¿Cuántas obras completas?
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¿Cuántas obras completas?
Una de las aventuras favoritas de melómanos, bibliópatas y apreciadores del arte en general es enfrentar la obra completa de un autor. Siempre hay alguien que con orgullo dice: “escuché todo Bach”, y no falta aquel que conoce desde la primera hasta la última letra escrita por Hemingway.
Al respecto hay posturas discordantes. Algunos opinan que la lectura o audición de la integral de un creador es un ejercicio inane, dado que no existe un autor de puras obras capitales y por lo tanto es lógico que, entre tantas, abordemos algunas de poca valía. Otros son partidarios del conocimiento total de la creación de un autor, encontrando en él a un artífice de un sistema estético unitario, cualificable y calificable. Tienen razón los primeros en que nadie ha creado sólo obras maestras, pero ¿dónde está escrito que nuestra apreciación del arte debe restringirse a ellas? Recuerdo que alguien dijo que procuraba tener algunos libros malos en su biblioteca para dimensionar justamente a los buenos. También están en lo correcto los segundos, dado que la creación artística individual tiene infancia, juventud, madurez y —tal vez— decrepitud y muerte. Por eso es interesante conocer el organismo estético creado por un artista en todas sus etapas y concebirlo como una sola obra, no como un conjunto de ellas. Aunque, hay que decirlo, casi nadie va a enfrentar la creación total de un demiurgo de poca monta.
La apreciación artística va tomando un cauce definido conforme ésta se va entrenando, de modo que un melómano colmilludo puede dedicarse meses o años a explorar el terreno del Oratorio y un lector experimentado es capaz entregar cientos de horas de atención a la novela rusa.
En cuanto a los proyectos integrales, al avanzar en el conocimiento de las obras completas de un autor llega un momento en que la inercia apreciativa se vuelve imparable. En ese punto se conjugan el placer del contenido con el brío de saberse partícipe de una aventura importante, y en esa compenetración con el creador se vuelven familiares sus gestos y ademanes estéticos, así como sus guiños, muecas, posturas y tics estilísticos. También aparecen hilos que unen las distintas creaciones dando lugar a una red neuronal plena de chispazos sinápticos manifestados en referencias, coincidencias y obstinaciones: la luna es la muerte si se trata de Federico García Lorca, el infinito siempre se condensa en un objeto finito si es Borges, la afirmación motívica es obstinada allí donde está Beethoven y si se derrite o está sostenido por muletas estamos frente a Dalí.
El corpus artístico es fractal: tan infinita es una obra como toda la obra de un autor e infinitas son todas las creaciones existentes.
¿Qué tipo de apreciador del arte eres? ¿Andas de autor en autor como turista eterno? ¿Navegas por más de seiscientas páginas para adentrarte por años en el Mediterráneo o caminas por las mismas páginas para conocer Dublín en un día? ¿Tu planeta es tal que después de contemplar el Claro de Luna de Beethoven te basta con recorrer tu silla para ver el de Debussy? ¿Acaso eres habitante de la galaxia espiral Bach?
Cada quien decide cómo precipitarse en el abismo inabarcable del arte; cada uno elige la infinitud que más le apetece.