Desde la cúspide, inquebrantable voluntad

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Desde la cúspide, inquebrantable voluntad

ESMIRNA BARRERA
Podríamos aprender a descubrir oportunidades en los problemas, así como los alpinistas descubren nuevas rutas

Abraham Lincoln es considerado por historiadores y por la opinión pública como uno de los mejores presidentes de los Estados Unidos de América. Fue el decimosexto presidente de ese país y el primero del partido Republicano.

Quizá muchos sepan que este personaje fue quien introdujo las medidas que coronaron la abolición de la esclavitud de ese país; además, evitó la desintegración de Estados Unidos; pero, tal vez, pocas personas conocen de sus derrotas, de esas de las cuales el mismo dijo: “infinidad de veces he caído de rodillas ante la abrumadora convicción de que no se abría ante mí camino alguno. Mi propia sabiduría, y la de todos los demás, me parecía insuficiente para ese día”.

Efectivamente, este hombre nacido en la pobreza, supo superar increíbles obstáculos y caídas, por ejemplo: en 1832, perdió las elecciones para la Legislatura. En 1834 fracasó por segunda ocasión en los negocios. En 1835, murió su novia, luego tuvo una crisis nerviosa que casi lo lleva al suicidio. En 1838, volvió a perder otra elección. Entre 1843 y 1846 fue derrotado en varias ocasiones al intentar ocupar una silla en el Congreso. También perdió las elecciones para la vicepresidencia y varias elecciones para una posición en el Senado. Finalmente, en 1860, fue electo presidente: había conquistado su montaña, la cima de la vida política del país. Lo pudo porque se basó en una inquebrantable voluntad y su mirada siempre la posó en la cúspide de una altísima montaña.

LA MONTAÑA

En relación a este tema, recuerdo haber visto una película en la cual cinco alpinistas deciden conquistar la cúspide de una montaña. Desgraciadamente, en su intento, quedaron atrapados en una tormenta de nieve que intempestivamente surgió, tornando la visibilidad imposible, lo que provocó que empezaran a caminar en círculos hasta que el cansancio secuestró el ánimo de ellos, excepto el de un alpinista.

Este valeroso hombre intentó alentar a los demás a continuar caminando, pero ellos, exhaustos, prefirieron descansar hasta que el inclemente frío los indujo a dormir. En todo momento el alpinista que continuaba luchando les gritaba: “¡adelante! ¡No se duerman! ¡Dormir en el frío es morir! Pero de nada sirvió, los cuatro cayeron en un profundo sueño del cual

jamás despertaron.

El alpinista al saber que ya no podía hacer nada por sus compañeros se armó de energía para permanecer en marcha. Llevaba apenas unos metros recorridos, cuando, como un milagro, la tormenta súbitamente aminoró, la oscuridad cedió y entonces se percató que, a unos cuantos pasos, se encontraba el campamento que previamente habían construido.

Efectivamente, si los compañeros hubieran aguantado unos minutos más, ellos también hubieran sobrevivido pues en el campamento había víveres, auxilio y cobijo.

ESPECIAL

HACIA LA CUMBRE

Las altas montañas siempre han ejercido una mágica atracción en la mayoría de las personas. En lo personal apreciar la majestuosidad y la perenne inmovilidad de una montaña, que casi toca el cielo, me llena de vida, su belleza inspira a seguir adelante, genera esperanza y me recuerda la capacidad que tenemos para concretar nuestros sueños e ideales. El contemplarlas también me hacer comprender que cada persona tenemos una personalísima montaña que nos llama a escalar, ascender y conquistar.

Si se mira detenidamente a una gigantesca montaña se podrá apreciar que existen innumerables caminos para llegar a su cima. Hay sendas escarpadas que directamente apuntan hacia arriba, que tienen prisa por arribar; otras que se dibujan lentas, que rodeando llegan también a lo alto; otras que son una locura pues se observan caprichosas para luego llegar a un desfiladero en donde terminan abruptamente. También existen rutas que desembocan en remansos, espacios verdes, superficies planas, que bien podrían servir a los escaladores de descanso para luego emprender la marcha hacia las alturas.

Muchos caminos se podrán percibir imposibles: maleza, espinas, piedras, troncos y ramas cierran toda posibilidad de transitarlos. Hay otros trayectos que son peligrosos: trepan para luego precipitadamente bajar en terribles pendientes. Desde luego, también existen estrechas avenidas que suben y luego caen, y así sucesivamente, hasta que finalmente terminan llegando a la cima.

CONTINUAR

También, cuando uno mira las montañas desde abajo, a prudente distancia, se antoja fácil subirlas, pero la realidad es muy distinta: solo basta dar el primer paso por una senda que apunte hacia arriba para percatarse de la necesidad de contar con excelente condición física, conocimientos, destreza y, sobre todo, una voluntad a prueba de caídas y cansancio; de agallas para luchar contra el desánimo que surge cuando se camina hacia lo alto y no se observa la cumbre, o si se alcanza a mirar, se comprende que aún falta mucho por recorrer.

PARA LLEGAR

Insisto, cada persona tiene su propia montaña por escalar. Llegar a la cima no solamente es cuestión de altura o de las dificultades propias del camino o de las condiciones climáticas, sino del caminante, de su preparación física, mental y sobre todo espiritual, de la esperanza y el ansia constante por arribar.

CIEGOS

Martín Descalzo no está de acuerdo en que la gran enfermedad de las personas sea la falta de fe o la crisis moral que atraviesa el mundo, sino más bien piensa que lo agonizante es la esperanza, las ganas de vivir y luchar, el redescubrimiento de las infinitas zonas luminosas que existen en las personas y las cosas que los rodean.

Comenta: “el gran triunfo del mal consiste no tanto en habernos vueltos ciegos sino en habernos puesto a todos unas gafas negras para que termináramos de creer que el mundo es mal y que sólo en el mal puede revolcarse”, y creo que tiene razón, los humanos en ocasiones andamos a ciegas, pareciera que solamente tenemos la capacidad para ver lo negro, ignorando la inmensa gama de colores hermosos y luminosos que nos rodean.

La existencia no siempre es agradable, en ella hay zonas grises y oscuras, pero podríamos aprender a descubrir oportunidades en los problemas, así como los alpinistas descubren nuevas rutas.

DENTRO DE TI

Si acaso las circunstancias abruman o los fracasos arriban intempestivamente, si la senda se ha extraviado, entonces sería útil seguir el consejo de Amado Nervo: “Busca dentro de ti la solución de todos los problemas, hasta de aquellos que creas más exteriores y materiales. Dentro de ti está siempre el secreto: dentro de ti están todos los secretos. Aun para abrirte camino en la selva virgen, aun para levantar un muro, aun para tender un puente, has de buscar antes, en ti, el secreto.

Dentro de ti hay tendidos ya todos los puentes. Están cortadas dentro de ti las malezas y lianas que cierran los caminos. Todas las arquitecturas están ya levantadas dentro de ti.

Pregunta al arquitecto escondido: él te dará sus fórmulas. Antes de ir a buscar el hacha de más filo, la piqueta más dura, la pala más resistente, entra en tu interior y pregunta...

Y sabrás lo esencial de todos los problemas y se te enseñará la mejor de todas las fórmulas, y se te dará la más sólida de todas las herramientas.

Y acertarás constantemente, pues dentro de ti llevas la luz misteriosa de todos los secretos”.

HAY QUE…

El poeta Muños-Quiros cantó: “Seas bienvenido, andarín de los desiertos de piedra, porque te ha sido propicio el camino, y en el deseo de sobrellevar los esfuerzos del empeño, llegas, asumes la indomable pasión de coronar la dificultad vencida. Ejemplo eres, porque como la vida, la montaña es una soledad que se aprende despacio…”.

Entonces, necesario es subir la montaña de la existencia, enfrentando gustosamente sus subidas y bajadas, asumiendo las desventuras que todo viaje ofrece, sin caer en la tentación de la angustia o la amargura; sería conveniente aceptar el reto de dar un paso más a pesar del dolor o la desilusión, estando convencidos que, aun cuando nuestros pies se atasquen en el lodo, siempre tendremos la oportunidad de mirar para arriba, de contemplar las estrellas, de admirar esas alturas, esas cumbres que han sido creadas para ser conquistadas. Tal como Lincoln lo hizo con la suya. 

Para mirar desde la cúspide de nuestra propia montaña hagámosle caso a León Felipe: “No tengas miedo a nada y un día la luz será tuya”.