De la esperanza a la certidumbre

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De la esperanza a la certidumbre

Es como una carrera de caballos, tan impetuosa como conseguir agua en un desierto, o la búsqueda incesante de la mina del oro que brilló en las pepitas escondidas en los arroyos de California. Así hemos estado atentos a la investigación frenética de la vacuna del coronavirus.

Los institutos de investigación científica, los gobernantes y políticos, los millonarios visionarios y/o generosos, financieros y/o filántropos, las comercializadoras farmacéuticas públicas y/o privadas están participando en este maratón mundial para producir la vacuna que compruebe la rigurosa validez científica y la más alta confiabilidad, suficientemente efectiva para toda la humanidad.

El frenesí de la competencia no se reduce a lograr el dictamen científicamente comprobable de la validez y confiabilidad de los científicos pues vivimos unos tiempos de desconfianza que también alcanza a los institutos científicos. No están inmunizados contra el relativismo, el escepticismo generalizado, la competencia comercial que hace de la anhelada vacuna una moneda para el enriquecimiento del poder político y económico. 

La verdad y efectividad de la vacuna nacen, crecen, se magnifican o se calumnian en este contexto comercial-político-científico en el que todos vivimos. Estas tres dimensiones están subordinadas a otra que las trasciende: la esperanza de lograr la certidumbre del control de la pandemia. Este es el fin que trasciende y que puede dar un orden a la estampida indómita de la angustia, la política y el dinero que abruma a los pueblos.

El papa Francisco inició el miércoles pasado la etapa de la Cuaresma. Resaltó su significado fundamental al afirmar en una frase enigmática que provoca tanto la reflexión cristiana como la humana. “Hoy iniciamos el regreso”. ¿A dónde? ¿Al pasado de la esclavitud? ¿Al pasado de la verdad que libera?

El verbo “regresar” incluye dos polos: “de donde regresar y hacia donde volver”. Excluye un aparente estado del ser humano: permanecer en la comodidad pasiva, tan inerte como un cadáver ambulante. Incluye el diario vivir de levantarse y caminar esperando llegar a un lado, obtener algo necesario, avanzar en un proyecto, ejercer la vitalidad del corazón y del pensamiento, de la búsqueda y de la pasión.

“Dejar la esclavitud de Egipto, peregrinar en el desierto durante 40 años y conseguir la libertad en Jerusalén”. Dejar atrás lo que ha encadenado y reprimido a nuestra persona y lo que nos rodea, y conseguir lo que necesita para ser libre. Es el proceso de crecer y vivir que no se puede dar sin la fuerza de la esperanza, no se genera de manera espontánea sino a pesar del caos de desierto de oportunidades, peligros y conflictos.

La vacuna contra el coronavirus es una tierra lejana que todos esperamos obtener en un desierto saturado de enemigos que tenemos que vencer: el desempleo, el hambre, la enfermedad y el luto, el miedo que derrumba la energía, el caos económico y político que exige certidumbre en la competencia, en la educación y en la seguridad.

Hay que dejar atrás las cuaresmas estériles, mágicas, depresivas que nos hunden en la pasividad impotente. Hay que vaciar nuestra mente de esperanzas ilusas, ingenuas, que nos dieron una vana certidumbre y que erosionó nuestro carácter, nuestra cultura y nuestras tradiciones. Esta Cuaresma hoy no se contenta con ayunos y limosnas. No son suficientes para alimentar una esperanza que cultive la certidumbre del camino. Hay que regresar y abandonar el camino andado del pesimismo y la hostilidad. Peregrinar hacia la verdad difícil que nos guíe no sólo hacia la vacuna efectiva, sino también hacia la salud física y moral, la fraternidad y la justicia social, el hambre de verdad y la resurrección de la honestidad política, económica y social.