Descalificar al descalificador
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Descalificar al descalificador
Viajo en Uber. El chofer tiene acento sudamericano que no logro distinguir. Se lo hago saber y me dice que es venezolano. Afirma que Saltillo le gusta y considera su trabajo buena opción para un migrante.
Además, trabaja en un negocio de bienes raíces. Comenta que su esposa es mexicana. Le pregunto por la situación en Venezuela.
-Es una dictadura disfrazada, la clase media a punto de desaparecer- me dice. Hay mucha incertidumbre porque los precios suben todos los días, una inflación del mil seiscientos por ciento.
Largas filas para comer, personas que buscan alimento en la basura. Represión, grupos armados financiados por el gobierno, que luego se rebelaron contra quien los creó.
Las personas salen del país, en una aventura arriesgada para buscar un mejor lugar, a ver si encuentran un trabajo.
Lo escucho y pienso en cómo llegaron a ese punto. Pienso en que cada vez hay más personas que vienen a Saltillo. Y en que no me gustaría tener que abandonar la ciudad por una necesidad extrema, como este venezolano.
Los ciudadanos ya no nos cocemos al primer hervor. Hemos sido víctimas de la manipulación mediática por mucho tiempo. Luego la PGR se convierte en un aparato del estado para hacer campaña. Esto genera confusión porque ya nadie sabe en qué creer.
Las “fake news” están a la orden del día. La verdad permanece oculta, se dificulta discernir. Me doy cuenta, como muchos ciudadanos, que hay un bombardeo mediático que manda un mensaje, si gana ya saben quién, nos va a llevar ya saben quién.
Por otra parte, la duda me asalta, ¿Y si fuera cierto? Veo unos tuits con la foto del exdiputado de izquierda, Gerardo Fernández Noroña, en los que defiende al régimen de Nicolás Maduro. El caso Venezuela no es una ficción, los malos gobernantes existen y arruinan países. Muchos ciudadanos ya no creen en ningún partido y están dispuestos a probar el camino de la izquierda, más por insatisfacción que por convencimiento.
Creo que el riesgo del experimento es alto, si se considera el desempeño de la izquierda en otros países.
Tampoco soy partidario de los extremos de la derecha, ni del capitalismo salvaje, ni de cualquier candidato corrupto. No creo en quitarle al rico para darle al pobre y dejar a todos pobres, menos al que gobierna.
Platico con un migrante del Salvador, le falta un brazo y con el otro porta un letrero, mientras pide dinero. Me atrevo a preguntarle si no busca trabajo, me sorprende su respuesta: “No voy a trabajar nunca, trabajar cansa.”
Las campañas mediáticas consisten en una serie de descalificaciones a los candidatos. Se descalifica la descalificación y al descalificador. Mientras esto sucede la incertidumbre crece.
Que si se firma o no el tratado de libre comercio, que todos son un peligro para el sistema. Hay personas que no saben por quién votar, porque ninguno de los candidatos le convence. No los culpo, quisiera tener una bola de cristal.
Me llama la atención un tuit que dice “Mi candidato es menos corrupto que el tuyo.” Es una descripción precisa del ambiente político. Creo que debemos estar muy alertas y observar mucho, reflexionar.
Los hechos gritan y las palabras hablan. El desencanto ciudadano, llevado al extremo, ocasiona que el pensamiento colectivo de muchos sea así: “Para qué voto, si de todas maneras nada cambia.”
Esto se convierte en una profecía autocumplida, cuando el ciudadano permite que solo vote quien tiene interés en un empleo, en un subsidio, en no trabajar, en recibir un pago, o votar por obligación partidista. El voto duro que desplaza al voto razonado.