De payaso a bufón, una involución. La torcida relación de la prensa con el poder

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De payaso a bufón, una involución. La torcida relación de la prensa con el poder

Andrés Manuel López Obrador es el culpable de que los periodistas que antes eran “jilgueros” del poder ahora se hayan convertido en sus peores críticos, los mismos que han llegado al extremo de la injuria, un exceso que raya en la ingobernabilidad.

Cuando ya no se respeta al Presidente y este es fuente de polarización la cosa es preocupante. “El orden tiene límites, pero el desorden carece de fronteras”. Y entonces será más fácil volver a la relación prensa-gobierno del pasado. La mano que soborna con largueza, pero también la mano que golpea con rudeza.

Y esa fue la relación torcida de la prensa con el poder desde el siglo pasado. Salvo honrosas excepciones, la mayoría de los periodistas tenían su tarifa.

Si nos remontamos hasta el sexenio de Miguel Alemán (1946-1952), tendremos el ejemplo de prensa que persiste hasta la fecha. Carlos Denegri era el líder de opinión, corrupto hasta la médula, ganaba millones a través del chantaje y la extorsión. Su contraparte era Jorge Piñó Sandoval, un prócer del buen periodismo, golpeado y perseguido hasta el exilio. El ministro Horacio Flores de la Peña, insigne saltillense, lo rescató y protegió en Patrimonio Nacional.

Pero los corruptos se han enriquecido al margen de la ética periodística. Hasta los extranjeros han encontrado su lugar en la corte del rey sexenal: Joaquín López-Dóriga, Pablo Hiriart y Jorge Fernández Menéndez. Su honrosa contraparte, perseguidos y encarcelados: el español Víctor Rico Galán y el argentino Adolfo Gilly.

Hoy tenemos que los clásicos turiferarios del poder se han vuelto en los peores detractores del actual presidente López Obrador, culpable por no sobornar y por no golpear, asimismo, por su cotidiana exposición.

Don Adolfo Ruiz Cortines no se exponía y mejor mandaba a sus ministros a declarar. “¿Y si se equivocan?”, le preguntó una vez don Humberto Romero, vocero presidencial: “Se equivocan ellos, no el presidente”. De haber seguido el consejo, Jolopo habría evitado el mote del “Perro” y AMLO nada tendría que ver con lo del “Cacas”. Claro, de su propia boca salieron los apodos. ¿Qué necesidad?

Peor están los críticos. A López-Dóriga lo corrió don Pedro Ferriz del Canal 13 por venal. A Loret lo echaron de Televisa como en su momento a Denegri, por “exceso de audiencia”. Las “empresas” de Ciro Gómez cobraron millones al gobierno por publicidad. Usted sabe, las famosas cápsulas publicitarias que ellos pasan como notas informativas.

Tampoco hay que olvidar cuando el madrileño Dóriga se topó con la reciedumbre vasca de Asunción Aramburuzabala ante un intento de extorsión. La mujer más rica de México lo ubicó: “Joaquín, yo expongo tu modus operandi, tu porquería y no me avergüenza ser rica porque soy heredera de un gran imperio, mi dinero no es mal habido, como el tuyo”. ¡Bófonos cabrón!

Y mire lo que son las cosas, fue un periodista local el que mejor ubicó a estos mercenarios: “López-Dóriga me la pela, Loret de Mola es un pendejo… En serio, nadie los ve…”. Y es cierto, nadie mejor para definirlos para hacerlos sus pares o, mejor dicho, sus remedos. Bien hecho mi paloma herida, usted sí tuvo alas para volar, no reptar como el payaso Brozo, que lo más tenebroso que le queda es la involución al trágico origen de bufón.