Cuatro formas de matar al sancho

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Cuatro formas de matar al sancho

Ilustración: Vanguardia/ESMIRNA BARRERA
Esta semana, Mariana Orantes hace un recorrido histórico, literario y mortal con "Cuatro formas de matar al sancho", un adelanto de su nuevo libro "Los caballeros se quedan a descansar", para #PáginaSiete

Por: Mariana Orantes
 

I
Sancho: patronímico galante, nombre propio de reinas y reyes, compinche querido de la literatura hispánica y también, por alguna razón, nombre con el que se designa al amante de una mujer casada. Según la RAE, es el animal macho criado por otra hembra que no es su madre, es decir, que mama de lo ajeno. No faltará quien nos remita a la frase colmada de sabor local sobre el origen del apodo: “sancho, porque hace el camino más ancho”.
Sobre el origen del nombre en sí, dicen que es una versión fricativa que pasó del latín Sanctius o Sancio a Sancho, y que existe un santo homónimo, martirizado en Córdoba el año 851. San Sancho fue nativo y apresado en la ciudad de Albi (ex Albensi oppido Galliae Comatae), una región francesa conocida por el vulgo como la Galia Comata (la de aquellos que usan el cabello largo). 
Bajo el mando de los moros fue llevado a Córdoba donde una vez liberto conoció a san Eulogio y se hizo su discípulo, además de ferviente admirador. Después, dicen los que saben, se enroló en el ejército del emir y confesó su fe en Cristo. Sobre su martirio, dice san Eulogio en el Acta sanctorum de la época, que fue postratus est et affixuss. Los sarracenos trataron de que se arrodillara frente al mandamás, pero ni con la fuerza de veinte hombres lograron postrarlo. En aquel momento –sigue san Eulogio–, tuvo una visión de la virgen, justo antes de que una espada le cercenara de tajo la cabeza. Los sarracenos le introdujeron un alto palo de puntiagudo fin y lo elevaron por los aires. Estuvo expuesto hasta que los buitres sacaron sus entrañas. Sus cenizas fueron arrojadas en el río Guadalquivir, para que se llevara su peste lejos, fuera de Córdoba.


II
¿De dónde viene, pues, que al marido engañado se le llame “cornudo”? Se supone que los cuernos son símbolo de virilidad y potencia, están ligados al poder y al genio de quien los porta, como la representación bicorne de Alejandro Magno. ¿Quién se hubiese atrevido a llamarle “cornudo” en el sentido despectivo del término a Alejandro Magno? El cuerno del rinoceronte –como el del puritano unicornio– se ha tenido por símbolo fálico, razón por la cual (dicen) los polvos fabricados con estos cuernos tienen el poder de curar la impotencia sexual masculina.
El acto sexual esconde la agresividad de una batalla así como la batalla encierra un trasfondo sensual. El cuerno es hueso que se alarga hasta alcanzar una punta donde reposa el filo. Extensión de la cabeza, no sólo adorna y resalta las cualidades del macho dominante, también es arma potente y eficaz, como saben los toreros que han muerto por las cornadas de un toro. La virilidad se demuestra con actos violentos.
Juan-Eduardo Cirlot dice que en algún momento, los cuernos obtuvieron una inversión simbólica, pues siempre estaban cargados con el simbolismo de la fuerza y la fertilidad (considera que cuerno y corona tienen etimológicamente las mismas letras en latín, KRN). Es imposible no detenerse a admirar una palabra en la cual conviven, dentro de su simbología, dos significados opuestos, antagónicos, rivales, enemigos.
De igual forma, me viene a la mente el Libro de Buen Amor donde el Arcipreste, en boca de Don Amor, relata la historia de Pitas Payas, el pintor de Bretaña que debe viajar a Holanda, pero teme que su esposa lo engañe. Pitas Payas decide pintarle a su esposa un cordero en el bajo vientre. Pasa el tiempo y la esposa se cansa de esperar al marido (quien se fue apenas cumplido el mes de casados), así que busca un amante. Por la fricción continua de las partes, el cordero se borra del bajo vientre y cuando la mujer se entera de que su marido ha regresado, corre con el amante para que le dibuje otro cordero. El amante no dibuja un cordero, sino un carnero de gran cornamenta. Pitas Payas le pide a su mujer muestre el cordero y entonces exclama: “¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasar que yo pinté un corder y encuentro un carner?” La mujer responde: “¿Qué, monseñer? ¿Petit corder, dos años no se ha de hacer carner? Si no tardaseis tanto aún sería corder”.


III
En Ixtapaluca, personas pasan al lado de una camioneta donde un hombre permanece inmóvil; cabe resaltar que no sabemos su nombre.
Un borracho más, piensa la gente al ver los pies anónimos colgando fuera de la camioneta, con la puerta del conductor abierta de par en par. Conforme pasan las horas, las personas se dan cuenta de que el hombre no ha cambiado de posición. Un valiente se acerca y lo trata de despertar, lo toca por los pies y para su disgusto siente el rigor mortis. Al verlo más de cerca se percata de que el hombre tiene la ropa ensangrentada y moretones en el cuerpo. Llaman entonces a las autoridades.
A pesar de que los habitantes de Ixtapaluca ya habían informado que el hombre no mostraba signos vitales, cuatro elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana llegaron al lugar para confirmar lo que ya sabían las personas: el hombre desconocido, sí, efectivamente, estaba muerto.
Sin embargo, los cuatro elementos llamaron a una ambulancia para confirmar la situación. Al lugar arribaron paramédicos que de nuevo intentaron despertar al sujeto y le tomaron los signos vitales, todo para declarar con estupor y asombro que aquel hombre estaba muerto.
Así que los paramédicos se vieron en la necesidad de llamar a las autoridades ministeriales, en especial al agente del ministerio público de Ixtapaluca, V. Buendía (sic), encargado de dar fe de los hechos. Su primera observación, para gran sorpresa de los habitantes de Ixtapaluca, fue declarar que el hombre, ¿adivinan?... estaba muerto.


IV
Buendía declaró que el hombre había sido golpeado y estrangulado; además, el cuerpo del desconocido portaba un mensaje. Debajo del cadáver se encontró una cartulina que declaraba lo siguiente: “Esto fue por andar de culero con mujeres casadas a ver si con esto entiendes culero” (sic).
Lo que sigue a continuación es calcado de la nota que salió en los periódicos, no es obra de mi lúcido ingenio: “la primera hipótesis de las autoridades es que el individuo pudo ser asesinado por andar con alguna mujer casada”. Aquí termina la valiosa hipótesis de las razones por las que pudo ser asesinado este hombre desconocido.
La segunda hipótesis, derivada de la cantidad de golpes, la saña, el sometimiento y el plural del mensaje sobre las mujeres casadas, ha hecho pensar que se trata de varios Cornudos Asesinos: Pitas Payas multiplicado en número y rencor, exponenciales esposos de numerosas casadas infieles.


V
Pasan los días y con terquedad busco información sobre la captura de los Pitas Payas asesinos. En el periódico local de Ixtapaluca, la lista de encabezados varía notablemente y conforme se leen más y más, cobran un matiz macabro: encuentran a un hombre descuartizado dentro su refrigerador; capturan a tres homicidas y dos se dan a la fuga; reciben ayuda damnificados por minitornado; son encontrados animales exóticos en deshuesadero de autos robados; –o con un toque de ironía– Ixtapaluca contento de tener nuevo predio para panteón municipal. ¿Todo eso sucede en un pequeño municipio del gran Estado de México? Si tomáramos a Ixtapaluca como muestra de lo que es México hoy en día, ¿sería una exageración?
Entre los numerosos encabezados de nota roja, doy con este del 2012: Matan a sancho a puro trancazo. Entonces no es la primera vez que el simbólico Pitas Payas de Ixtapaluca ha matado al amante de su mujer. ¿Cómo supo nuestro honorable cuerpo de justicia que se trataba de un sancho? En el crimen anterior la cuestión era más clara debido a que existía una cartulina que condenaba al difunto. En este caso, no había cartulina ni manta, pruebas irrefutables en este país: “El desconocido que únicamente vestía un short negro, estaba tirado boca abajo, envuelto en dos cobijas y presentaba brutales golpes en varias partes de su cuerpo, principalmente en el rostro” (sic).
Nótese el arranque lírico del agente que narra la línea de investigación:
Casi estamos seguros de que este sujeto andaba de sancho y que al ser sorprendido en pleno idilio con una mujer prohibida, el marido ofendido cegado por los celos y el coraje lo golpeó brutalmente, al parecer con un objeto contundente, hasta que lo mató, así lo demuestran las condiciones en que se encontró el occiso, quien estaba envuelto en dos cobijas que pudieron ser de la cama donde gozaba del placer con la mujer prohibida” (sic).
¿Quién era la mujer? ¿Quién era el esposo? ¿Quién lo asesinó? Es bueno hacer conjeturas, pero esto va más allá de la simple elucubración y se acerca peligrosamente a lo novelístico. La nota continúa y dice: “Los ministeriales, reiteraron que su principal línea de investigación en torno a este crimen es que el desconocido fue asesinado en una venganza de tipo pasional, pues no existen evidencias de que haya sido víctima de integrantes del crimen organizado, ‘no es la forma en que operan estos grupos delincuenciales’ aseguró el agente” (sic). Es un alivio saber que el crimen organizado en México no te deja tirado, muerto a golpes y envuelto en cobijas.
El paupérrimo honor de un municipio se debate entre los crímenes pasionales y los crímenes por bandas que operan en la zona. Es más, los habitantes del lugar tienen una falsa sensación de seguridad si el asesino es un Pitas Payas común que tuvo un arranque de celos. Así, surgen dudas sobre el primer caso: ¿la cartulina realmente fue colocada por el criminal? ¿Y si esa no fue la razón por la que mataron a ese hombre? Mientras, intentemos despertar cuatro veces a los asesinados, a ver si ellos mismos dan pistas de su asesinato.

 

Mariana Orantes, escritora

(Ciudad de México, 1986). Ha sido becaria del programa Jóvenes creadores del FONCA (Poesía) y de la Fundación para las Letras Mexicanas (Ensayo Literario). Participó en la adaptación de la obra Rey Lear (Teatro UNAM, 2013) y en el montaje de la ópera El emperador de la Atlántida (FIC, 2013), ambas bajo la dirección de Hugo Hiriart. Es autora del libro para niños Érase una vez en Los Beatos (Conafe, 2011), los libros de poesía El día del diente de leche (Cascada de palabras, 2016) y La casa vertebrada (Editorial Montea, 2018); así como los libros de ensayos Huérfanos (BUAP, 2015) y La pulga de Satán (FETA, 2017).

 

Este ensayo forma parte del libro Los caballeros se quedan a descansar que será publicado este 2018