Muerte voladores de Papantla

Cuando los voladores se lanzaron a la muerte; a la Feria de Saltillo en 1967 la marcó la tragedia

Para unos fue la humedad y el poste metálico, para otros incumplir con el rito mortuorio de una gallina; da lo mismo, el resultado manchó de sangre la fiesta tradicional de Saltillo
Visita. Los malogrados voladores de Papantla en una postal.

TEXTO: ADRIANA ARMENDÁRIZ / FOTOS: CORTESÍA

Debió ser un evento memorable, y lo fue, aunque no de la forma que se esperaba.

La muerte causó conmoción en la Feria de Saltillo de 1967. Durante el evento inaugural el espectáculo de los voladores de Papantla se salió de control. El hecho fue captado en fotografía y es recordado por los testigos.

La danza de los “hombres pájaro” es un ritual originario de Papantla, Veracruz. Este pueblo mágico, cuyo nombre significa “la Ciudad de los Pájaros Ruidosos”, se ubica a 240 kilómetros de la capital del estado.

Aún está en mi memoria el impacto seco que se oyó al golpe de sus cuerpos contra el piso”.
Jorge Fuentes Aguirre

La publicidad del evento causó gran expectativa, y como era de esperarse, el domingo 22 de julio una muchedumbre se reunió en los terrenos destinados para la feria estatal.

En ese entonces la feria se ubicaba junto a la Ciudad Deportiva, donde hoy está cimentada la colonia Jardines del Lago, en periférico Luis Echeverría y bulevar Valdés Sánchez.

El entretenimiento principal eran los eventos del Lienzo Charro y la música del Teatro de Pueblo visitado por artistas de la región, así como nacionales e internacionales. Pero particularmente, esa vez la atención se la robaron los voladores de Papantla.

En su libro “Saltillo Insólito”, el médico y escritor Jorge Fuentes Aguirre narra de primera mano lo que ocurrió aquel día nublado.

Trágico. Momento de la caída de los Voladores de Papantla en la feria de la ciudad.

LA DANZA Y EL ASCENSO

Ubicado en el círculo de espectadores, Jorge vio cómo cuatro jóvenes morenos, de baja estatura, se abrieron paso entre la gente y comenzaron a danzar alrededor del mástil que, según dicta la tradición, debía ser un palo de madera.

La altura del poste puede variar de acuerdo a donde se realice el ritual. El que se encuentra en la iglesia de Papantla mide cerca de 37 metros, el de Tajín tiene casi 27 y el del Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México es de 25 metros. En este caso, el colocado en Saltillo tenía 31 metros de altura.

El caporal, un hombre de unos 40 años, fue quien se posicionó en la cima del poste. Entonó la música primitiva con un tamborcillo de madera con vistas de cuero y sujeto a la palma de la mano con un amarre en forma de pulsera, que era golpeado con una pequeña vara de madera.

El flautín era el otro instrumento que armonizaba el ritual, hecho de carrizo y con tres orificios.

Los cuatro danzantes atendían la música luciendo vestimentas de manta blanca adornada con flores de tonos rojos y amarillos para simbolizar la fertilidad de la tierra. Originalmente el atuendo eran trajes confeccionados con auténticas plumas de aves que representaban quetzales, águilas, búhos y guacamayas, entre otras.

Luego de dar cuatro vueltas alrededor del mástil, los hombres formaron una caravana y subieron trepando con agilidad agarrándose de las cuerdas colocadas en el poste.

Desde abajo, la multitud de personas no quitó la vista de aquellos jóvenes que en la cabeza llevaban un casquete adornado con flores de papel y espejos.

Los voladores escalaron hasta el tecomate, el aparato giratorio y principal punto de apoyo para el equilibrio de los danzantes. Cada uno de los hombres se sentó en el cuadro, también conocido como bastidor, y se ataron las cuerdas trenzadas a los tobillos.

Mientras tanto, el caporal siguió tocando sobre la diminuta plataforma recorriendo cada punto cardinal del mástil. De pronto, la música cesó, el caporal se irguió y esta fue la señal para que los cuatro voladores se arrojaran de espaldas.

EL DESCENSO A LA MUERTE

La tradición del ritual dicta que el descenso debe realizarse con la cabeza hacia abajo y extendiendo los brazos para simular las alas de un ave en pleno vuelo. Conforme se baja, los giros se hacen más amplios.

Al aproximarse al suelo los voladores deben acomodarse para aterrizar con los pies, una vez en el suelo sujetan las cuerdas para permitir que el caporal se deslice.

Pero esto no ocurrió en aquella inauguración. Cuando los cuatro voladores se lanzaron al vacío su caída no fue paulatina.

Apenas se tiraron, el periodista Javier Villarreal Lozano soltó un disparo y captó en fotografía el estremecedor momento en el que se les observa caer al tener problemas con la soga.

En el revelado a blanco y negro se aprecia que dos de ellos se dirigen al suelo de espaldas, los otros dos van de cabeza.

“Aún está en mi memoria el impacto seco que se oyó al golpe de sus cuerpos contra el piso de cemento. Y sus lamentos agónicos”, narra Fuentes Aguirre.

La gente gritó y buscó retirarse del lugar. Como médico, Jorge se aproximó a los voladores para ver su estado. Tres ya estaban muertos, el sobreviviente se contorsionaba de dolor y antes de desvanecerse, dijo, “dónde vine a caer”.

Cuando logró bajar, el caporal hizo notar su conmoción con los ojos aterrorizados y los labios pálidos. Enseguida, al lugar arribaron ambulancias, soldados, policías y los organizadores.

NO SE CUMPLIÓ EL RITUAL

Al día siguiente, el caporal comentó a un reportero: “este percance nos pasó porque el palo no era de palo y la gallina no fue bien muerta”. Se refería a que un día antes de volar se debe realizar un ritual muy preciso, mismo que esa vez no se llevó a cabo adecuadamente.

Esto consiste en degollar una gallina y rociar la sangre sobre la base del poste. Luego, enterrar el ave en el fondo del pozo donde se planta el palo. Sin embargo, el sábado previo a la inauguración estuvo lloviendo y todo eso se hizo de prisa. Además, el palo era más bien un mástil de hierro.

Por otro lado, la teoría de la gente local era que la humedad de las cuerdas fue la causante de que los voladores cayeran de forma tan abrupta.

Guicho fue el único sobreviviente de los caídos. Hasta la última vez que se supo de él, en 2008, vivía con su madre en una choza ubicada en la zona arqueológica de Tajín, entre los plantíos de vainilla.

Aquella visita a la capital coahuilense le transformó la vida, después del accidente quedó paralítico.