Degustar el silencio: La importancia de darse un tiempo

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Degustar el silencio: La importancia de darse un tiempo

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera
Deberíamos hacer el silencio un verbo activo que se practique al menos 10 minutos al día; es necesario para vivir a plenitud

A mi padre.
Siempre conmigo.

 

El gran silencio se encuentra en las pausas de la música de los grandes compositores. En el momento de la creación del mundo.

No hay mayor silencio que en el encontrado en la metáfora oculta de un poema, que en ese que está en los espacios de esos renglones escritos por los grandes de la literatura. No hay mayor silencio que el escuchado en la agitada respiración del amor, que ese que fluye en la oración, que ese que se encuentra en las carcajadas de un niño, que el provocado por el viento que fluye en las entrañas del anonimato de una gran montaña, o del inmenso bosque, que ese naciente en la mirada suplicante de un “descartado”, de esa persona desamparada.

Hacer presente el silencio nos reintegra con las personas amadas ya idas, ya adelantadas; cuya presencia, en ese estado, siempre está presente. Radiantemente presente.

No hay mayor silencio que el obviado, que ese destruido por el ruido y el bullido cotidiano de la rapidez de las ciudades y nuestra chamba, que ese que imprimen las intencionales “des miradas” humanas, de esa que esquiva la permanente presencia de Dios.

Degustar el silencio hace de la vida encuentro, diálogo y sentido; pero vivimos aturdidos, por eso no lo atrapamos. Por eso lloramos.

Canta Neruda: “Yo que crecí dentro de un árbol tendría mucho que decir, pero aprendí tanto silencio que tengo mucho que callar y eso se conoce creciendo sin otro goce que crecer, sin más pasión que la substancia, sin más acción que la inocencia, y por dentro el tiempo dorado hasta que la altura lo llama para convertirlo en naranja”.

No hay mayor silencio que el obviado, que ese destruido por el ruido y el bullido cotidiano de la rapidez de las ciudades y nuestra chamba, que ese que imprimen las intencionales “desmiradas” humanas, de esa que esquiva la permanente presencia de Dios"

Para no parar, hay que parar, para seguir con el alma abierta y desbordada requerimos cerrar los ojos y en aguas calmas, en total silencio, reflexionar lo que falta por hacer, por consumar, pero también para consumar los altibajos de lo vivido en el presente.

Sería bueno hacer del silencio un verbo activo, una disciplina diaria de 10 minutos, una práctica consciente.

MUY LENTO

“Una vez iba un ciempiés caminando alegremente por el medio de un bosque cuando se encontró a una hormiga. La hormiga, al tiempo que contemplaba al ciempiés, le preguntó: oye, ciempiés, ¿cómo haces para no equivocarte al andar con tantas patas? ¿Cómo consigues que toda esa maquinaria funcione a la perfección sin tropezarte? ¿Cómo sabes qué pie tienes que mover en cada momento para seguir caminando sin caerte?

El ciempiés quedó un momento pensativo pero enseguida contestó: es muy sencillo amiga hormiga, primero adelanto la pata izquierda...No, espera un momento... Es el derecho ¿O no? En realidad adelanto las dos primeras patas derechas para luego... espera que no era así.

De este modo el ciempiés se quedó completamente bloqueado sin saber siquiera como seguir su camino”.

SEMEJANZA

Como ese pequeñín, caminamos sin darnos cuenta del quehacer; la tiranía de la inconciencia ejerce su poder en nosotros; es infrecuente parar para pensar y reflexionar, el signo de este tiempo es la irreflexión, hacemos y aparentamos, hasta que algún evento nos sacude y para en seco y entonces nos aprendemos de nuestra indigencia y fragilidad.

Cuando alguien nos pregunta ¿Quién eres? ¿A dónde te diriges? ¿Cómo te diriges?, nos pasa lo que al ciempiés: nos hacemos bolas, nos trastabillamos"

Cuando alguien nos pregunta ¿Quién eres? ¿A dónde te diriges? ¿Cómo te diriges?, nos pasa lo que al ciempiés: nos hacemos bolas, nos trastabillamos.

Tal vez estas preguntas parezcan irrelevantes en este mundo pragmático, pero la gravedad y profundidad de ellas Jung supo explicarlas con exactitud: “estas no son meras preguntas abstractas para tratar en una reunión social. Son, por el contrario, temas acuciantes, que si no podemos responder nos sumirán en el desaliento y la melancolía”.

Inclusive, para las personas que no tienen problema alguno para dar respuesta a esas interrogantes, su mera reflexión es siempre útil para entonar la relación con nosotros mismos, con los demás y con  Dios. Para saber cuál es la meta en esta vida, para dimensionar la manera en que ocupamos el tiempo, para descubrir si realmente estamos haciendo algo trascendente con nuestra existencia, si acaso estamos invirtiendo para la eternidad, si acaso sabemos para quién trabajamos; o, sencillamente, para que esta meditación sirva como escudo a fin de no quedar atrapados en el vértigo del mundo, para que éste no nos confunda, seduzca, invada o enloquezca del todo.

DE NUEVO…

En relación a este tema, cuenta una historia antigua del mundo jasídico que un viejo sabio llamado Zusya de Anipol -persona muy apreciada por todos en virtud de su generosidad, sencillez y piedad-, al sentir la llegada de su muerte, se agitó tremendamente.

El silencio es necesario para vivir a plenitud. Necesario es abrevar del silencio para hacernos fieles a nosotros mismos, a nuestra misión, valores y convicciones de vida"

Entonces sus discípulos le comentaron: “maestro, tu siempre llevaste una vida repleta de bondad, una existencia ejemplar. Indudablemente Dios le tiene un lugar reservado en el paraíso ¿Por qué entonces tiembla ante la muerte? El respondió: “cuando esté frente al Creador me dirá: Zusya. ¿Por qué no fuiste otro Moisés?” Y yo responderé: “Maestro del universo, no me otorgaste la grandeza y el liderazgo de Moisés. Y si me cuestiona: “¿Por qué entonces no fuiste como el rey Salomón?”, tranquilamente le diré: “porque no bendijiste con la sabiduría para ser otro Salomón”. Pero ¡que terrible! qué le contestaré si me pregunta: ¿Zusya porque no fuiste Zusya? ¿Por qué  no fuiste la persona para la que te di todas las posibilidades y cualidades?” ¡Que tremendo! Comprender tarde es como jamás haber comprendido.

RESPUESTAS

“Puede faltar el pensamiento, pero no la palabra”, con esto me refiero a que desgraciadamente nuestra época está repleta de rumor y ruido, lo cual va en contra de la meditación, el encuentro y autoanálisis. Tal vez, la intención de tanta alharaca sirva para atontarnos y  así no tomar demasiado enserio nuestro compromiso con la trascendencia, bien decía Martín Descalzo “el hombre moderno vive en el afán de aturdirse a sí mismo en medio del estruendo de nuestra sociedad”.

El silencio es necesario para vivir a plenitud. Necesario es abrevar del silencio para hacernos fieles a nosotros mismos, a nuestra misión, valores y convicciones de vida.

En realidad –decía Martín- todas las cosas verdaderamente importantes ocurren en el silencio: se cree en silencio, se sueña en silencio, se ama en silencio, se piensa en silencio, se vive en silencio, hasta la misma muerte se acerca a los hombres con pies de terciopelo. Pero ¡explicadles a los jóvenes que en el silencio está la verdad! Pronto preferirán esas discotecas, en las que nunca podrán escuchar su propia alma, o la sierra feroz de esa moto que rasga la soledad de la noche como una blasfemia”.

EVIDENCIAS

Existen numerosos estudios que demuestran los sorprendentes beneficios del silencio aunado a la meditación, por  ejemplo  “Bruce O’Hara, biólogo de la Universidad de Kentucky, sometió en 2008 a una serie de voluntarios a pruebas de agilidad mental antes y después de dormir, meditar, leer y conversar. Sólo los que habían meditado mejoraron su puntuación (un 10%), mientras que los que durmieron obtuvieron peores resultados”.

En el silencio nos encontramos como personas y también encontramos respuestas fundamentales; nos permite pensar y pensarnos mejor, incrementa nuestro autoconocimiento; En el silencio nos podemos retirar retirarnos para luego, con mayor vitalidad, relacionarnos con los otros, principalmente con la vida. Gracias a su silencioso vigor y actualidad podemos llegar a tener comprensión sobre nosotros mismos, porque la quietud propicia la paz y también el crecimiento de nuestra espiritualidad.

En la calma del silencio equilibramos el mundo interior, con el exterior. Valoramos el ser con el tener, comprendemos el hacemos con lo obviado. El silencio ofrece la posibilidad de madurar ideas y proyectos.

En el silencio se encuentra la fuerza de la palabra, ahí se empiezan a enriquecer los encuentros, hace posible la comprensión, el amor y el diálogo, también nos brinda la posibilidad de abrazar sin miedo lo diferente y la diversidad.

El silencio es productivo: “todo lo que expresamos externamente se germina en el interior de nuestro ser. El silencio facilita una experiencia que nos lleva a la reflexión y al trabajo personal del mundo interior”.

cgutierrez@tec.mx

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Tec de Monterrey Campus Saltillo