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De libros

Si en este Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor quisiéramos señalar a un saltillense de libros, en el pasado siglo, de inmediato acude a la mente Artemio de Valle-Arizpe, uno de los más vastos y reconocidos escritores mexicanos. Hombre de libros en todos sus aspectos: los leyó, los escribió, los coleccionó. En “Historia de una Vocación”, cuenta que la Biblioteca del Ateneo Fuente le proporcionó muchas de sus lecturas juveniles, y otras las encontró siendo estudiante en San Luis Potosí, en la biblioteca del obispo de aquella diócesis, monseñor Ignacio Montes de Oca, también ilustre escritor y traductor del latino Píndaro. Dice Valle-Arizpe que en la biblioteca del sabio prelado se sentía “como ratón en queso de bola o como gato encerrado en pajarera”, y narra el inefable placer que era “no sólo quedar harto con la lección de los libros, sino dar contento a los ojos... ir curioseando..., hojear las ediciones de anchos márgenes, magníficas y raras, estampadas en papeles estupendos de particular olor, que al volver sus páginas hacían leve ruidecillo…”. Don Artemio fue extravagante personaje. Formó una original colección de sortijas, bastones y objetos coloniales, pero los libros fueron su ambiente natural. Vivió entre los suyos y los que atesoraban sus amigos en sus bibliotecas, famosas muchas de ellas en los últimos años del Siglo 19 y la primera mitad del siglo pasado. Fue autor de más de 50 libros publicados. Valle-Arizpe es en sí mismo, un homenaje al libro.

Mucho y muchos, hasta los grandes, han escrito sobre los libros. De sobra conocido es el texto de Jorge Luis Borges: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación”. Borges, lector y escritor profundo, es él mismo, como Valle-Arizpe, otro homenaje al libro.

La historia del libro tiene dos vertientes: la de la infamia y la gloriosa. Las dos le han acarreado fama. Por un lado, los libros son fuente de discordia y discusión, origen de manifestaciones políticas y religiosas, y bandera de causas nobles y generosas. Han sido tan alabados y defendidos como señalados con índice de fuego, quemados y destruidos. Víctimas de luchas ideológicas, en el mejor de los casos fueron escondidos por manos piadosas e inteligentes para evitar su destrucción, pero víctimas de la ignorancia y la negligencia, han sido olvidados en sótanos y bodegas, y presos de la humedad, se convirtieron en pasto de ratas y alimento de plagas. Causa de feroces batallas, no pocos impresores y autores fueron perseguidos y llevados a la hoguera por el Santo Oficio. Motivo de alianzas, a veces trágicas, entre los hombres, y entre éstos y Dios, han sido presas del fuego o defendidos hasta con la muerte. Igual han sido utilizados por gobernantes tiranos para perpetuarse en el poder y propagar sus doctrinas, que objeto de desprestigio o de alabanza y respetables premios económicos para su autor.

En ocasiones han sido impresos en secreto, y alguna vez en tirajes tan sorprendentes como el de sólo un ejemplar que hicieron los libreros mexicanos para obsequiarlo a don Pedro Robredo cuando se retiró del comercio de libros en 1936. También han sido impresos en miles y millones de ejemplares en múltiples ediciones, como “Harry Potter” o “El Código Da Vinci”.

El poder de la palabra escrita o impresa es tal, que algunos libros han sido capaces de mantener una polémica durante siglos, como el Evangelio de Judas. A más de 18 centurias de conocerse su existencia, aún hoy provoca encarnizadas discusiones.