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De lo privado a lo público, del moris al ethos
El expansionismo siempre estuvo y está en la mente de los fuertes. En los siglos 15 y 16 portugueses, ingleses, holandeses, franceses y españoles salieron a los océanos buscando poder para fortalecer sus reinos. Y cuando se asentaron por la fuerza, dejaron también sus costumbres, algunas buenas, otras no tanto. Todas, particularmente la española vivía un ambiente de decadencia moral, política, económica y religiosa.
El proceso de aculturización del que fuimos objeto tiene todo que ver con la forma en como hoy nos comportamos. Estoy seguro que usted se ha preguntado sobre el imponderable: ¿qué hubiera pasado si en vez de que los españoles hubieran llegado con su codicia, ignorancia y religión, lo hubiese hecho otro pueblo? Me refiero –para que no se malentienda la idea– a los que llegaron en ese momento. Por supuesto, lo ideal hubiera sido que no llegase nadie, pero esto es pedir demasiado, los seres humanos nos caracterizamos por no estar satisfechos con lo que tenemos, habrá que echarle un vistazo a la “Dialéctica del Esclavo y el Amo” de Hegel.
Somos herederos de la cultura grecolatina y por ende depositarios de su cosmovisión cultural, religiosa y social, en fin, sus costumbres quedaron tan arraigadas que ahora es bastante complicado sacarlas de nuestro escenario. Y en ese sentido dependiendo de quienes nos impusieron su cultura, costumbres, aparato legal y religión se ha entretejido nuestra personalidad y nuestro entorno. Por los 15 siglos de dominación somos más latinos que griegos.
De todo lo anteriormente dicho se desprenden muchos temas, pero lo quiero llevar en esta reflexión al escenario del ethos. Porque en virtud de la endeble tradición latina que nos transmitieron los españoles por motivos de imposición –conquista– es como hoy entendemos las dimensiones de la vida en las que nos movemos.
Para afinar, a diferencia de otras culturas en la nuestra se da una forma de entender la política plagada de inconsistencias, de intrigas, de impunidad, de corrupción y de dependencia. Una manera de entender economía donde la codicia, la avaricia y la ambición desmedida son el sello de la casa. Una particular concepción religiosa, donde se prioriza el doble discurso, la simulación, la idea de fortalecer el status quo y, por supuesto, la mentalidad de una sociedad poco disruptiva donde conviene conservar la estructura y donde el “otro” no tiene la menor importancia, porque “siempre ha sido así”.
Para los latinos importaban las costumbres –el moris–, para los griegos el ethos. La moral no es un árbol que da moras, como decía don Fidel Velázquez, la moral son los valores, las creencias, las costumbres y los acuerdos que tiene una sociedad determinada acerca de lo correcto o no en la misma, que como en la nuestra, muchas prácticas no son las mejores. Otro elemento importante a tener en cuenta es que de un grupo humano a otro, el moris –las costumbres– cambia. Aquí se entiende perfectamente el dicho aquel de que “a donde fueres haz lo que vieres”.
Entonces “somos como somos y hacemos lo que hacemos” porque si no, no fuésemos mexicanos. La corrupción, el soborno, el nepotismo, el influyentismo, la impuntualidad, la fanfarronería, el despilfarro, la grilla, la colusión del funcionario con el patrón, la venta de puestos y plazas, el contrabando o la fayuca, los fraudes al fisco, los aviadores, la explotación de los trabajadores, los líderes charros, el incumplimiento laboral de los lunes, la asistencia al estadio, la comida del domingo, los compadres, el malinchismo, el gusto por la lucha libre, el amor a la madre, los tacos, la importancia de los símbolos patrios, su sentido del humor, su capacidad imaginativa, el abstencionismo y el rompimiento de las reglas son parte del moris en el mexicano.
El ethos griego tiene que ver con la formación del carácter del ciudadano, con la construcción de lo público, con el entender la libertad como responsabilidad, la igualdad como presupuesto fundamental, y el respeto activo y el diálogo que evitan confrontaciones. El ethos se encuentra en la dimensión de lo comunitario, donde se dan las relaciones entre las personas, donde se requiere tener en cuenta la pluralidad que nos enriquece y la diversidad que nos aporta y quien está a la cabeza –el Estado– debe promover virtudes públicas como la civilidad, tolerancia, la racionabilidad, la equidad, la justicia y la solidaridad.
El moris, aunque es un elemento fundante de la personalidad humana, nos volvió irresponsables con respecto a los otros. Por ejemplo, ¿por qué no acatamos los protocolos que se nos sugieren en estos tiempos de pandemia? Porque nuestras costumbres marcan ir sistemáticamente contra lo establecido. No se le hace que ya es tiempo de pasar del moris al ethos, de dejar de pensar en lo mío y de comenzar a preocuparnos por lo de todos. Ahí está la gran diferencia.
Hoy requerimos un talante y un carácter ciudadano que, como dice Carol Gilligan, en su propuesta de “La Ética del Cuidado”, que abogue por el cuidado y el bienestar del otro, por la benevolencia como matriz de las relaciones sociales, por una actitud que vaya más allá de las fronteras del grupo al que pertenezco y de manera particular por el reconocimiento del otro. Por estos días, en que los rebrotes del COVID-19 aumentan, pensemos más en los otros. Así las cosas.