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Datos duros: delirio y dolor. Poco qué festejar a dos años de este gobierno
En 2016 el diccionario Oxford consideró “posverdad” (post-truth) como palabra del año y la definió como “lo relativo o referente a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”. La RAE la define como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”; la usa en una frase ejemplo: “Los demagogos son maestros de la posverdad”. Tristemente, no fue una palabra fugaz, sino que se ha venido consolidando y esparciendo como una de las peores plagas en décadas. Con ella, los demagogos en todas las latitudes han encontrado gasolina para el fuego y han afianzado sus otros datos cuando la realidad no les sonríe. La pandemia del COVID-19 eventualmente se irá, pero no es claro cómo o cuándo podremos derrotar a la posverdad.
Para un país como México, sediento de cambios y resultados aún antes de la pandemia, es aún más difícil navegar el huracán llamado posverdad porque quien controla el micrófono tiene la capacidad de hablar por encima de todos y establecer su propia (pos) verdad. Así, se cumplieron esta semana dos años del inicio del gobierno de AMLO y pareciera iluso pensar en tener un informe objetivo que llame strike a los strikes y bola a las bolas. Por diversos medios y redes sociales, los funcionarios de la autodenominada 4T, se congratularon como si estuvieran realmente transformando a México. El Presidente declaró que ya había cumplido 97 de 100 promesas. Si usted o yo hubiéramos estado en coma o en una isla desierta por los últimos dos años, nos hubieran despertado el 1 de diciembre de 2020 y sólo pudiéramos leer las notas, tuits y mensajes del Presidente y sus cercanos colaboradores (y fanáticos), pensaríamos que el País realmente ya habría cambiado; que la 4T habría sido capaz de transformar a México. La realidad es otra y no sé qué es más preocupante: si el Presidente realmente cree que su transformación va bien o que sepa que solamente está empujando su posverdad (sus “otros datos”) a sabiendas de que la transformación prometida no prende. Difícil encontrar un análisis o recuento objetivo de lo bueno y lo malo que se ha hecho estos dos años. Cualquiera que opine a favor o en contra inmediatamente se topa con una reacción opuesta al mejor estilo de la tercera ley de Newton. Esto es lo que yo percibo:
El PIB en caída libre (desde antes de la pandemia) y AMLO diciendo que inventará un índice alternativo para “medir lo que sí importa”; desempleo y subempleo al alza; más pobres que hace dos años; se pone a todos los empresarios en la misma canasta y se les ataca con alarmante frecuencia (mientras el Presidente sigue rodeado de unos cuantos favoritos, algunos con perfiles cuestionables); Pemex más quebrada que nunca; la inversión pública y privada en picada; se tiran abajo proyectos o inversiones en marcha para reemplazarlos por caprichos; licitaciones poco transparentes.
Seguimos lejos de tener un estado de derecho medianamente razonable. Se declara la victoria en la lucha contra la corrupción, pero no parece haber culpables de nada; sigue la impunidad en todos los frentes; la seguridad se deteriora a lo largo y ancho del País, mientras quien estuvo encargado de ella cree merecer la gubernatura de Sonora; no caen peces gordos, muchos anuncios mediáticos, pero resultados cuestionables o lentos (Lozoya; de Cienfuegos ni hablemos); a las mamás de los capos se les trata como realeza y a los capos se les perdona. Se refuerza el centralismo y se afloja la división de poderes. Nos recetan una Cartilla Moral y una Guía Ética con una mano, mientras con la otra se polariza y se atiza el fuego contra los “adversarios” (así se le llama a quien no está 100 por ciento de acuerdo con el Presidente). El ejército se vuelve ajonjolí de todos los moles y será muy difícil sacarlo de tantas actividades novedosas que se le han asignado. Después de más de 100 mil muertos (oficiales), el Presidente dice que “vamos bien” mientras la pandemia sigue tomando fuerza y él, por no sabemos qué motivos mentales, se sigue rehusando a ponerse siquiera un cubrebocas.
Por el lado positivo, se aumentó el salario mínimo; se reconoce necesidad de apoyos en las fronteras; hay un gobierno más austero; se apoyó al T-MEC; se tiene disciplina fiscal (tal vez de más, considerando la crisis); se asignan recursos a grupos desprotegidos (esto ha sido clave en la pandemia, aunque sea casualidad); la tasa de crecimiento de homicidios se reduce (sí, esto es positivo, por algo hay que empezar). El balance es favorable sólo si se lee con los malditos lentes de la posverdad.