Desde acá…

Usted está aquí

Desde acá…

¡Desde acá puedo ver tanto! No estoy segura si alguien me ve a mí. He intentado de todo; aquellos dos siempre salen temprano por la mañana, apenas dan dos pasos y yo comienzo a hablarles primero despacio para no asustar, a veces me desespero y echo un grito desde mis entrañas pero es imposible, intentaré más tarde. Ya es martes y sin falta la señora de falda larga y su pequeño hijo trae cargando sus bolsas blancas, parece comida, ellos en ocasiones me saludan y yo también, espero hasta el siguiente martes para verlos desde acá y sonreír. Los fines de semana hay desfiles en donde  pasa muchísima gente frente a mi casa, yo tomo asiento en primera fila y pacientemente observo a cada uno.

Día con día me he prometido recorrer cada esquina de este mi hogar, debo mantenerlo limpio en caso de que alguien me visite. Realmente no sé cómo llegué aquí, el espacio es sólo para mí, he contado cada ladrillo de donde salen algunas plantas aferradas a seguir viviendo, ellas me acompañan. Además hay pájaros que observo en el cielo, me han contado increíbles historias de los árboles que visitan, lo que comen y cómo es que tienen esa asombrosa capacidad de equilibrio. Sueño que vuelo como ellos, sueño con levantar alas que de pronto me salen de la espalda. No sé a dónde iría, ¿existirán más lugares? Podría preguntar, y es que no sé si el miedo me paralice y como una tonta regrese a este lugar. Al final dicen que volvemos a lo que conocemos, a lo que nos parece familiar, pero ¡ay cómo me encantaría conocer más lugares, más personas, más seres como yo!

Ayer descubrí que algo me seguía a ciertas horas, y es que el sol en ocasiones acá arriba es casi imposible, yo ya reconozco sus rayos y sé que por la mañana tengo que mantenerme en la esquina de atrás, ya que empieza a bajar aquel círculo amarillo debo comenzar a aprovecharlo y tomar todo su calor para pasar la noche tranquila. Aún no comienza el frío, esas épocas sí que son difíciles y si llueve no hay más que pegarse a la pared e ir a la par de la brisa.

FOTO: CORTESÍA / Hace algunos meses Camelia fue adoptada por una familia extraordinaria y convive con una hermanita de su tamaño.

Los lunes son aburridos, todos parecen tener prisa y no entiendo a dónde caminan sin rumbo. Debo admitir que aquel lunes por la tarde fue diferente, dos personas se han empeñado en llegar acá arriba, no sé qué es lo que quieran, parecen sonreírme y  yo hago lo mismo aunque me siento nerviosa. Han puesto una enorme escalera para llegar acá.

Querido lector, la historia de Camelia es la de muchos perros en México que viven en condiciones extremas. A ella, una perrita determinada a vivir en un techo sin ningún tipo de protección ni comida, se le rescató y rehabilitó. Era imposible determinar su estado físico pues el largo de su pelo nos impedía saber incluso su tamaño. Se le dificultaba caminar y ver,  y a pesar de ser una perrita de corta edad no tenía un solo diente debido a su desnutrición. Las posibilidades que tenía de comer eran mínimas y dependía de lo que le arrojaran. Pasó días en el sol extremo, lluvias, viento y mucho frío.

Hace algunos meses Camelia fue adoptada por una familia extraordinaria y convive con una hermanita de su tamaño. A pesar de sus años olvidados y condenados a un espacio mínimo sin ningún tipo de cuidado, Camelia es la perrita más simpática y amorosa, disfruta de su desayuno por las mañanas y los paseos al parque.

Hoy ya sabe a dónde van aquellos pájaros libres y no les envidia nada. #JuntosDejamoHuella