De genios a olvidados: la caída al infierno de los creadores de 'La bruja de Blair'

Usted está aquí

De genios a olvidados: la caída al infierno de los creadores de 'La bruja de Blair'

Foto: Vanguardia/ Archivo
Los dos chavales que crearon el primer fenómeno cinematográfico de Internet se han perdido en su propio bosque. Damos con ellos y nos cuentan sus pesares

Aquellos dos chicos que vestían sudaderas con capucha y camisas de flores, y que exhibían aires despreocupados rayando el pasotismo, acababan de ser considerados como genios por los medios más influyentes. Eduardo Sánchez y Daniel Myrick dirigieron en 1999 (tenían 30 y 36 años) El proyecto de la bruja de Blair, una película de terror absolutamente original, un pelotazo en taquilla, el primer fenómeno cinematográfico de Internet. “Estos dos cineastas son extremadamente astutos y talentosos. Me pregunto qué brillante idea tendrán a continuación”, escribió en 1999 el crítico de The New York Times. Sin embargo, lo que llegó a continuación fue una caída vertiginosa y veloz al olvido, seguramente una de las más pronunciadas de la historia del cine. Hoy, en 2015, nadie se acuerda de ellos y solo estrenan sus películas directamente en dvd. Qué pasó para que todos nos equivocáramos.

La caída de Eduardo Sánchez (Cuba, 46 años) y Daniel Myrick (Florida, 52 años) no es la única ocasión en la que Hollywood enaltece a sus criaturas para luego ignorarlas, pero sí es de las más radicales. Ambos tardaron siete años en dirigir su segunda película, Altered en el caso de Sánchez y Believers en el de Myrick. Ambas fueron estrenadas directamente en dvd, circuito en el que han desarrollado el resto de su carrera. Un territorio deprimente para alguien que a los 30 años protagonizó la portada de HYPERLINK Time.

Cuando ICON se puso en contacto con la productora de Daniel Myrick (solo 82 seguidores en Twitter) para concertar una entrevista sobre la vorágine de este fenómeno sin precedentes, nos sorprendió la inmediata respuesta del propio Myrick. “Llámame Dan”, sugirió con la misma afabilidad que desconcertaba a la prensa hace 15 años. “Ahora mismo estoy de camino al desierto, donde escribiré mi próxima película, The weaver hill incident”. Casualmente (o no), la estructura del título es idéntica a la de su emblemático debut.

Myrick y Sánchez llegaron al Festival de Sundance en 1999 buscando distribución para El proyecto de la bruja de Blair. Tras una enfervorizada proyección nocturna consiguieron un acuerdo con Artisan, un estudio de cine de autor independiente cuyo mayor triunfo había sido distribuir Pi (Darren Aronofsky, 1998). Para poner el panorama en perspectiva, en 1999 la película más rentable de la historia era El Mariachi (Robert Rodríguez, 1992), con un presupuesto de 6.200 euros y una recaudación de 1,8 millones. Ese era el listón para la productora Haxan Films, compuesta por cinco cineastas de la Escuela de Cine de Orlando (EE UU) incluyendo a Sánchez y Myrick. No es que El proyecto de la bruja de Blair batiera ese récord, es que convirtió sus 19.500 euros de presupuesto en 220 millones de euros.

La película proponía un terror basado en la confusión y el realismo de un falso documental con los videos encontrados de tres estudiantes de excursión por el bosque. El impacto de Internet entre el público aún no estaba definido; paradójicamente, el uso de Internet era ya suficientemente popular como para que la web BlairWitch.com recibiese 1 millón de visitas diarias, pero no como para detener la leyenda urbana inicial de que las imágenes de la película eran reales. La película se benefició del efecto sorpresa, y supuso el último gran golpe de efecto en la historia del cine independiente: gracias a Internet, cualquiera podía no solo ya producirse una película, sino venderla, llegar a millones de personas y convertirla en un evento antes incluso de su estreno. Un extraordinario uso del “marketing viral”, término que había nacido tan solo tres años antes.

Myrick se siente orgulloso de haber contribuido a esta violenta mutación en la industria del cine. “Ahora todo está polarizado: grandes presupuestos o producciones minúsculas. Nosotros demostramos que no hacen falta estrellas para lograr un éxito, pero eso ha acabado por eliminar la clase media de Hollywood”, señala.

Eduardo Sánchez y Daniel Myrick se recorrieron el mundo entero, incluido el festival de Cannes (que les dio el Premio de la Juventud), vistiendo sudaderas de capucha y camisas de flores (son de Orlando al fin y al cabo). Su actitud era natural y aparentemente despreocupada, insistiendo en que simplemente querían hacer sus propias películas. Contaban que para escribir el guión simplemente habían diseñado los acontecimientos principales de la excursión, dejando a los actores otorgar el carácter a sus personajes mediante la improvisación. Habían abusado de la cámara temblorosa para disimular fallos de montaje, y habían basado el terror en una estatua hecha con palos. Ocho días de rodaje y 20 horas de metraje que se convirtieron en un fenómeno social. Pero Hollywood lo recibió con recelo.

“Como una cabaña construida con latas de refresco, El proyecto de la bruja de Blair es un excelente ejemplo de cómo construir algo desde la nada”, reconocía Janet Maslin en The New York Times. “Nada excepto imaginación y un plan tan innovador que debería convertir a sus creadores en ídolos en las escuelas de cine”. ¿Acaso Myrick y Sánchez tenían verdadera visión, cuando reconocían que rodaron sin guión improvisando los diálogos? Por supuesto, lo único que veía Hollywood eran esos 220 millones de euros que recaudó la película, y lo rentable que podía resultar la frase “de los directores de El proyecto de la bruja de Blair”.

Para decepción de la crítica lo único que le ofrecieron a Sánchez y Myrick después de El proyecto de la bruja de Blair fue El exorcista 4 y las secuelas de Blair. Pero Myrick y Sánchez no querían hacer las secuelas de su éxito (y mucho menos las de El exorcista) por cuestiones creativas: querían aprovechar para hacer otras cosas y no verse atrapados en La bruja de Blair. Ante la negativa de ellos, finalmente Blair Witch 2: El libro de las sombras la dirigió un desconocido, Joe Berlinger. Se estrenó en 2000, y apenas tuvo repercusión. Myrick y Sánchez prefirieron desarrollar Heart of love, una comedia a lo Monty Python sobre un hombre que descubría ser Dios. Nadie quiso financiársela si no se comprometían a rodar El proyecto de la bruja de Blair 3 a cambio. Parecía que nadie iba a dejarles tener control real sobre su propia obra. Myrick reconoce: “La única forma de sobrevivir en el negocio es ser consciente de que la mayoría de la gente sólo quiere aprovecharse de ti para conseguir sus propias metas”.

Fue cuando la vida de los dos tomó caminos diferentes. Tras invertir dos años en este proyecto fallido, Eduardo Sánchez se negaba a volver al cine de terror (género difícil de vender tras los atentados de las Torres Gemelas, como él mismo reconoció), pero a la vez era el único tipo de cine al que su nombre aportaba publicidad. Así que mientras los actores de Blair se veían condenados a películas de terror de bajo presupuesto y personajes de “el muerto de la semana” en series de investigaciones criminales, todo el equipo de Haxan Films decidió casarse, comprarse una casa y tener hijos. El productor Gregg Hale recuerda cómo el Festival de Sundance rechazaba sus películas una y otra vez. “No sabíamos lo que hacíamos. No éramos empresarios, éramos cineastas independientes”, dice.

Hollywood no tuvo problemas en olvidarse de Sánchez, Myrick, Artisan (absorbida por su rival Lionsgate) y las películas de falso documental. Por establecer un paralelismo, también en 1999 apareció como un huracán M. Night Shyamalan y El sexto sentido, pero a él sí le siguen dando oportunidades: su película revelación nació dentro de Hollywood, redil en el que Shyamalan ha seguido creando cine. A Hollywood le incomodaba el fenómeno Blair porque no era suyo, y por tanto era incontrolable y no les daba beneficios económicos. Esa fiebre era en realidad una amenaza. Digamos que en la industria nadie se esforzó demasiado por darle una carrera a Sánchez y Myrick y prefirieron fingir que no existían sin esperar al clásico fracaso con la segunda película.

Daniel Myrick (Dan para nosotros) no tarda ni un segundo en afirmar que su mayor decepción fue “trabajar con productores que no tenían ni idea de lo que hacían”, evocando aquella teoría que dice que en Hollywood la gente se dedica al cine del mismo modo que si vivieran en Valencia se dedicarían a la industria de las naranjas. Este desencantamiento le ha llevado a fundar una nueva productora, en la que no quiere ni oír hablar de grandes estudios (ni ellos de él, las cosas como son). “Prefiero trabajar sin la supervisión de un adulto”, afirma, irónico.

Analizando su dramática pérdida de ímpetu comercial, la pregunta es obligatoria. ¿Dónde demonios están esos 220 millones que generó El proyecto de la bruja de Blair? Dan se convierte en un profesor de matemáticas y reflexiona para explicar unos cálculos que seguro que su mujer y sus amigos aún le consultan. “La mitad del dinero nunca llega a Estados Unidos. De esa mitad, los distribuidores [Artisan] se quedan un 40%”. Quedan 44 millones. “Entonces tienes que saldar los aplazamientos a los que te comprometiste durante el rodaje: beneficios para los inversores que alcanzan el 50% del neto [22 millones], el sueldo de los actores, el equipo, etc”. Finalmente Myrick sonríe para llegar a la conclusión que llevamos 15 años intuyendo: “Cuando los beneficios llegan al director, no queda mucho”. Suficiente para comprarse una casa en el desierto sólo para escribir, y poder tomar riesgos como productor, que es lo que hizo él.

Existe todo un circuito de cineastas que el público europeo desconoce por completo. Guionistas, productores y directores que incluso tienen éxitos millonarios en su filmografía, pero que sufren para conseguir distribución en salas de cine. El juego de Hollywood es una dinámica despiadada de la cual nosotros solo disfrutamos su cara amable: las películas acabadas, triunfadoras, avaladas por su éxito americano. En el caso de las películas atrapadas en un cruel limbo (están rodadas pero no se proyectan en ningún sitio), al menos las de género fantástico tienen la esperanza de alcanzar el estatus de culto gracias a Internet. Y de eso sabe mucho Eduardo Sánchez, cuya última película (Exists, 2014) proponía el inicio de una trilogía sobre el mito de Bigfoot (el Yeti) cuyo presupuesto en caso de triunfar ascendería a 22 millones de euros en su secuela y 70 millones en su tercera parte. Por ambición que no sea, desde luego.

Tras recaudar solo 3.600 € durante el único fin de semana en el que estuvo en cartel, este proyecto sobre Bigfoot supone una decepción más en la carrera de estos jóvenes prodigiosos. No nos extraña que cuando le pedimos a Daniel Myrick un mensaje para su yo de 1999, su única respuesta sea “disfruta mientras dura”. Su nombre quedará como una estadística en los estudios del negocio del cine. Y su ópera prima como un hito en la vida de todos los que éramos adolescentes en 1999, producto espontáneo del inocente nacimiento de Internet. Aquel nacimiento en el que nadie entendía muy bien qué estaba pasando, pero todo el mundo quería formar parte de ello.

Myrick está seguro de que no habrá ni un solo Halloween en el que no vuelvan a ver la película, conmemorada y jaleada durante algún festival o maratón de terror. Y les encanta hacerlo cada vez. Eduardo Sánchez y Daniel Myrick disfrutarán para siempre de un estatus ligeramente privilegiado gracias a una película de la que ellos en absoluto están cansados de hablar, porque siempre habrá alguien que quiera escucharles. Y eso es mucho más de lo que podían soñar en 1998. Su actitud, 16 años después, sigue siendo la misma: solo quieren hacer sus propias películas.

Por Juan Sanguino / El País