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De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero
Cuando empezó a formarse hace cuatro mil millones de años, la Tierra era un lugar sin vida. Nada sobrevivía sobre ella. Pasaron 300 millones de años para que se formara el primer organismo celular: la vida había comenzado. Luego, inició un lento proceso que dio paso al árbol de la vida. Surgieron organismos más complejos y, tras miles de millones de años, las plantas, los animales y finalmente los primeros humanos.
Esos seres humanos empezaron a pensar y tuvieron recuerdos, ideas y propósitos. Supimos que estábamos vivos y que pensábamos. Desarrollamos el lenguaje y nos hacíamos preguntas acerca de nuestra presencia en este mundo y el porqué de las cosas. ¿Pero cómo fue que pasamos de un mundo sin alma a tener eso que las religiones dicen que tanto Dios como el demonio se disputan? No sabemos. Hasta ahora no disponemos de pruebas de su existencia, pero aceptamos que existe a pesar de que ignoramos por qué y cómo funciona; el alma es una de las cuestiones más importantes de nuestras vidas, algo inmaterial y eterno.
Nuestra idea del alma ha estado ligada a la creencia generalizada de la vida después de la muerte, nuestra fuerza vital, algo que nos impulsa y que es independiente del cuerpo.
Ya hace miles de años, Aristóteles decía que todos los seres vivos –plantas, animales y humanos– tienen alma. Las plantas, un alma vegetativa; los animales, sensitiva; y los humanos, racional. Thomas Mann decía que un alma sin cuerpo es tan inhumana y atroz como un cuerpo sin alma, y el poeta español Gustavo Adolfo Bécquer decía que “si pudiera hacerse la disección de las almas, cuántas muertes misteriosas se explicarían”.
Pero luego de las citas poéticas o explicaciones filosóficas, llegó la ciencia que no atinó tampoco a explicar si existe o no el alma. Primero la buscaron a través del lente de un microscopio y en un tubo de ensayo: el resultado fue nada. Tampoco les fue posible saber de qué se compone: si es líquida, sólida o gaseosa. Mucho menos conocer dónde se localiza, pues algunos dicen que está en el corazón, otros en el cerebro en medio de neuronas y a un lado de la conciencia, algo que tampoco hemos podido probar.
Lo único que puedo decir la ciencia, es que vivimos un tiempo y que al morir termina todo, y han dado por cierta la versión de que no existe una dimensión espiritual de la vida, que nuestro cuerpo es sólo la suma de oxígeno, hidrógeno, carbono y algunas otras proteínas.
Para probarlo, un grupo de científicos realizó experimentos para revisar la composición química del cuerpo humano. Descubrieron que estamos hechos de oxígeno 65 por ciento, carbono 18 por ciento, hidrógeno 10 por ciento, nitrógeno 3 por ciento, calcio 1.5 por ciento, fósforo 1 por ciento, potasio 0.25 por ciento, azufre 0.25 por ciento, sodio 0.15 por ciento, cloro 0.15 por ciento, magnesio 0.05 por ciento, hierro 0.006 por ciento, elementos que sumados dan un total de 99.356 por ciento. Al resto no se le pudo encontrar por ninguna parte.
Esto motivó al doctor Duncan MacDougall a intentar comprobar que el alma tenía un peso específico y que, por tanto, existía. Fue en el año de 1907 cuando la revista American Medicine publicó un experimento de este doctor originario de Massachusetts, que, utilizando una cama adecuada como báscula, pesó a seis personas moribundas observándolas a través del proceso de su muerte y registrando cada cambio de peso. El resultado fue sorprendente: inmediatamente después de su muerte, los cuerpos perdieron 21.262142347500003 gramos: el peso del alma.
La evidencia se convirtió en un problema para el viejo paradigma de la biología y las ciencias cognitivas. Y es que los resultados de esta experimentación científica no sólo desafían nuestra intuición clásica, sino que también sugieren que el alma es inmortal y existe fuera del espacio y del tiempo y que quizás, solo quizás, hay otras vidas después de lo que entendemos como muerte. Que ¿hacia dónde va el alma?, eso será tema de otro artículo.
¿Es un hecho para preocuparnos? No lo sé, pero en este mundo en donde he visto a muchos matar y traicionar por poder y dinero, se vuelve vigente el dicho del filósofo y también científico francés Blaise Pascal cuando cuestionó: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? Siendo así, si te pusiste a dieta y acaso bajaste apenas 21 gramos, lo más probable es que lo que perdiste algo y no fue peso.