Deberíamos agradecerle a Trump
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Deberíamos agradecerle a Trump
No hay ninguna sorpresa en los acontecimientos de los últimos días. En todo caso, se actualiza el diagnóstico de ingenuidad entre quienes se niegan a ver los hechos e identificarlos sin ambigüedades. Por lo demás, el presidente Donald Trump no está haciendo sino cumplir sus promesas de campaña.
Los mexicanos, por nuestra parte, acostumbrados como estamos a ser alcanzados por la historia de forma reiterada, nos dedicamos a poner el grito en el cielo y lanzar “advertencias” sobre nuestra capacidad para resistir e impedir ser doblegados por el imperio.
Hay, para fortuna colectiva, una buena colección de voces lúcidas entre el coro vociferante integrado mayoritariamente por quienes consideran –¡en serio!– una contribución a la transformación del mundo el cambiar la foto de portada de su página de Facebook y reproducir al infinito los memes con los cuales la masa, incapaz de la reflexión, se esfuerza en demostrar su estupidez.
El momento actual demanda, por supuesto, unidad y uniformidad en el discurso. Los mexicanos debemos dejar claro, frente a la imbecilidad de Trump, nuestra determinación por no tolerar sus arrebatos y no permanecer impasibles ante las agresiones.
Pero la situación demanda mucho más de nosotros y ciertamente no sufrirá alteración alguna con un alud de memes. Si acaso, eso le servirá como desahogo a quienes carecen de ideas y arrestos para emprender, en el mundo real, acciones concretas para contrarrestar la megalomanía de míster “si no vienes de rodillas a firmar un pagaré por el muro, mejor no vengas”.
Hemos entrado en ruta de colisión con el Gobierno de los Estados Unidos y eso, aun cuando a primera vista constituye una mala noticia, podría convertirse en una de las mejores oportunidades de nuestra historia moderna: la oportunidad de abandonar la cultura de simulación, cinismo y mínimo esfuerzo en la cual nos hemos enrolado con un entusiasmo digno de mejores causas.
México tiene todo para ser un país exitoso, es decir, para ofrecer a sus ciudadanos la oportunidad de crecer y desarrollarse plenamente a partir de sus propias potencialidades y talentos.
La declaración de guerra de Trump debería servirnos para rectificar el camino y hacernos cargo de nuestro propio destino. Pero para eso es indispensable tomar decisiones a las cuales le hemos “sacado la vuelta” históricamente porque no queremos asumir el costo de las mismas.
¿Se acaba el Tratado de Libre Comercio? ¿Los productos mexicanos serán gravados fuertemente para su ingreso a los Estados Unidos? ¿Nuestros compatriotas del otro lado de la frontera serán devueltos en masa a territorio nacional? ¿Las empresas de capital estadounidense emigrarán de regreso a su país?
Ninguna de esas cosas –o todas juntas– son suficientes para colocarnos en una situación desesperada porque contamos con los recursos, naturales y humanos, para construir una economía fuerte por nosotros mismos.
Pero no hay –ni habrá– magia en eso. Mandar al diablo a Trump, su muro y sus políticas, construyendo en el camino una economía a la cual los vecinos del norte se vean obligados a voltear tarde o temprano, exige necesariamente tomar decisiones trascendentales, entre ellas las siguientes:
1. Combatir de verdad la corrupción y la impunidad como estilo de vida. Y no me refiero a la corrupción gubernamental, sino a la generalizada, a la corrupción en cuyo fomento participamos todos de forma directa o indirecta con nuestros actos cotidianos.
2. Sustituir el modelo económico del País por uno en el cual existan auténticos mecanismos de redistribución del la riqueza y no sólo incentivos para la acumulación ilimitada de capitales en unas cuantas manos. El País produce riqueza suficiente para multiplicar varias veces el ingreso per cápita, pero la oligarquía económica y política de México se ha asegurado históricamente de sostener un modelo gracias al cual sólo unos pocos puedan disfrutar de la misma.
3. Convertir al sistema educativo en el verdadero motor del desarrollo nacional. No podemos aspirar a ser tratados con respeto por nadie, cuando el mecanismo a través del cual debería elevarse el nivel educativo de la sociedad ha sido convertido en una mala broma gracias a la grosera complicidad entre la dirigencia sindical de dicho gremio y los gobiernos de todos los signos ideológicos.
4. Transformar a nuestras universidades en auténticos centros de generación de conocimiento. Salvo poquísimas excepciones, nuestras instituciones de educación superior son, por un lado, el refugio de pandillas cuyo interés está en todas partes, menos en la academia y, por el otro, fábricas de profesionistas cuya principal característica es la mediocridad.
Donald Trump nos está ofreciendo la magnífica oportunidad de saldar la deuda histórica contraída con nosotros mismos. Valdría la pena aprovecharla.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx
Carlos Alberto Arredondo