¿Dar o recibir?
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¿Dar o recibir?
Nuestra cultura occidental y del Siglo 21 nos entrena a ser consumistas. No hay que sentirnos culpables —la mayoría lo somos—. Esta tendencia se hace más evidente especialmente en esta época de Navidad, donde los niños, adolescentes y jóvenes tienen obsesión sobre qué regalos van a recibir. Vivimos una generación que sólo les importa lo que van a recibir y no el contribuir o dar. Este fenómeno le llamo “muchachos de merecimiento”. Todo lo merecen por el simple hecho de existir.
Los hemos educado de recibir todo sin dar algo a cambio. Cuando les pedimos que puedan dar algo de ellos mismos o contribuir en la casa, se ponen energúmenos y preguntan un por qué en forma desafiante. Pareciera que nacieron para solamente recibir. Esta semana tuve la oportunidad de hablar con varios niños y adolescentes y lo único que hablaban es de lo que recibirían en esta Navidad. Los cuestioné si ellos regalarían algo a sus familiares, me respondieron: “No” y su por qué: “No tengo dinero”. Esa no es una razón válida, y cuando les recomendé que pudieran realizar algún regalo hecho con sus manos o una pequeña labor productiva y juntar algo de dinero me respondieron: “No sé hacer nada”, “¡Qué flojera!”, “Son mis vacaciones”, “Me lo merezco he sido un buen estudiante”, “No tengo tiempo”. En su mente y existencia no existe la virtud de agradecimiento y de dar. Entiendo que no tengan dinero, pero pueden se apasionados en dar dos o tres horas de servicio o trabajo personal hacia alguien.
Recuerdo una gran historia de Navidad escrita por el novelista ruso León Tolstoí en la cual un zapatero llamado Martín recibe una visión en un sueño que Dios lo visitará a su casa la mañana siguiente. Realiza todos los preparativos y en ese día da de comer a un forastero, un cobertor a una madre y a su hijo que tenían frío y protege a un niño que era golpeado en la calle.
Al oscurecer, Martín desesperado porque Dios no lo visitó, empezó a maldecir y tirar todo al piso, en ese momento un gran viento rompió una de sus ventanas y una Biblia que estaba sobre la mesa la abrió el pasaje del Nuevo Testamento de Mateo capítulo 25, versículo 40: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis”. En ese momento Martín entendió que Dios lo visitó no una sino tres veces a su casa. Se sintió muy bendecido. Enseñemos a nuestros hijos que el sentido de vida es dar y no sólo recibir. Ya que cuando nos entregamos recibimos mucho más. En los últimos años hemos perdido la esencia de regalar. Este acto se ha convertido simplemente en un producto, un bien o una comodidad. El mejor predictor para que un regalo sea apreciado no es por su precio o moda sino por la cantidad de tiempo, esfuerzo mental y físico en escogerlo, hacerlo o prepararlo. El valor de regalo no es su monto sino el amor que invertimos en él y entre más tiempo y esfuerzo “gastemos”, será mayor la satisfacción que recibiremos.
@JesusAmayaGuerr