Decepción

Usted está aquí

Decepción

Han transcurrido más de tres décadas desde que llegué por primera vez a Zaragoza, España; ciudad que orientó durante unas semanas la vagancia a la que me había entregado en aquel tiempo. Dentro de mi delgada agenda tenía anotada la dirección de una conocida mía, aragonesa, quien me había prometido albergue. Contar con una dirección en Europa resultaba, en mi caso, parecido a un faro de luz divisado durante una tormenta marina. Esta amiga me invitó a las reuniones de un grupo de poetas y escritores maños que editaban una revista de nombre "Lapsus Calami" (locución que alude a una distracción gramatical a la hora de escribir; yo soy asiduo a ello). Al principio, estaba entusiasmado por participar de aquella reunión, pero me decepcioné cuando me hicieron saber sus dudas acerca de la literatura española de ese momento y acordaron que lo único de valor que se escribía por entonces provenía de América. Yo consideraba muy relativa esta opinión y aún creo que la búsqueda del origen o lo primigenio es tiempo perdido. Es la ignorancia la que nos marca límites.

Leyendo "Nostalgia del absoluto" (conferencias de George Steiner), ratifico la decepción que Lévi-Strauss sentía hacia sus colegas antropólogos por estar apegados burdamente a su disciplina en vez de pensar con mayor amplitud. Lévi-Strauss era pesimista respecto al progreso de la sociedad humana, a tal extremo que llegó a referirse a la antropología como una entropología (más una decadencia que un conocimiento). ¿Qué pensaría el mitólogo francés si viviera, como nosotros, en sociedades, digamos infantiles, integradas por homo sapiens incapaces de comprender su papel dentro de un mundo compartido, seducidos por una publicidad denigrante y arreados por personas que sólo siguen guiones eficaces para detentar un poder, pero sin mantener contacto con una memoria histórica común? Uno tiene derecho a amedrentarse, puesto que si los vecinos llegan a practicar la concordia no es debido a que su supuesta civilidad sea consecuencia del discernimiento intelectual o moral, sino que han sido desactivados y, de un momento a otro, pueden conectarse a cualquier aparato, maquinaria o colectivo, sin importar a donde los conduzcan.

Si la vagancia, la distracción, la contradicción, el argumento artístico, la metáfora cambiante son herramientas para describir el edificio de un anti método (pero creativo), ello no quiere decir que el estado de alerta intelectual, ético, artístico, lúdico se haya dejado atrás. Por el contrario, sin el concurso de las ideas, conceptos o construcciones mentales de los últimos tres milenios es imposible avanzar hacia alguna clase de dirección, o mantener cierta consistencia a la hora de actuar o de intentar ejercer o llevar a cabo cualquier gimnasia crítica. Si Nietzche, Freud, Levi-Strauss, Schopenhauer, Marx o Foucault ofrecieron visiones del mundo disruptivas, suplentes de las religiones y aún abarcadoras de la totalidad de las cosas del mundo, el ser común contemporáneo parece haber dispersado ese saber sin haber aprendido gran cosa. Cito a Baudelaire: "Si vuelvo a hallar la fuerza de tensión y la energía que he poseído algunas veces, haré que mi cólera respire por libros que provoquen horror. Quiero poner en contra mía a toda la raza humana. Sería esto un placer tan grande que me resarciría de todo". Cuando Cioran escribe que las personas normales deberíamos odiar a media humanidad o Artaud llama puercos a los escritores que abandonan la vagancia creativa para intentar decir exactamente lo que piensan, cuando leo a estos personajes singulares declarándole la guerra al todo, no me causan desprecio, ni animadversión, y tomo muy en serio sus palabras. El tiempo se ha puesto de su parte, el tiempo actual como nostalgia de un mundo que, en alusión a varios de sus pensadores, alguna vez aspiró a una realidad menos tosca e inclemente.