Deconstructing the wall
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Deconstructing the wall
Tan irritante como que el PRI se haya apropiado de los colores patrios resulta el hecho de que los Estados Unidos se hayan agenciado el nombre de todo el continente.
Resulta que, de acuerdo con esta carrancera sinécdoque, sólo tiene denominación de americano aquello que es oriundo de la tierra del hot dog y Kanye West.
El nombre de América sólo alude a las dos masas continentales que comprenden desde Alaska hasta la Tierra de Fuego cuando ponen en práctica su filosofía de “América para los americanos”. Porque eso sí, cuando se trata de agandallar tierras y recursos naturales, nadie como nuestros vecinitos, el niño güero, bonito y pecosito al que siempre le trae todo el pinche Santa Claus.
El panamericanismo es un ideal político en el cual todas las naciones de este continente se unirían, inicialmente, con fines de libre comercio, pero en un proyecto más amplio para resolver también problemas relacionados a la salud, el medio ambiente, la educación, los derechos humanos, la justicia y súmele lo que guste (es la agenda de todo un continente).
Europa se nos adelantó en la materialización de un esfuerzo en este sentido, mismo esfuerzo que ya anda valiendo chetos desde hace rato y más desde el tristemente célebre Brexit. De hecho, la creación y uso de una moneda común tiene como propósito meter los intereses de toda la comunidad en una misma canasta económica, para evitar así el surgimiento de otro loco del calibre del tío Adolph (pendiendo todos de la misma cuerda financiera, se supone es más difícil consentir un desmán en el vecindario). Desafortunadamente, en la teoría todo es más bello y más sencillo que en la práctica, y gracias a países con políticas irresponsables como Grecia es que los demás quieren saltar y abandonar la nave.
Aun así, y pese a las dificultades que representa, sigo creyendo que sería bonita una verdadera comunidad de naciones americanas. Ah, sí, existe la OEA (Organización de los Estados Americanos), ahora que me acuerdo, pero es sólo una excusa de la hegemonía gringa para que no se diga que no se hace ningún esfuerzo en este sentido.
Que si de verdad amarrásemos nuestros intereses en un mismo atado, si lográsemos materializar el “sueño bolivariano” recargado, se nos multiplicarían los asuntos que atender, pero también podríamos descansar muchos temas de nuestra agenda en esta hipotética comunidad.
Una federación interamericana seria exigiría a sus países miembros el combate efectivo y el castigo ejemplar contra la corrupción. Cada país estaría obligado a responder a una instancia superior, eso o afrontar el veto de todos en el vecindario (incluyendo el veto económico, que es donde siempre duele sabroso).
Me imagino que así, y únicamente así, se evitarían situaciones como la que actualmente vivimos en México, en la que siete de cada cinco exgobernadores enfrentan cargos, imputaciones, señalamientos o bien fundadas sospechas de actos de corrupción, asociación con el crimen organizado y enriquecimiento obsceno e ilícito.
Es ridículo hasta las lágrimas que en todas las entidades federativas se ande buscando (a algunos con particular interés de la DEA, Administración para el Control de Drogas, por sus siglas en inglés) a un Duarte, a un Yarrington, a un Medina, a un Torres López, a un Moreira y que, sin embargo, la justicia nacional y las de sus respectivos estados no hayan encontrado nada que imputarle a estos angelitos y los hayan exonerado e incluso, a algunos suertudotes como nuestro bien amado profe Humberto “dejen de joder o se van a meter en un pedo” Moreira, quien fue rescatado de la autoridad española por toda la fuerza diplomática de nuestro engominado Gobierno Federal (¿ustedes qué habrían hecho?).
Pertenecer a algo más grande e importante que nuestros fallidos estados, quizás, nos obligaría a vivir dentro del orden o, al menos, a responder por nuestras irresponsabilidades.
Como resultado, con estados y federaciones menos corruptas, seríamos por necesidad naciones más prósperas; en consecuencia, nuestra calidad de vida mejoraría notablemente y el flujo migratorio hacia los Estados Unidos bajaría de manera considerable.
Porque nadie en su juicio cruza la frontera hostil, abandona a su familia, se juega la vida y renuncia a su cultura y derechos fundamentales por ir a perseguir un mínimo de bienestar si lo tiene disponible en su lugar de origen.
Ergo: cruzarían menos indocumentados al jardín de don Donaldo J. Trump si toda América trabajara realmente bajo un interés común (no sólo bajo la agenda dictada desde la Casa Blanca), que colocando el pinche muro de xenofobia, demagogia y necedad que está empeñado a construir la naranjada Bonafina con síndrome de Hitler.
Las soluciones son tan simples y evidentes que hasta yo, en una desganada tarde de lunes, las puedo concebir.
Pero esta cochina realidad, como ya sabemos, en vez de apostarle a la visión de don Simón Bolívar, se decantará por otro sueño muy distinto, uno que se construye con los ladrillos de la intolerancia, del fascismo y, sobre todo, de esa trumpiana ausencia de lógica. ¡Claro! ¡El viejo confiable american way!
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