Desafío al ‘establishment’ del futbol
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Desafío al ‘establishment’ del futbol
De repente surgen gestos democráticos donde uno menos se los espera. El guiño solidario de los árbitros mexicanos para defender una causa y parar el futbol debe mirarse con preocupación, más allá de los considerando.
No es fácil que un grupo ligado a un futbol autoritario infle el pecho para protestar en voz alta sobre manejos que no le parecen. Tampoco es sencillo rebelarse en una Liga donde la manipulación dicta los caminos en favor de los intereses.
Los árbitros han decidido desafiar al “establishment”, cansados quizás de tantos atropellos institucionales. Hablamos de una Federación que exige respeto, pero que no ofrece nada a cambio. Que demanda “juego limpio”, pero que a la vez alienta y permite que la suciedad siga manchando el futbol.
Los arreglos en lo oscurito, las imposiciones de los dueños del balón, la falta de independencia para dictaminar sanciones, la ausencia de criterios distanciados de los compromisos para recetar castigos ejemplares y, lo que es peor, los compadrazgos dirigenciales al servicio de unos cuantos clubes, exponen lo torcido que está en la actualidad el futbol mexicano.
Los árbitros han quedado como los malos de la película porque han resuelto parar la gigantesca máquina de generar ingresos. En un futbol empresarial, esto es lo que en definitiva más le duele a quienes sólo les importa el valor material de la competencia, pero no la esencia del juego.
Si fuera de otro modo, se lucharía en demostrar con justos correctivos que no se tolerarán actitudes porriles –dentro y fuera del campo- que atenten contra el sano desarrollo de un torneo. Se sentarían precedentes para desincentivar la violencia. Más que protocolos, se necesitan acciones.
Y eso es lo que reclaman los árbitros. Quieren que como autoridad se las respete, más allá de sus equivocaciones. Quieren que las agresiones no se diluyan en los escritorios para anestesiar el nivel de las sanciones.
Una Comisión Disciplinaria que supone ser una marioneta manejada por quienes se benefician del negocio es poco probable que responda con la crudeza que el reglamento exige, por cierto ambiguo, antiguo y pisoteado.
En una Liga donde da lo mismo no tener seguridad en los estadios, golpear a un árbitro, fracturar a un jugador o ser expulsado que, para efectos de sanciones se traducen en castigos “digeribles”, estamos en presencia de una distorsión manifiesta que invita a la reincidencia.
Los árbitros reclaman justicia y futbol mexicano, también. Se reclaman giros urgentes en todos los frentes.
Los jugadores también exigen respeto cuando los canjean como productos en los aparadores del Draft. Se requiere de una Federación con directivos de corte estadista y menos confabulados.
Sería inapropiado decir que por culpa de la agresión de Pablo Aguilar al árbitro Fernando Hernández se ha parado todo el futbol en México. En todo caso, este hecho ha servido para desnudar todo lo demás, todo lo que hay detrás de la cortina y que los directivos siempre buscan solapar.
El futbol ha parado porque quienes lo conducen han cometido una sucesión de faltas y algún día, intestinalmente, tenía que estallar.
Es muy simplista acusar a los árbitros de haber tenido una “decisión unilateral” y cargarle en sus hombros todo el peso de las consecuencias.
Mientras los directivos sigan mirando para otro lado y no asuman que son los principales orquestadores de toda esta fallida movida, difícilmente estas historias bañadas de arbitrariedades e incongruencias vayan a acabar.