Del Saltillo de antaño
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Del Saltillo de antaño
En vísperas del aniversario 439 de nuestra ciudad, volteamos la vista a unos 133 años atrás, y nos maravilla la forma en que los acontecimientos importantes cimbraban la tranquila vida de los escasos habitantes en la aún pequeña ciudad capital del Estado de Coahuila de Zaragoza.
En los últimos años del siglo XIX, la vida en Saltillo transcurría tranquilamente, apenas interrumpida su monotonía por las rebeliones y luchas políticas provocadas entre el gobierno del presidente Díaz y algunos grupos locales que aspiraban al poder. Muchos de sus habitantes se ocupaban en la agricultura y cultivaban perones, membrillos, higos, peras y duraznos en las huertas al poniente y al sur de la ciudad; y levantaban los tejocotes silvestres. Las cosechas se dedicaban al consumo local y alcanzaban para la elaboración de conservas; así las cajetas y las frutas en almíbar se servían todo el año en las mesas saltillenses. También se cultivaban verduras y hortalizas; los granos como trigo, frijol y maíz se sembraban en los ranchos de los alrededores.
Las necesidades mínimas de los saltillenses eran cubiertas con la gran variedad de ocupaciones que desempeñaba la gente del pueblo: aguador, soldador, afilador, curandero, panadero, etc., y con los oficios principales de herrería, platería, talabartería y sastrería. La industria despuntaba con algunas fábricas de hilados y tejidos, ya existía Molinos del Fénix; había fábricas de calzado, rebozos, alfombras y carruajes y las carpinterías fabricaban muebles de imitación vienesa, de moda en ese tiempo. Algunos saltillenses se dedicaban a la elaboración de pan de pulque y dulces caseros.
La llegada de la ilustre cantante de ópera, Ángela Peralta, conocida mundialmente como “El Ruiseñor Mexicano”, el 25 de noviembre de 1882, rompió estrepitosamente la monotonía cotidiana de la ciudad. Acompañada de sus músicos, vino a ofrecer un concierto a los saltillenses. Un numeroso grupo de ciudadanos encabezado por autoridades y representantes de las diferentes corporaciones y grupos locales, salió a recibirla a las afueras de la ciudad, rumbo al camino de San Luis Potosí. Le dieron la bienvenida un grupo de damas, los delegados de los estudiantes del Ateneo, algunos señores miembros de la Sociedad Juan Antonio de la Fuente y los representantes de sociedades como la Masónica, la de Filarmónicos, la Prensa, la Mutualista y otras. El resto de la población se amontonó en las calles, haciendo valla para vitorear la entrada de la cantante. La ciudad la saludó echando a vuelo las campanas de las iglesias, mientras el 9° Regimiento de Caballería y otras bandas de música amenizaban la fiesta en la Plaza de Armas, que se prolongó hasta las doce de la noche.
Meses después, durante las fiestas por el aniversario de la Independencia en septiembre de 1883, volvieron a repicar las campanas, esta vez acompañadas de sonoros cañonazos, para anunciar la llegada del ferrocarril a Saltillo. La añorada “máquina extranjera”, como la llamaban, o “El heraldo del progreso” al que se referían los periodistas de la época, hacía su entrada triunfal a Saltillo para enlazar la ciudad por los caminos de hierro a nuevos horizontes. Estos dos acontecimientos dieron tema a los saltillenses durante largo tiempo, siempre repetido en cualquier lugar en donde la gente se reuniera.
Asombran las cifras de la época: la temperatura promedio era de 18 grados, la mínima de 1 y la máxima de 34. Hace exactamente cien años, una profunda crisis económica abatió al País y el dólar llegó a costar 23.85 pesos; antes, claro, de que nuestra moneda perdiera tres ceros de su valor. Podría pensarse que en lo económico no hay nada nuevo bajo el sol, pero hace un siglo la riqueza en el municipio de Saltillo se repartía solamente entre 89,394 habitantes.