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De sillas y músicas; la materialidad del sonido
Nadie duda de la existencia de la Sinfonía Fantástica, o cuando menos de que ésta tiene lugar intermitentemente, pero, ¿donde está? ¿Hace falta que esté en alguna parte? ¿Podemos considerarla un objeto?
Sin duda es más fácil atribuirle objetividad a La Pietà que al Clair de Lune; La Pietà ostenta más materialidad. Pero en este punto quisiera recordar la concepción de materia de Bertrand Russell, la cual es, en síntesis, una serie de sucesos espacio-temporales. Una silla constituye una ristra de sucesos de este tipo, y nuestras sensaciones y percepciones relacionadas con ella conforman otra serie de sucesos.
Gracias a las inferencias complejas construidas a partir del método científico sabemos que una silla está constituida por átomos, que los protones y electrones que los conforman se encuentran en constante agitación energética y sabemos también que no se tocan entre ellos. Nuestra silla aparece entonces como una serie de sucesos cuya unidad la distingue de otros sucesos coexistentes. Por lo menos eso inferimos desde nuestra soledad perceptiva.
Tal vez la visión de Russell complique nuestra concepción tradicional de la materia y los objetos, pero esta misma visión puede ayudarnos a concebir una obra musical como un objeto.
La pequeñez y rapidez de los sucesos que dan lugar a lo que llamamos silla le están vedados a nuestra capacidad perceptiva. A diferencia de una silla, una obra musical se desenvuelve en un tiempo perceptible. Una nota sigue a la otra, un acorde sustituye al anterior en un movimiento incesante de sustitución, sin embargo nuestra cognición agrupa esta sucesión temporal como una unidad. Podría pensarse que percibir una melodía implica tiempo mientras que percibir una silla no.
¿Cuánto dura un instante? Para fines sensoriales y perceptivos, un instante no es una fracción temporal de duración cero. En 1980, William James, uno de los fundadores de la psicología moderna, definió el “presente especioso” como “el prototipo de todos los tiempos concebidos [...], cuya breve duración sentimos de un modo inmediato e incesante”. Aunque vaga, la definición de James abre la puerta a cuestiones interesantes. Siguiendo su planteamiento, es necesario un lapso temporal para que nuestro aparato sensorial y cognitivo perciba el presente, lo conciba como tal y lo distinga de un pasado y de un futuro. Así, no solo las melodías necesitan del tiempo para ser percibidas como tales: una silla también lo requiere.
Según esta idea, sin un presente espacioso no serían posibles las melodías, pues éstas constituyen sucesiones de sonidos a través del tiempo y necesitan forzosamente una conciencia capaz de experimentar su fluctuación y configuración métrica para asumirlos como estructuras sonoras. Pero tampoco sería posible percibir sillas sin este artificio de la cognición humana.
La definición de William James de presente especioso puede ciertamente asociarse con la memoria a corto plazo, pero en una modalidad más breve e involuntaria. No hace falta que mientras doy un sorbo a mi cerveza haga un esfuerzo para recordar a qué sabe la cerveza que estoy probando. “Memoria gerundia”, se me ocurre como metáfora esperpéntica del presente especioso.
¿Russell + James?: La música se desarrolla como una serie de sucesos vibratorios percibidos a través del presente especioso conformando una entidad sonora unificada, un objeto auditivo.
Por supuesto, falta el lado emotivo en esta serie de sucesos, pero no hablaré de ello, por una parte porque no hay espacio en esta columna, por otra porque mi intención era simplemente despertar algún interés sobre el complejo mecanismo cognitivo que hace falta para identificar estructuras sonoras y objetivarlas, y cómo concibiendo la materia como una serie de sucesos, una silla no difiere sustancialmente de una melodía.