoral. La prensa de EU se enteró por imágenes tomadas por un fotógrafo ruso y que dieron la vuelta al mundo. El viernes, de madrugada, Trump tuiteó una amenaza al ex director del FBI: “Será mejor para Comey que no haya grabaciones de nuestras conversaciones que empiece a filtrar a la prensa”.

Trump quiso apagar el incendio y le echó gasolina al fuego. Se le olvida que es esclavo de sus palabras y que Comey tiene el poder de haber encabezado al FBI y la investigación, y aunque no hable, será una sombra presente. Esto apenas empieza y es ya una historia llena de contradicciones, tropiezos, mentiras y confusiones, falta de coordinación en el equipo del presidente Donald Trump e impericia política, pero es una historia que tendrá que llegar a un final porque así lo merece la democracia en Estados Unidos. Y en los próximos días viaja Trump a Rusia a encontrarse con Putin.

Pobre México, tener que lidiar con un presidente de Estados Unidos falto de política, imprevisible y que considera a su vecino como un enemigo. Cuando quiere desviar la atención recurre al chivo expiatorio. ¡Es advertencia, ahí viene! Lo ha hecho siempre.