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Der Golem

El problema del transporte en Saltillo (como en tantas otras partes del mundo) se parece un poco al mito judáico del Golem.

Usted ya conoce (a menos que no haya hecho su Bar Mitzvah) la historia del rabino que crea un ser animado a partir de una estatua de barro.

Infundido con la chispa vital, y sin embargo privado de criterio propio, el Golem es un sirviente muy útil que incluso defiende al pueblo hebreo de ataques foráneos.

Para que esta creación obedezca sólo hay que escribir las instrucciones claramente en un papel, hacerlo rollito e insertárselo por la boca o cualquier otra cavidad al Golem, que de esta misma manera podía ser desactivado.

Sin embargo, tratándose de una metáfora sobre las poco pensantes masas humanas que producen los chamanes de la ciencia y la tecnología (agregaría a los medios de comunicación), el Golem se sale de control y se convierte en una fuerza destructiva.

Esta leyenda judía sirvió como base para una novela (“Der Golem”, del austriaco Gustav Meyrink, 1915), que a su vez se adaptó para lograr aquel clásico del cine mudo expresionista de Paul Wegener que ha sido parodiado hasta en Los Simpsons.

¿Qué es el Golem?

El Golem es un monstruito de fabricación casera, un experimento que un día se nos escapa de las manos y así justamente nació el servicio de transporte en esta ciudad.

En efecto, existía una real necesidad ciudadana que era menester cubrir (movilizar a los saltillenses a sus tareas y deberes cotidianos), pero al tiempo de darle solución, se empezaron a manipular fuerzas ocultas: permitieron que las concesiones se concentraran en unas pocas personas, lo que gestó la mafia actual; dejaron que los gremios se empoderaran como grupos de presión; otorgaron a los transportistas voz, voto y representación en el Ayuntamiento (a diferencia del ciudadano común que no tiene sino puro chile ancho); y, a cambio de ciertos favores políticos-electoreros, les consintieron brindarnos un servicio del que decir “de la chingada” sería quedarse corto, cuando hablamos de un servicio peligroso, sucio, indigno y literalmente mortífero.

Hoy no está entre las facultades de ningún alcalde el disolver el mafioso núcleo del transporte integrado por concesionarios, representantes gremiales y una amplia base de operadores. Hace mucho que ese engendro es más grande que la investidura del administrador municipal.

Ya no hablamos de colores, simpatías o aversiones. Sencillamente ningún alcalde puede reformar el sistema de transporte sin sopesar el costo de ello: una encarnizada batalla con las fuerzas que tienen cautivo al sistema, un acelerado desgaste de su imagen y, lo peor de todo, una crisis de movilidad en el área urbana de Saltillo.

Y como nadie quiere pagar ese precio, uno detrás del otro, sin excepción, todos en fila, los alcaldes van doblando las manitas.

La pasada administración, de Jericó Abramo Masso, prometió una “reforma integral”, pero no tenía nada de fibra y lo único que le aportó al transporte saltillense fue el ominoso y cursi nombre del proyecto para su ingreso directo al museo de la infamia: “El Saltipús”.

La presente administración logró un sueño largamente acariciado: someter a todo el gremio de taxistas al rigor del taxímetro. Pero dicho sueño duró en efecto lo que dura una noche, porque pronto los operadores, que no tienen ninguna clase de vigilancia, comenzaron a cobrar comisiones extra y a despacharse a su gusto en horas nocturnas, por no mencionar que lo agarraron de excusa para plañir en sus conversaciones triviales y para traer las unidades peor que recámara de adolescente de tan mugrosas y hediondas.

Estas dos recientes administraciones sólo encarecieron el transporte y lo mejoraron absolutamente en nada. Pero es una historia que, lejos de ser nueva, se viene repitiendo a través de las décadas. Y lo que es peor, ninguna gestión futura podrá tampoco mejorar el transporte en tanto no detenga al Golem, es decir, a la mafia transportista.

¿Mencionamos que para detener al Golem había que darle instrucciones precisas, anotarlas en un papelito, hacer con éste un rollito e insertárselo al Golem por donde mejor le cupieran?

Pues eso justo hay que hacer con la mafia del transporte.

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