Descenso a los infiernos

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Descenso a los infiernos

El mal periodismo no es un delito”, sentenció con prudencia Sergio Sarmiento en “Reforma” hace unos días frente a la telenovela, que con Kate del Castillo y Sean Penn como protagonistas, llevó a la captura en tiempo real del “Chapo” Guzmán. Pero me parece que el asunto va más lejos. Al parecer hay dos campos: uno dice que el par de actores tuvo la osadía y la suerte de la que otros periodistas carecieron. Siendo así, son condenados por la envidia del gremio. La otra cuestiona la moralidad de un par de comediantes que prefirieron fraguar un negocio a proporcionar información a sus respectivos gobiernos sobre la guarida de un criminal de dimensiones colosales.

A diferencia de los buenos ciudadanos y policías que cumplieron con su deber cívico ese 8 de enero —aplaudidos por Luis González de Alba en Milenio— permitiendo la captura del narcotraficante que había logrado escapar, una vez más, de sus perseguidores, Del Castillo y Penn pusieron por encima su derecho a la fama a sus elementales obligaciones ciudadanas. La democracia les da esa opción siempre y cuando se les considere periodistas, que no lo son, aunque la definición de ese oficio sea en extremo difícil. ¿Es periodista quien graba con su teléfono un crimen? ¿Está legalmente obligado a denunciarlo o puede seguir en solitario su investigación para convertirla en novela, en película o para hacer justicia de propia mano?

Todos sabemos que ni Del Castillo ni Penn son periodistas. Ella, en cuyo inaudito, por desierto, cerebro no quisiera perderme, se posesionó de su papel como “Reina del Sur”, proveniente de una mala novela de uno de los peores escritores de la lengua, Arturo Pérez–Reverte y se dejó querer por “El Chapo”, viendo en él una mina de oro pues no la creo enamorada, a la que ahora se nos quiere presentar como nueva virgen vestal de la nacionalidad y campeona de los derechos humanos, de un malhechor a salto de mata, impotente y canoso, el mexicano feo por antonomasia. Penn es uno más de los gringos, extraviados y babosos, que combaten su aburrimiento haciendo documentales con los exóticos tiranos del Tercer Mundo o retratándose con criminales legendarios. Por si las moscas, Penn ya hizo su palinodia no vaya a ser que la larga mano de la justicia estadounidense lo alcance por sus malas compañías. El resto es conocido y tan asombroso que, paradoja, ya no asombra: ahíto de celebridad, “El Chapo” regresó al remodelado penal de dizque alta seguridad del que se escapó en julio y acaso termine enterrado en vida en Estados Unidos, por querer, como lo deseó Pancho Villa, protagonizar la propia historia de su vida.

La democracia, a la cual le escupimos en la cara cada mañana, permitió que el escritor Gore Vidal justificase a Timothy McVeigh, el asesino de Oklahoma que hizo volar por los cielos a 168 compatriotas suyos, empleados federales, en 1995. La democracia permitió que Julio Scherer García haya descendido a los infiernos y por lo menos en lo que a mí respecta haya dejado empeñado su “don” en la guarida del “Mayo Zambada”, a quien no le preguntó por las decenas de periodistas asesinados por los narcos. Pero se sacó su foto bien abrazado del criminal. Su osadía era un mensaje privado relacionado con un disgusto familiar que lo hizo culpar al presidente Calderón de 100 mil muertos, cuando todo indica que el principal sospechoso de la mayoría de esos crímenes es, fratricida por naturaleza, el propio narco.

Periodista, Voltaire, quien al defender al protestante Jean Calas de morir torturado en 1762 por una falsa acusación de filicidio inventada por los católicos, advirtió a los intelectuales de su obligación frente a los abusos del poder. Periodista, la doctora María del Rosario Fuentes Rubio, quien fue secuestrada, torturada y asesinada en Tamaulipas, en 2014, por los narcos para impedir que siguiese protegiendo a sus conciudadanos mediante sus twitters. La democracia, a la cual le escupimos en la cara mañana, acabará por hartarse de sangre, asumirá que la guerra se perdió y con las armas de la razón legalizará, tarde o temprano, las drogas.