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‘Débitus Máximus’

Año 38 D.C. (después de Chabelo, obvio).

El Excelentísimo Emperador Cayo Julio César Augusto Germánico, conocido más mejor entre el pueblo romano como Calígula, informa a su Senado:

“Pues como ya sabrán la campaña por anexar Britania a nuestro querido Imperio Romano fue un total fracaso, pero nos trajeron varios recuerditos muy bonitos de la isla.

“Les recuerdo también que es una prerrogativa de acá, su mera Galleta, el fornicio con las esposas de ustedes que aun estén de buen ver. Y a sus hijas las quiero ver en la siguiente orgía.

“Respecto al nombramiento de Incitatus, mi caballo, como Cónsul del Imperio, quiero decirles que son meras exageraciones. No obstante los invito a que saquen cita en su establo para que traten directamente con él todos los asuntos de Estado.  

“Si tienen alguna inquietud o algo de esto les resulta extravagante, recuerden por favor que estoy completamente loco, tal vez intoxicado por el plomo de los vasos en que bebemos el vino, o por aquella meningitis que me dio de chiquito, no lo sé.

“¡Ah! Y no tenemos dinero”.           

Aquello causó una gran conmoción en el Senado. No el asunto de las esposa (a ellos les gustaban más los mancebos tiernos), ni el escando equino consular (ya habían tenido varios bueyes por emperadores). No, lo que les puso los pelos de punta a los parlamentarios fue la última frase de aquella comparecencia.

El senador, Citius Altius Fortius se puso de pie, carraspeó un par de veces, e interpeló al Emperador:

“Este… disculpe su Oratísima Eminencia: ¿Cómo fue eso último de que no tenemos dinero?”.

El Emperador contuvo sus ganas de llamar a los ¡guardias! para cargarse con el Senado completo, pero prefirió proceder a dar una sencilla explicación y dejar clara de una buena vez la situación financiera del Imperio.

“En efecto, senador Fortius, las arcas imperiales están vacías. Han de saber que tanta orgía, bacanal y pachanga no se pagan solas. Y la verdad es que le hemos venido pegando muy duro al presupuesto desde el pasado gobierno, el del Emperador Tiberio el Bailador.

“Es más, no sólo no tenemos dinero, sino que tenemos un deudón que en adelante será conocido como el Débitus Máximus”.

El Senado se llenó de rumores, murmullos y exclamaciones. Fortius volvió a hacer uso de la palabra:

“Disculpe una vez más, su Chisqueadísima Excelencia. ¿Podría decirnos a cuánto asciende la Mega… es decir, el Débitus Máximus?”.

“Con mucho gusto”, contestó afable Calígula, mientras hacía unos cálculos. “’Ora lo verás…  son tantos como (XXXVI).(M).(XXXXXXXXX)… bueno, la verdad no estoy muy seguro cómo se escribe ese número”.

Todos en el Senado se pusieron a hacer cuentas porque lo cierto es que no le sabían muy bien a los números romanos y nomás los utilizaban porque se veían muy elegantes en las inscripciones.

“¡Treinta y seis mil millones de denarios!”, aulló luego de un rato Fortius.

“Sin embargo”, añadió el Emperador, “ya invertimos 20 mil millones de denarios en pagos de intereses y reestructuraciones del Débitus Máximus y al día de hoy el total es de… (cálculos de nuevo) ¡36 mil millones de denarios!”.

-“¡Eso es una barbaridad! ¡Es terrible!”, dijo Fortius al borde del soponcio legislativo.
-“¡Pero tenemos identificado al culpable!”, dijo Calígula.
-“¡En serio! ¿Y quién es, oh, su Deschavetadísima Alteza?
-“¡Pues quién va a ser! ¡Incitatus, claro!
-“¿Su caballo, Emperador?
-“¡Seguro! ¿Qué acaso no lo nombré Cónsul?
-“¿Eh…?”.
-“¿Y qué acaso no son las funciones del Cónsul la vigilancia de todos los asuntos de Estado?”.
-“Pues… sí”.
-“¿Y qué entre los asuntos de Estado no está la vigilancia del presupuesto y la aprobación de las cuentas públicas?”.
-“Este…”.
-“¿Y qué hizo Incitatus mientras desviaban miles de millones de denarios? ¡Nada! ¡Cómo es posible que no se diera cuenta!”.
-“Pero, pero…”
-“Pero nada, Incitatus es culpable y veré que sea castigado con una considerable reducción de su ración diaria de alfalfa. ¡He dicho!”.
-“¡Ave César!”.

No estoy muy seguro si así sucedieron las cosas, pero… ¿ya mencionamos que Calígula estaba loco?

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