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Dejemos que fracasen

He sido maestro desde los niveles de primaria hasta maestría en México y en Estados Unidos; puedo contar cientos de historias que revelan la sobreprotección que muchos de los padres depositan en niños, adolescentes, jóvenes y muchos adultos.

Observo cada día más chicos destinados a una vida adulta con problemas de ansiedad, baja autoestima, pasividad, apatía y especialmente pobres recursos para enfrentar situaciones difíciles y frustraciones.  

La mayoría de los padres de familia piensa que su actitud de sobreprotección es una de sus misiones más importantes en su rol de paternidad y maternidad. No queremos que sufran y vivan carencias como nosotros las vivimos de pequeños. Tenemos, la mayoría de los adultos, un resentimiento de dolor hacia nuestros padres: “¿Por qué nos dejaron solos cuando jugábamos y no nos protegieron? O ¿Por qué nuestros padres nunca nos defendieron de los maestros a pesar de que había injusticias?” Sufrimos mucho. Sin embargo, estos dolores nos endurecieron y nos hicieron personas fuertes para enfrentar con éxito los problemas y adversidades. Recuerdo en mi tercer año de secundaria que batallé con las matemáticas. No entendía la trigonometría: el coseno, la tangente y el seno. Mi maestro no era bueno para explicar y mis padres nunca fueron a reclamarle al maestro. Me decían: “Ése es tu problema y tú sabrás cómo lo resuelves”. Me sentía con impotencia e incomprendido.

Entonces, nos juntamos varios compañeros que teníamos este problema y le pedimos a un compañero bueno para las matemáticas que nos explicara. Fuimos a su casa sábados y domingos, no íbamos a reuniones o fiestas con amigos por un mes para poder pasar la materia. Nadie tuvo un papá que sintiera lástima por nosotros y nos protegiera. Claro que sufrimos, pero esto nos preparó para la vida. No nos sentíamos víctimas o culpábamos a los demás, sino “nos poníamos las pilas” para buscar solución. Era nuestra vida y si no lo hacíamos nosotros nadie lo haría. No fue fácil, pero lo superamos y nos fortalecimos. 

Los psicólogos y educadores nos advierten sobre las consecuencias negativas que pueden traer los traumas y estoy de acuerdo con ellos. Sin embargo, nos fuimos a un extremo muy peligroso. No estoy diciendo que la exigencia irracional y disciplina física que recibíamos de pequeños era mejor que la educación de hoy. A la mayoría de nosotros nos corregían a través de golpes físicos: nalgadas, cintarazos, con la chancla, con la cuchara de madera, reglazos, etcétera. Esto es abuso. Pero no fuimos al otro extremo donde “no puede ser tocado ni con el pétalo de una rosa”.

Enfrentar fracasos nos fortalece porque son aprendizajes de vida. Nos ayudan, si caemos, a levantarnos y a seguir adelante. Dejemos que nuestros hijos tengan pequeños fracasos para que puedan sobreponerse; recibir una reprimenda por el maestro por no llevar la tarea, dejarlo en la banca por no hacer su máximo esfuerzo o esperar hasta su cumpleaños para darle un celular. Si hacemos fácil su vida hoy, vivirán una vida difícil después. 

@JesusAmayaGuerr