Demasiada presión

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Demasiada presión

Me acordé de Alicia Silverstone, estrella noventera de la pantalla grande cuya trayectoria parecía llegar a su cúspide con “Batman & Robin”, fantasía fílmica de 1997 de ingrata memoria en la que interpretó el doble papel de Barbara Willson/Batichica.

La película fue un bodrio por el que años después tuvo que disculparse su director, Joel Schumacher; que congeló la franquicia del Hombre Murciélago, sepultó la carrera de Chris O’Donnell (Robin), la de la propia Silverstone y por poco se carga con la de George Clooney (Batman) Arnold Schwarzenegger (Mr. Freeze) y hasta la de los Smashing Pumpkings.

  Las duras críticas estaban justificadas; la película daba risa cuando intentaba ser emocionante y causaba pena cuando trataba de ser graciosa. Pero la entonces juvenil y prometedora Silverstone se llevó la peor parte por un tema ciertamente sensible: su peso.

No hablamos de un problema de obesidad por supuesto, ni siquiera incipiente, es sólo que Alicia no cumplía con el ideal atlético que demanda un personaje que va embutido en un apretujado uniforme de piel sintética, por lo que algunos planos de la cara y cuerpo de la Chica ‘Murciégala’ resultaron poco favorables.

Aclaro: La Silverstone no estaba gorda (amigos de la construcción, aquí va un albur), pero el arte fílmico exige -y más en este tipo de producciones- perfección, de lo contrario la cámara se vuelve un enemigo cruel.

La cosa es que hace unos cinco o seis años, la misma Alicia Silverstone revivió la amargura de aquella experiencia y relató cómo la prensa y el público fueron crueles con ella, haciéndole pasar por lo que los gringos llaman “body-shaming”, que podría traducirse como humillación corporal, hacer sentir mal a alguien por su aspecto: Su peso, estatura, tono de piel, su relativa guapeza, entre muchos otros atributos (como la alopecia… ¡sniff!).

Y creo que la otrora sex-symbol de los videomusicales de Aerosmith tiene toda la razón: Es horrible hacer escarnio de la condición física de la gente, es cobarde e inaceptable (y sí, yo también incurro en ello, pero me remito a viejos horrorosos que le han causado gran daño a nuestra sociedad).

Pero, aunque razón no le falta a la actriz, tampoco puede ponerse en el papel de indefensa chamaca de secundaria a la que le hicieron bullying sus compañeros de la secundaria.

Su trabajo exigía retratar perfecta en el bati-disfraz. No verse bien, como gordibuena sabrosona en Halloween, sino estar impecablemente en peso y condición.

No iba interpretar Shakespeare, no era la nueva Blanche Dubois. ¡Era un personaje de historietas, por Dios! Sólo tenía que bajarle a la pizza y presentarse el día de su llamado en el peso idóneo.

 Y antes de que la compadezca, recuerde: ¡Le pagaron millones de dólares por ser Batichica! Uno y medio millones, más otros diez por el contrato de exclusividad. No es una pobre chica maltratada. Una estrella de Hollywood es toda una empresa en la que trabajan muchos profesionales de la industria (mánagers, entrenadores, asesores de imagen) y si ninguno hizo su trabajo para que el día del rodaje la Batichica brillara, no se nos puede vender luego la narrativa de la chica solita y desamparada frente a los estereotipos misóginos. ¡Trabajas para la industria del estereotipo! ¡Hazlo bien!

Los comentarios hirientes están mal sí, y retratan a quien los emite. Pero ¿víctima? ¡Ni hablar!  La Silverstone falló calamitosamente y aunque no se le puede crucificar por eso, tampoco es como para volverla mártir.

 En días pasados la súper atleta Simone Biles, probablemente la mejor gimnasta que ha pisado este mundo, se retiró de la competencia olímpica por la presión puesta sobre ella (que debe ser enorme) y para no comprometer su salud mental. De inmediato las redes se volcaron en muestras de solidaridad y la verdad, qué bueno que no la hicieron sentir peor de lo que seguramente ya se sentía.

Pero seamos honestos. Aunque estrictamente Biles es un ser humano, cierto es también que hay detrás de ella toda una industria y una considerable tajada del presupuesto de su país, además del trabajo de los mejores especialistas disponibles en su disciplina. No en balde es una máquina de convertir el sudor en medallas de oro.

  Por ello no deja de parecerme inédito que hoy se le dé tanto crédito a la fragilidad emocional, como la expresada por la Tenista Naomi Osaka, que no puede hablar con la prensa luego de un partido porque “le da la ‘amsiedad’”.

 Necesito precisar algo urgentemente antes de concluir:

Las estrellas aquí mencionadas son capaces de proezas que yo jamás soñaría. Es más, sólo las realiza un selecto segmento de la población que no debe llegar al uno por ciento. Lo menciono porque nunca falta el pendej@ que lo saca a relucir, como si la discusión versara sobre esto. Y no. Hasta la Silverstone merece mi respeto, yo jamás llenaría el traje de Batgirl como ella… quizás el del Pingüino…

Pero lo que quiero señalar es que el estrés de un súper atleta no es especial. Su situación sí, pero no su estrés. La presión alcanza los mismos niveles en cada persona según su propia situación y realidad. No existe el estrés olímpico. No sería diferente al que experimentamos usted o yo

cuando nos ponemos a prueba en algo a lo que hayamos invertido mucho de nuestro tiempo, energía y corazón.

Muchísima gente toma todos los días decisiones de las que dependen vidas. No se necesita competir por el oro para conocer lo que es el estrés, la presión o la ansiedad. ¿A poco Biles está más estresada que un bombero metiéndose a un edificio en llamas para rescatar a un bebé?

Cuando yo me he parado a hacer el oso con la guitarra ante cincuenta personas, he sentido literalmente que me va a dar un infarto y que voy a perder la consciencia en cualquier instante. Y es que para la mente es lo mismo que si estuviera en el Hollywood Bowl ante un lleno total. Perfectamente uno podría aducir motivos de salud emocional para excusarse y nada pasaría, pero tampoco podemos esperar un aplauso por ello. El mundo es un lugar rudo y sólo hay memoria para quienes se sobreponen al dolor, no sólo físico, sino también mental.

 Hoy sin embargo parece que el abrazo de la condescendencia le espera a todos aquellos que deciden retirarse porque “es mucha la presión”. ¡Qué bueno que no esto no fue en tiempos del Rey Pelé! ¡Qué bueno que Janis Joplin no se congeló de miedo en Woodstock frente a medio millón de almas!

 No critico a quien desiste, por las razones que sean, pero sí me preocupan los valores que actualmente se exaltan (por eso me metió tanto conflicto la peli “Soul”).

Y es que, si comenzamos siendo indulgentes con las estrellas que mueven millones de dólares, terminaremos siendo condescendientes también con los políticos porque “al menos le echaron ganas” o “de perdido no robó como los otros”. Y luego lo seremos con nosotros mismos, congratulándonos por haber realizado un esfuerzo promedio, por intentarlo sin habernos exigido jamás el darlo todo por conquistar nuestros sueños.