Cuba en la Feria del Libro

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Cuba en la Feria del Libro

Foto: Cortesía
De visita en el evento librero, nuestro colaborador nos escribe sobre las letras isleñas y cómo sobrevivieron al tiempo y la represión

Visita el pabellón del país invitado en el Área B de la FILA 2016.

“El arte es otra cosa: la poesía de los artistas cubanos es la embajada más hermosa, democrática y libre que  imaginarse pueda. El arte, gota de agua que horada la piedra”

Acudo directamente al pabellón de Cuba en la Feria Internacional del Libro de Saltillo –en Arteaga- con el afán de preguntar por Lezama Lima, Virgilio Piñera, Cintio Vitier, Fina García Marruz y muchos autores más y artistas plásticos y compositores de la Isla. Me atiende un amable cubano que parece entusiasmarse con mi entusiasmo.

“¿Así que no están ni “Paradiso”, ni los libros de poesía, ni los ensayos del Maestro?”, le pregunto. “No, no. Sólo traemos este libro de cuentos de Lezama Lima”, me responde sonriendo. “O sea que el poeta sigue un indeseable allá…”, digo. “Claro que no –comenta-. Lezama Lima es ahora muy respetado y querido en Cuba. Las cosas han cambiado mucho desde hace varios años. Mira: tenemos ahí su fotografía y la de otros autores cubanos.”

Señala una torre que escolta al pabellón. Es cierto: está formada con grandes fotografías en blanco y negro de escritores cubanos… Ahí está Lezama, fumando su puro y envuelto en una nube de humo, como un mago. El orondo Lezama. El caviloso Lezama. El querido Lezama. Por un prurito de decoro no me lancé hacia aquella foto-torre para estampar un beso en esa fotografía lezamiana.

“Mi amado Lezama…”, murmuré. Supe que el cubano me miraba guardando un silencio respetuoso y pleno de justificado orgullo. Cuando me volví para hacerle otras preguntas, sonreía con una rara gratitud. Parecía decirme: “Gracias por amar así a nuestro Lezama Lima, a nuestros autores, a nuestro pueblo.” Tuve que decirle: “Me alegra que las cosas hayan cambiado. Lo que hicieron a Lezama, a Virgilio Piñera, a Heberto Padilla, a Cabrera Infante, a Reinaldo Arenas y a tantos otros cubanos no debiera volver a suceder ni en Cuba ni en ningún otro país del mundo. Y menos en nombre de una revolución que lucha por la igualdad”.

Vi en ese pabellón la primera novela de Eduardo Padura, “Fiebre de Caballos” (1984), una antología de cuentos policiacos, un libro de arte contemporáneo cubano… Unas horas antes, había cometido la torpeza de despilfarrar el dinero que traía en una comida opípara, de modo que no pude comprar nada. Ni siquiera el libro de cuentos de Lezama.

Pregunté, sin embargo, por poetas, dramaturgos, narradores, artistas. Pero pregunté en vano, pues fue imposible utilizar otro medio de compra que no fuese el dinero contante y sonante: el imperio estadounidense sigue haciendo de las suyas con el pueblo cubano en Cuba.

No pude estar, por desgracia, más de diez minutos en este pabellón porque mi amigo Jesús Valdés me esperaba en la Sala Armando Sánchez Quintanilla, al lado del actor René Gil y la actriz Lety Villalobos. Buena gente de Teatro. Sólo eso pudo arrancarme de esta burbuja cubana, de este trocito de isla bibliográfica. Me despedí de Lezama -y de muchos otros- como si formara parte de “la cofradía de los adoradores del Maestro”, como dice Diego a David en “Fresa y Chocolate”.

Foto: Cortesía

Cuba me ha rondado durante los últimos meses. Debe ser por el curso sobre “Teatro Latinoamericano” que acabamos de concluir en la Licenciatura en Letras Españolas. Leímos y comentamos obras de autores de casi toda América Latina. Cada uno de ellos nos interesó por una u otra razón: Abelardo Estorino, Isaac Chocrón, René Marqués, Román Chalbaud, Elena Garro, Ricardo Monti, Egon Wolff, Aguilera Malta, Carlos Solórzano…

Faltan muchísimos, lo sé, pero ¿qué tanto puede hacerse durante un “semestre” universitario que en realidad es de tres meses? ¿Y qué podría esperarse de un profesor tan carente de luces como el que escribe? Cierto: no sólo faltaron autores sino también corrientes, escuelas, estilos, contextos sociopolíticos y demás. 

Sin embargo, casi todos ellos volvieron a capturarme o me atraparon por primera vez. Leer a dramaturgos posteriores a la revolución cubana fue bastante revelador. Se sabe que Virgilio Piñera abre el teatro contemporáneo en Cuba con su obra “Electra Garrigó” -una revaloración de la tragedia clásica-, pero a partir de dramas como “Santa Camila de La Habana Vieja”, de José Ramón Brene, “Andoba”, de Abraham Rodríguez, o “La noche de los asesinos”, de Triana, el teatro cubano sufre –o goza de- una metamorfosis tan radical como la auguró Piñera.

Porque en Cuba están sucediendo cosas extraordinarias desde y a pesar de la revolución. Si “Dos viejos pánicos”, del mismo Piñera, fue premiada por la Casa de las Américas pero nunca representada en la Isla sino después de los años 90 del siglo pasado, otras obras igualmente críticas son montadas hoy sin la inquisitorial censura del régimen castrista. Al menos, eso es de esperar.

Parece que la ilusión mesiánica y egocéntrica de Castro amainó… ¿O se dio cuenta del error? En todo caso, la teoría marxista-leninista debió quedarse en la abstracta esfera de la filosofía y no convertirse en una religión más dogmática que las otras. ¿El “materialismo histórico-dialéctico”? Ya, ya, qué bien. Interesante, aunque discutible, desde el punto de vista teórico, pero ¿realizable en este planeta?

Un pensador indio decía que la diferencia entre los filósofos orientales y los occidentales está en que éstos “piensan” un sistema mientras que aquéllos “lo viven”. Un filósofo oriental encarna su propia filosofía; uno occidental construye una filosofía sobre el papel y nada más. ¿Qué nos dejó el “materialismo histórico-dialéctico” y el marxismo en general? Un desengaño. Un fracaso. Ésa es la verdad.

El arte, en cambio, es otra cosa: la poesía de los artistas cubanos es la embajada más hermosa, democrática y libre que  imaginarse pueda. El arte, gota de agua que horada la piedra: siempre llega. Más tarde o más temprano, y a pesar de todo, siempre llega. Así nos ha llegado la obra de tantos artistas cubanos, desde los más accesibles y populares hasta los más “herméticos”, como se supone a Lezama Lima. Desde Pérez Prado y José Martí hasta Cabrera Infante y aun otros más recientes. 

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“Si el hombre de las cavernas hubiese aprendido a reír, la historia sería diferente”, escribió Wilde. 

Parodiándolo, podría decir: si Fidel Castro se hubiese tomado la molestia de leer a los poetas cubanos, de ver y escuchar a los artistas cubanos, la revolución hubiera tenido consecuencias diferentes. Pero para los dictadores, como para muchos gobernantes, el arte sigue siendo o “cosa de maricones” o mera ornamentación. Y México no es ninguna excepción.

Las obligaciones laborales me impiden asistir a algunas actividades que se realizan en la Feria del Libro, pero sigo en el pabellón de Cuba como en Arcadia. La nube de humo que rodea el rostro de José Lezama Lima me deposita –alfombra de vapor- en la casa que ostenta el número 162 de la calle Trocadero, en La Habana. Ahí, en ese pabellón y en ese inmueble que hoy es la Casa Museo dedicada al autor de la “Muerte de Narciso”, recuerdo: “Al pie de las murallas / el aire tartamudo / desliza sus sirenas…”

Que no haya un desengaño, Orisha Changó, cuando el náufrago alcance las costas de la Isla; que no haya un desencanto, Yemayá y Virgen de la Caridad. Que no quiere gemir como el poeta: “¡Ya yo sabía que alguna noche / se rompería el ala sobre la frente herida!”.