De vendedor de celulares a El Señor de la droga en Jalisco

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De vendedor de celulares a El Señor de la droga en Jalisco

Así fabricó la policía el caso de Martín (primera parte)

En septiembre de 2014, elementos de la policía estatal de Jalisco detuvieron a Martín González al que acusó, entre otros delitos, de ser el jefe de plaza del cártel Jalisco Nueva Generación. Sin embargo, en la investigación de su caso se cometieron graves irregularidades, a pesar de las cuales Martín sigue preso un año y cinco meses después.

Al otro lado del hilo telefónico, una voz enlatada anuncia una llamada desde el penal de máxima seguridad de Puente Grande, en Guadalajara, estado de Jalisco.
-¿Acepta hablar con José Martín González Moreno? –inquiere la teleoperadora con un tono de voz monótono, plomizo.

Segundos después, alguien contesta en mitad de una tempestad de interferencias.

-Sólo tengo diez minutos para platicar. Así que mejor dígame por dónde quiere que empiece –se presenta José Martín González, quien sin esperar la respuesta comienza a narrar con un ritmo vertiginoso la historia de cómo, en una misma noche, pasó de ser un vendedor de carros a estar preso en una celda acusado de ser el jefe de plaza del cártel Jalisco Nueva Generación.

“Ya sabes a qué venimos”

Para Martín, el jueves 18 de septiembre de 2014 comenzó “como cualquier otro día”. Se levantó temprano, subió a su camioneta blanca BMW modelo 2006, y salió del municipio de Tala para completar los 35 kilómetros que lo llevaron hasta Guadalajara, la capital jalisciense. Allí surtió de productos a su negocio de telefonía celular y a las ocho de la tarde regresó al domicilio en el que vive con su esposa, y donde también despacha otro negocio de venta de carros usados.

Poco después de guardar el último coche que tenía en exhibición en la orilla de la carretera, dos patrullas de la Fuerza Única Metropolitana, la PMJ020 y la PMJ017, se aproximan al domicilio.

Siete agentes -seis hombres y una mujer- vestidos de uniforme negro y con los rostros encapuchados, bajan de las camionetas.

Martín, que aún trae las llaves de los carros en la mano, sale de su casa y les pregunta en qué puede ayudarles. A lo que, según su testimonio, uno de los policías le contesta con una pregunta:

-¿Ya sabes a qué venimos, verdad?

Desconcertado, el empresario de 43 años balbucea que no sabe a qué se refiere, que no entiende nada.

-No te hagas pendejo –le espeta el uniformado, quien lo agarra con violencia del hombro y lo mete al interior de la casa-. Porque ahorita mismo me vas a decir dónde tienes guardada la droga.

“En ese momento sólo pensé que todo era un error”, asegura Martín, todavía incrédulo a pesar de que lleva preso casi un año y medio desde entonces.

Pero nunca imaginó, dice, que su calvario acababa de comenzar.

“Dinos dónde guardas la droga”

Martín narra que, a continuación, los siete policías entran al domicilio sin una orden de cateo y comienzan a registrarlo todo: la cocina, la sala, las habitaciones y los armarios. Así pasan varios minutos, hasta que cansados de buscar uno de ellos da la orden de que bajen de la camioneta a otro sujeto que traen esposado.

“Bajaron a una persona que yo en mi vida había visto –asegura Martín-. Pero entonces el policía le preguntó varias veces que si me conocía y él al final dijo que sí”.

De inmediato, los agentes los esposan y lo suben a la patrulla PMJ020. Aunque no todos van en la camioneta, ya que, según denuncia Martín, varios policías se quedaron en su casa. Además, otro elemento sacó de la cochera la camioneta blanca BMW y comenzó a seguir a las patrullas.

En el trayecto, Martín guarda silencio.

Sigue convencido de que todo “es un terrible error” que pronto quedará subsanado.

“Yo creía que se habían equivocado de persona –insiste-, que me iban a llevar a Guadalajara y que en cuanto se dieran cuenta del malentendido me regresarían a mi casa”.

La primera parada de la patrulla es en unas oficinas de la Fuerza Única Metropolitana, en la calle López Portillo de Guadalajara.

Allí, lejos de enmendarse el malentendido, el comerciante narra que empieza a recibir las primeras agresiones de los agentes: “Pasaba un policía y me golpeaba. Luego pasaba otro, me daba una patada, y me decía: ‘¡no te hagas pendejo. Ya dinos dónde guardas la droga!’ Yo les repetía que mi nombre era tal y que mis negocios eran legales, que lo checaran, que tenía las facturas de las ventas y de las compras de todos los carros que vendo. Pero no sirvió de nada”.

A continuación, otras cinco personas detenidas entran a las instalaciones de la policía y se unen a Martín y al otro aprehendido que venía con él en la patrulla. Momentos después, los siete son trasladados a las instalaciones de la Fiscalía General del Estado, ubicada en la calle 14, en la ciudad de Guadalajara.

Allí, Martín narra cómo lo torturaron.

“Yo puedo hacer contigo lo que quiera”

“Cuando llegué a ‘la 14’, me quitaron la ropa para ver que no trajera ningún arma. Me vendaron los ojos. Me ataron las manos. Me pusieron una franela en la boca, y entonces empezaron a golpearme por todo el cuerpo”, relata Martín.

“Luego se subió un tipo encima de mi pecho y me empezaron a echar agua en la nariz para que me asfixiara. Fue muy desesperante –en este punto hace una breve pausa en su narración para tomar aire y tragar saliva-. Después, agarraron unos cables de la luz y me los pusieron en los testículos durante mucho tiempo para electrocutarme. Así estuve desde la una de la mañana hasta las cuatro o cinco de la madrugada”.

A esa hora los policías se fueron y lo dejaron en la celda, desnudo y con los ojos vendados. Hasta que unas tres horas más tarde, “como a las ocho de la mañana” del viernes 19 de septiembre, llegaron otros agentes.

“Me levantaban la venda y me enseñaban fotos. Yo les decía que no conocía a nadie, y entonces comenzaron a golpearme otra vez”, suspira Martín, quien admite que llegó a rogar para que le señalaran qué nombres querían que dijera y así ponerle fin a la tortura.

Pero los policías no lo escuchaban. El empresario relata que sólo uno de ellos, entre paliza y paliza, se le acercó al oído y le susurró con sorna: “Mira pendejo, yo puedo hacer contigo lo que quiera. Yo soy aquí la autoridad. Te puedo matar ahorita mismo y mañana cuando te encuentren decimos que estabas ahí tirado. ¿Lo entiendes?”.

“Te vamos a meter los pies en aceite hirviendo si no hablas”

Al fin, a las dos de la tarde del viernes, Martín dice que un doctor lo examina y que da la orden de que le den algo de alimento.

Durante un rato le dan un respiro, aunque no le quitan la venda de los ojos para mantenerlo en pánico y desorientado.

“De allí me llevaron a otra oficina donde estaban los detenidos por cosas leves, como por borracheras y cosas así –explica-. Ahí fue cuando pensé que por fin me iban a soltar, que ya habrían checado que no era la persona que estaban buscando”.

Pero Martín se equivocaba.

Para su sorpresa, de aquella oficina lo llevaron al aeropuerto de Guadalajara para trasladarlo en helicóptero, “con los ojos vendados y esposado”, a las instalaciones de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO), ubicadas en la Ciudad de México. Allí le informan que está acusado de seis delitos federales: delincuencia organizada, robo de combustible, posesión de metanfetaminas (cristal) con fines de venta, portación de armas de uso exclusivo del Ejército mexicano, portación de cartuchos, y homicidio.

“En la SEIDO no hubo tortura física, pero sí psicológica –puntualiza el empresario-. Me decían que ya me estaban calentando el aceite y que me iban a meter los pies en un cazo. Y todo para que firmara una declaración donde ellos inventaban todo”.

Finalmente, Martín se niega en reiteradas ocasiones a firmar la declaración, y lo trasladan al penal de máxima seguridad de Perote, en Veracruz, donde denuncia que compartía celda con siete reos en un espacio diseñado para dos. Y tras ocho meses, lo cambian a Puente Grande, Jalisco, donde se encuentra en la actualidad.

“Esto es muy duro. Porque imagínate, de estar tranquilo en mi casa un jueves esperando a que llegara mi esposa, pasé a dormir el martes en un penal de máxima seguridad, como si fuera el peor de los criminales”, dice lacónico Martín, quien apresuradamente se despide porque alguien le acaba de avisar que su tiempo para la llamada ya se terminó.

(Mañana sábado 4 de marzo, Animal Político publica la segunda y última parte de este reportaje, en el que se expone las irregularidades en el proceso de Martín, a pesar de las cuales sigue preso después de un año y cinco meses de su detención)