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Dejar de beber sí se puede; joven saltillense narra su experiencia
“María” no sabía decir que no pasó tres años de su vida bebiendo todos los días, participó en un accidente automovilístico y estuvo a punto de saltar de la Universidad; fueron sus papás los que pusieron un alto en su vida, pese a todos los prejuicios que ella sabía estaba por enfrentar.
¿Apoco crees que yo iba querer dejar de tomar? detalló a quien llamaremos “María”, una mujer de 25 años, con toda su juventud por delante y creyendo que eso era una vida, confesó.
Alcohólicos Anónimos no basa sus números en estadísticas, pero saben por experiencia propia que son pocas las mujeres que piden ayuda debido al “¿qué dirán?”.
En casa existen mujeres sufriendo de alcoholismo, mujeres que no van a recuperación por miedo del qué dirán en sus oficinas, confesó uno de los representantes de AA a nivel nacional.
Pero el caso de “María” es diferente, es una mujer soltera viviendo en casa de sus papás. A pesar de que comenzó a tomar desde los 18 años fue hasta los 22 que la situación se salió de control.
Comenzó a tomar en carnes asadas, la inseguridad en la sociedad la hizo conocer la alternativa de los jóvenes en esa época: a falta de bares, fiestas clandestinas. El factor de no contar con seguridad o personas poniendo un límite de tiempo para convivir en un lugar, orilló a “María” como a muchos jóvenes más a beber sin medida.
“Estaba bien agarrada de la botella, pensaba que lo podía dominar, de cinco días que debía ir a la escuela, iba dos. Faltaba tres o cuatro días” compartió “María”.
A la futura administradora de empresas le daba por mezclar: tomó cerveza y whisky por tres años sin parar, en algún momento ya no fue la cantidad porque, confesó, tomaba poco o podía tomar mucho y terminaba haciendo un sinfín de cosas que normalmente una persona en su sano juicio no hacía.
La obsesión por el alcohol la llevó a tomar sola, pasó de beber acompañada y sentirse sola, a beber sólo para frenar sus deseos y terminar con un vacío sin llenar.
El ritmo de vida: trabajar, estudiar, tomar, terminó por hacer que una de estas actividades tuviera repercusión. Comenzó a quedar mal en los trabajos, no duraba más de dos meses en alguno, después su alcoholismo repercutió en la escuela.
Tocó fondo en la Universidad, sus papás alcanzaron a detectar su problema por las materias que llevaba atrasadas y la contactaron con Alcohólicos Anónimos, se vio orillada a vencer sus propios prejuicios para darse cuenta que no era la única.
“María” tardó casi tres meses en entender la enfermedad que padecía, para lograr el cambio debió ser constante todos los días con su grupo.
“Muchas personas no lo saben por tabú, porque te quedas callado ¿Cómo una señorita va estar enferma de eso?’ —confesó—, pero lo hay. A través de pláticas se informó que el alcoholismo es una enfermedad que a la larga puede terminar con la muerte, como cuando participó en un accidente. “Creí que eran cosas que le pasaban a cualquier persona, que era una diversión y ya. No veía cómo me estaba destruyendo por dentro, mi espíritu, el alma”, recalcó “María”.
Siete meses
En proceso de recuperación, María se atrevió a visitar un antro junto a nuevos amigos con una gran diferencia, no hubo alcohol de por medio.
Durante las tres horas que permaneció en el antro ya no se sintió parte de ese ambiente, observó a su alrededor, vio a muchos tomando del pico de la botella y se vio reflejada: “esa era yo, en atascarte toda la botella y todavía seguir hasta amanecerle”, recalcó.
Los ceros en la cuenta al consumir pura agua mineral también cambiaron, pasó de desembolsar hasta 3 mil pesos a sólo 300 de consumo, junto a sus amigos.
“Era una gastadera, era estar cuidándote de la ropa para bares y antros y aparte el consumo”, declaró.
La diferencia entre la “María” de antes y la de ahora, además de no juntarse con las mismas personas, sentir un equilibrio en su vida, es que ahora conoce los límites. “Ese fue mi detalle, yo no sabía decir que no y ahora ya puedo decir un no”, concluyó.