Cuquita, la anciana de 80 años que decapitó su sobrino
Por: Jesús Peña
Fotos y video: Omar Saucedo
Edición: Kowanin Silva
Diseño: Edgar de la Garza
Ilustración: Esmirna Barrera
El corte era perfecto.
Dicen los que la vieron, que el corte era perfecto, certero, limpio.
Y que la cabeza de doña Olivia de la Rosa Ramírez, “Cuquita”, 80 años, puesta sobre el rotoplas, parecía como de cera.
Una cabeza de cera.
Otros, de plano, prefirieron no ver.
“Nomás no me quería arrimar pa ca. N’ombre…”, dice un chaval.
Casi cuatro meses después la gente de Zapata se resiste a creer que en un pueblo tan encogido, tan quieto, tan callado, como Zapata, hubiera pasado algo semejante.
Era el sábado 18 de junio, la víspera del Día del Padre, como a las 3:00 de la tarde, la hora en que el calor somnífero en Zapata obliga a la siesta y, como si fuera toque de queda, la gente se guarda en sus chozas de tierra con techos de chapa a dormir un rato.
Pero unos gritos y el alboroto que armaron las patrullas, se había apelotonado en el rancho una turba de patrullas, policías, gente, despertó a todos de golpe, con un sobresalto.
Qué habría pasado, se preguntaban unos a otros…
“Mirábamos mucho movimiento para aquella tiendita. Llegaron muchos elementos de la policía y así. Ya un hermano fue a ver qué era lo que estaba pasando y sí, era eso”, dice Beatriz Terán de la Rosa, una lugareña, bajo el portal de su casa en Zapata, su nene, como de un año, cargado en los brazos.
Y una imagen se quedaría grabada, seguramente para siempre, en la retina de algunos aldeanos:
La de José Daniel Treviño Medina, “Cremitas”,19 años, yendo por el pueblo, de allá para acá, con la cabeza de doña Olivia, “Cuquita”, su tia abuela, en la mano derecha, y en la izquierda… el filo de un hacha.
No era un sueño ni el recuerdo escalofriante de una película escalofriante.
De lo que pasó en el jacal de “Cuquita” nadie sabe, porque nadie vió.
Solo que la policía encontró el tronco, el cuerpo sin cabeza de “Cuquita”, tirado al fondo de su solar, detrás del tejabán de madera con techo de chapa a dos aguas, calentador de leña y chimenea, que fue su cocina.
Y a unos metros de allí, en la casa de doña Martha Medina, la tia de Daniel, la cabeza de Olivia, puesta encima de un tinaco.
“Pos fue impactante, vamos a decir, una cosa que no se esperaba aquí, sorprendente. Pasaron las semanas y eso que hizo el muchacho nos quedó… No sé explicarle, porque nunca en este rancho había pasado una cosa así”, dice Beatriz, el asombro en la cara.
Emiliano Zapata, municipio de Jiménez, Coahuila, situado al final de una trocha cacariza bordeada de verde que sale en mitad de la carretera que va de Piedras Negras a Ciudad Acuña, es un vergel de mezquites y álamos, mutilado por los viejos canales de riego que quedaron, como cicatrices, de allá, cuando Zapata era hacienda, a principios del siglo pasado, y había agricultura.
Pero eso ya pasó.
Muchos años después la noticia de que en Zapata un muchacho había decapitado a su tia abuela con un hacha, daba la vuelta al mundo, montada en las redes sociales.
Los niños del pueblo contándolo por todo el pueblo.
“Andaba un muchacho allá todo asustao que le habían mochao la cabeza a una señora”, dice un chico.
A doña Martha Medina, la tia de Daniel, “Cremitas”, se le hizo raro:
“Estaba muy bien, él iba todos los días aca la señora, ella le daba de comer, le daba café, le daba el chocolate, le daba pan, ella, la viejita y ‘ya vete porque Martha te va a andar buscando’, le decía y se venía el muchachito para acá y de rato se venía ella detrás de él. Dice ‘¿ya llegó Danielío, Martha?’, le digo ‘ya Cuquita, ya llegó’ y dice ‘ahí estuvo en la casa y yo le di de comer, le di café con pan y ya lo corrí que se viniera´.
“Y ese día, - dice Martha -, estuvo en la mañana con ella y le dio, ella le dio chocolate con pan y se vino detrás de él a decirme que ya se había venido y de ratito, como a las 2:00 de la tarde…”.
Y de ratito, como a las 2:00 de la tarde, dice Martha.
Pausa…
Martha es huraña, esquiva y reacia a dar entrevistas.
“No vayan a venir a llevarme… Yo no quise que él hiciera eso. Él no fue, era el puro diablo que traiba él, que lo indujo y el diablo es malo, le digo, satanás es malo y fue el que lo indujo a que hiciera eso”.
Al fin Martha cede.
Hacía tres meses que Daniel había regresado a Zapata, un pueblo donde los pocos ejidatarios que quedan, unos 36, se mantienen de sembrar maíz y pastura; otros, de hacer carbón de mezquite y criar animales.
La gente del pueblo no lo miraba desde que su madre, una señora Tomasa Medina, se lo llevó, junto con varios de sus hermanos, para Piedras Negras, a vivir con ella.
Entonces Daniel y sus hermanos eran unos críos, buenos críos, respetuosos críos, obedientes críos, trabajadores críos, dice Martha.
“Él era muy bueno, era muy buen muchachito, no sé qué le pasaría. Sí, eran buenos, pos aquí nacieron, aquí vivía su mamá, pero pos se enamoró de un viejío que era del otro lado, y que era del otro lado. Se la llevó pa Piedras”.
Platica Martha, la tia de Daniel, un lunes, como a las 3:00 de la tarde, la hora de la siesta en Zapata.
En el solar con gallinas, guajolotes, borregas y perros ladrando de la casa de Martha, las nubes, que parecen vacas gordas, amagan con desplomarse.
En el solar de la casa de la tia Martha, donde estaba el rotoplas, ya no está, con la cabeza de “Cuquita”, doña Olivia.
“Mi señor, que andaba ahí afuera, fue el que miró cuando (Daniel) venía con su cabecita de ella pa ca. Él mismo la traiba en la mano. Yo estaba acostada allá adentro cuando oí que gritaban y gritaban y dije ‘¿pos qué fue’?. En eso salí echa vuelo y ahí la tenía, la puso, arriba de un rotoplas”.
Cuando llegaron los policías le echaron una sábana.
Sigue contando Martha:
“Golpeó a mi hermano, también, al ‘Gordo’, con el hacha y todo, también lo quiso matar, pero Dios fue muy grande que no le hizo nada, no fueron de muerte sus heridas con el hacha en la cabeza. Le rajó aquí, tres rajadas le hizo en su cabeza”.
-¿Y su hermano qué hizo?
-No pos se cayó pal suelo y Daniel corrió pa allá. Y ya. Ya no supe. Llegó mucha gente y ya.
Y ya, dice Martha.
Recién, Tomasa, la mamá de Daniel, “Cremitas”, había mandado decir a su familia en Zapata que el muchacho estaba enfermo y quería que fueran a recogerlo a Piedras Negras, para llevarlo de vuelta al pueblo.
A su regreso a Zapata la gente lo desconoció.
Seguido lo miraban vagando sin rumbo por los caminos, por el monte, hablando solo, riéndose solo, haciendo ademanes al viento.
“Decían que se… Pos ya ve todos los muchachos que usan puro mugrero, y que le había llegado al cerebro y que por eso estaba así. Nomás gritaba y gritaba bien feo y levantaba las manos al cielo y ‘perdóname Dios, perdóname Dos, perdóname Dios’, hablaba solo muchas cosas”.
“Le preguntaba, ‘¿qué tienes mijo?, ¿qué tienes?’, ‘nada mi tia, nada’, decía, porque a veces sí captaba. Se ponía a platicar con nosotros y de repente se le volaba la chilipiorca… Su memoria, yo creo, y de repente empezaba hable y hable cosas y yo ‘ya cállate Danielito, no te cansas todo el día de estar hable y hable’., ‘no, no’, decía. Y ya pos… hizo eso”.
Y ya pos… hizo eso, dice Martha.
La voz y las facciones de Martha, son como las de quien estuviera narrando un cuento de horror.
Un mediodía de lluvia en la cancha de la única primaria del pueblo, la “Vicente Guerrero”, donde Daniel solía venir a jugar béisbol, era fielder izquierdo, con los plebes del rancho, Pedro de la Rosa, un vecino, sobrino de “Cuquita”, está contando:
“Jugaba béisbol con nosotros aquí y pos… de repente pasó eso. Jugaba bien el chavo nomás que de repente, como le digo. Andaba por las callesías éstas, por los caminíos, hablaba solo. Pos que estaba malo”.
-¿Sí atendía al juego?
-Si hacía caso. Así como estaba malío lo traiban al cuadro, le aventábamos la pelota y sí hacía caso.
-¿Y luego?
-De repente se reía solo, hablaba solo.
-¿De qué hablaba?
-No pos es que no se le entendía porque hablaba y se contestaba él solo.
Las lenguas del rancho pintan a Daniel así:
Un muchacho, delgado, pero fornido, alto, morocho y de cabellos oscuros, medio crespos.
Tranquilo, reservado, trabajador, bueno pa hacer carbón de mezquite.
¿Su infancia?, en Zapata; y el resto, hasta sus 19 años, en Piedras Negras.
Trabajando, en maquiladoras, fabriquítas, como hacen últimamente los jóvenes del pueblo.
Viviendo solo.
María de los Ángeles de la Rosa, prima hermana de “Cuquita”, se está meciendo bajo el porche de su casa, una tarde que ha comenzado a caer en Zapata una tormenta tibia.
“Su madre nunca lo procuró, lo dejó al abandono, por estar con otro marido. Que él la defendía mucho de ese señor, lo golpeaba al señor, porque golpeaba a su mamá. No le cayó bien al viejo y lo corrió de la casa. Él estuvo viviendo en Piedras, el muchacho, pagaba casita de renta, se asistía solo”.
“Ya estuvo malito - dice Martha, la tia de Daniel - y nosotros nos lo trajimos, porque pos su mamá se juntó con otro hombre y los aventó y él vivía solito mijo allé en Piedras”.
Cuando Daniel se volvió para el rancho ya venía así, como perdido, descontrolado.
“Creíamos que tenía un mal puesto o algo y gastamos mucha dinero. Nos decían que estaba embrujado y que estaba embrujado. Lo amarrábamos ahí porque se nos iba, se iba pa lla pal monte y luego los solazos que estaban”.
-¿Dónde lo amarraban?
-Ahí en la morita esa lo teníamos amarrado y luego ya nos dijeron que nos iban a castigar porque lo amarrábamos. Bueno pos… nosotros pa que no se nos fuera.
Entonces sus familiares llevaron a Daniel a ver varios curanderos.
A uno de Ciudad Acuña que cobro mil pesos; a otro de Zaragoza que también y a otro en San Isidro, (municipio de Piedras Negras), que prometió sanarlo a cambio de 11 mil pesos.
Nada le hicieron.
Lo dejaron igual.
No tuvo cambio.
“En la noche – dice Martha - lo metíamos amarrado porque se nos salía también. No dormía, él no dormía, nosotros lo velábamos, toda la noche lo cuidábamos, nos tunábamos yo y mijo, un muchacho mío, y mi señor. Nos decía que lo soltáramos, lo soltábamos porque nos daba lástima. Toda la noche hablaba oiga, todo el día, día y noche, día y noche”.
-¿Qué hablaba?
-Que satanás y que quién sabe qué… y nosotros ‘qué tendrá y qué tendrá’.
“Sí, ellos le agarraron mucho miedo, estos niños”.
Dice Martha, señalando a dos nenas, sus nietas, que han estado escuchado la plática.
Francisco Treviño Castillo, el comisariado ejidal de Zapata, sombrero, camisa azul de rayitas, crecido vientre, está sentado una mañana húmeda en una mecedora del portal de su casa, en el ejido Balcones, municipio de Jiménez:
“Ya todos se fueron a las fábricas. Sacan más de las fábricas que de la labor. Todos los muchachos jóvenes trabajan en las fábricas, ya nadie quiere ayudarle al papá aquí. Y ya estamos viejos, ¿ya qué vamos a hacer?, sacamos lo que podemos”.
Francisco dice que no supo, que andaba fuera, que no estuvo la tarde esa que pasó lo que pasó.
Se enteró hasta que vio pasar el cortejo fúnebre con los despojos de doña Olivia por la calle, rumbo al panteón de San Carlos, municipio de Jiménez
Todo el pueblo iba en la procesión.
“Ni cuenta me di, nomás de repente que a Olivia la habían matao. Nomás me comentaron eso: que la cabeza la traía el pelao, el muchacho ese, y que iba a matar a todos los del rancho ahí, y que quién sabe qué…“.
No hubo velorio.
La caja fue directamente al cementerio, sellada.
Y a la gente de Zapata le quedó el cargo de no haber contemplado a “Cuquita” por vez última.
“Cuquita”, era alta, esbelta, morena y tenía el cabello negro, ni una cana tenía, como si sus 80 años no hubiesen pasado por ella.
Renegada, malhablada era la “Cuquita”, maldicienta, tenía un vocabulario fuerte, pero jugando, jugando.
La gente de Zapata la mitraba siempre en su jacal de tabla con cielo de lámina, sentada junto a su calentador de leña, echando tortillas de harina.
Le gustaba el monte, los animales.
“Cuquita”, que nunca tuvo hijos, se había granjeado el cariño de Daniel y su medio hermano Federico, “Lico”, sobrinos nietos de su marido.
Entonces Daniel y “Lico” eran unos críos.
Los llevó a vivir con ella, les dio de comer, los sacó de paseo por el monte.
Hasta que estuvieron creciditos.
Andando los días, Daniel migró a Piedras Negras, con su madre.
Federico se puso a vivir con la tia Martha.
A la muerte de Evaristo, el esposo de “Cuquita”, “Lico”, que ya era mayor, se quedó con ella.
Le hacía compañía, la cuidaba, le daba para el mandado.
Ella le echaba tortillas de harina en el calentador de leña.
“Es que mi mamá me dejó desde que nací, me dejó ella. Nunca me quiso, me abandonó, me dio con mi abuela y mi abuelita me crio”, dirá “Lico”.
Hasta la tarde aquella que pasó, lo que pasó.
“Me quise desmayar”.
Jesús Federico Carreón Medina, el medio hermano de Daniel, está recargado en un mezquite de la choza de “Cuquita”, su tia abuela, fumándose un recuerdo.
Otra mañana, en el patio exterior de su casa, convertido en negocio de venta de ropa usada, Bertha de la Rosa, hermana de “Cuquita”, dice que no guarda rencor ni coraje.
“No le tengo coraje porque ¿si lo hizo sin pensarlo? No le guardo rencor ¿Qué puedo hacer contra él? Pienso que no lo hizo en sus cinco sentidos. Todavía fuera una persona normal. Es la sorpresa de todo mundo, de repente hizo eso el muchacho”.
Días antes de que le pasara, lo que le pasó, “Cuquita” fue a visitar a su hermano Pedro de la Rosa, “Carrucha”:
“Dijo ‘cuando me muera me dejan en el basurero, pa que me coman los gusanos’ y a los días pasó eso, como estaba el muchacho ese un poco enfermo…”.
-¿Usted lo miró?
-Pos andaba ahí en la noche hablando, corriendo. Nomás ladraban los perros, nos fijábamos y era él en la madrugada por los caminos, pa arriba y por donde quiera andaba. Vagando.
A don Pedro le avisó una hija por celular.
Su esposa Maura no dejó que viera a “Cuquita”.
“No supimos por qué. Estaría el muchacho con su locura, quién sabe… Ojalá que se quede ahí, (en la cárcel), que no salga”.
Dice “Carrucha” una tarde de gallos cantando en su casa de paredes mostaza, tapizadas con imágenes de vírgenes y fotografías familiares, en las que por ningún lado está “Cuquita”.
A “Cuquita” no le gustaba retratarse, dice “Carrucha”.
Ocho ó 10 años atrás “Cuquita” había enviudado de un señor Evaristo Medina, hombre campesino, ejidatario, afecto al trago, a la cerveza.
Martha está hablando de “Cuquita”:
“Era esposa de un tío mío, de un hermano de mi papá. Aquí venía y venía la viejita. Se murió mi tio y ella siguió viniendo. Andaba con nosotros donde quiera, por eso la queríamos bastante”.
-¿Le lloró?
-Sí oiga, bastante le lloré y todavía le lloro. Porque ella venía echa vuelo o no venía y yo iba y la buscaba.
“Cuquita”, que nunca tuvo hijos, se había granjeado el cariño de Daniel y su medio hermano Federico, “Lico”, sobrinos nietos de su marido.
Entonces Daniel y “Lico” eran unos críos.
Los llevó a vivir con ella, les dio de comer, los sacó de paseo por el monte.
Hasta que estuvieron creciditos.
Andando los días, Daniel migró a Piedras Negras, con su madre.
Federico se puso a vivir con la tia Martha.
A la muerte de Evaristo, el esposo de “Cuquita”, “Lico”, que ya era mayor, se quedó con ella.
Le hacía compañía, la cuidaba, le daba para el mandado.
Ella le echaba tortillas de harina en el calentador de leña.
A las 6:00 de la tarde un enjambre de zancudos asedia en el solar.
“Lico” había llegado de hacer carbón en el monte y se había echado a dormir la siesta sobre el piso de tierra de la casa de su tia Martha, cuando oyó unos ruidos y se levantó, asustado.
Era Daniel.
“Es que nos llevó la cabeza allá pa la casa. Cuando la vi me quise desmayar”.
Y “Lico” no sabe más.
Así les dijo a las autoridades de Acuña, la noche que se lo llevaron para declararlo.
Después de aquello “Lico” se quedó a vivir en el jacal de “Cuquita” a cuidar de sus macetas, sus gallinas, sus gatos y del Ranchero, el perro blanco con manchas cafés que fue de ella.
Se quedó a cuidar del Ranchero.
“Háblele al perro, ‘Ranchero, Ranchero’”, está diciendo “Lico”.
Aquí estaba su catre, dice “Lico”, la choza de “Cuquita” desde adentro, acá es la cocina, aí ta el calentador de leña, mire, la mesa, los trates...
-¿Y a esta hora usted qué hace?
-Me pongo aquí a tristear y luego voy allá, pa la casa mi tia Martha.
Han pasado ya casi cuatro meses desde aquello, y nadie ha recogido del solar el cordón amarillo que dice “escena del crimen”, que los ministeriales pusieron alrededor del jacal de “Cuquita” el día que la decapitaron.
El cuerpo sin cabeza de “Cuquita” había permanecido tirado en el solar toda la tarde, hasta que vinieron los del Ministerio Público y se lo llevaron.
Es tarde, Daniel, “Cremitas”, anduvo corriendo y corriendo en el monte, por horas, las cuadrillas de policías pisándole los talones.
“Dijeron que tuviéramos cuidao que se había escapao. Los policías anduvieron preguntando que si no lo habíamos visto. No dormimos en toda la noche del susto”, cuenta Beatriz Terán de la Rosa, prima de Daniel.
“Lo querían matar, sí, los viejos”, dice Martha, la tia de Daniel.
Cayendo la tarde del sábado 18 de junio, víspera del Día del Padre, Daniel fue capturado cuando se detuvo a tomar agua de una noria, unos dicen que en Zapata, otros que en San Carlos.
“Como que le valió al chavo, porque andaba todo raspado, todo espinado, donde anduvo corriendo por el monte”, narra por teléfono un oficial de Fuerza Coahuila, destacamentado en Acuña.
Días después Daniel fue internado en el Centro de Readaptación Social de Piedras Negras, sujeto a proceso por el delito de homicidio calificado, en grado de tentativa, contra Olivia de la Rosa Ramírez, “Cuquita”, su tia abuela, lo que hace feminicidio.
En su casa de Zapata con gallinas, guajolotes, borregas y perros ladrando, Martha, la tia de Daniel, se ataja el sol debajo de un tecorucho de lámina.
Está llorando.
El viento soplando con furia.
-¿Su madre de Daniel vino ese día?
-Vino hasta otro día, pero como era Día del Padre vinieron a ver a papi.
-¿Celebraron?
-No.
-¿La mamá fue donde Daniel?
-Ni siquiera.
-¿Usted qué le dijo?
-No pos yo le dije nomás ‘ora ái ta, él tanto que te pedía que te quería ver y que te quería ver’, porque él lloraba y decía. Le decía yo ‘¿qué tienes mijo?’, ‘quiero ver a mami mi tia’.Se miraba en esa situación, amarradito que lo teníamos.
-¿Qué dijo la mamá cuando se enteró?
-Nada…
-¿Va verlo usted a la cárcel?
-Nadie lo va a ver ahí, nadie le lleva ni un taco ni nada. Ni su mamá va a mirarlo. Y no está bueno, porque las gentes que van al Cereso dicen que está todavía grite y grite y hable y hable.
-¿Quién dice?
-Unas señoras que tienen muchachos ahí y que van todos los domingos.
-¿Qué dicen?
-Que no está bien y que todos los que están alrededor le tienen miedo porque dicen que está loco…
-¿Usted qué piensa?
-Que si no lo pueden sacar pa que lo lleven como a Saltillo, a que lo vea alguien.
-¿Usted cree?
-Me dice mijo, ‘es que amá, ‘Cremitas’ ahí se va a podrir’.