Cuando las palabras se corrompen

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Cuando las palabras se corrompen

Dice Octavio Paz en su libro “El arco y la lira”: La historia del hombre podría reducirse a la de las relaciones entre las palabras y el pensamiento. Todo período de crisis se inicia o coincide con una crítica del lenguaje. De pronto se pierde fe en la eficacia del vocablo: “tuve a la belleza en mis rodillas y era amarga”, dice el poeta. ¿La belleza o la palabra? Ambas: la belleza es inasible sin las palabras. Cosas y palabras se desangran por la misma herida. 

Todas las sociedades han atravesado por estas crisis de sus fundamentos que son, asimismo y sobre todo, crisis del sentido de ciertas palabras. Se olvida con frecuencia que, como todas las otras creaciones humanas, los imperios y los estados están hechos de palabras: son hechos verbales. En el libro XIII de los anales, Tzu-Lu pregunta a Confucio: “Si el Duque de Wei te llamase para administrar su país, ¿Cuál sería tu primera medida? El maestro dijo: la reforma de lenguaje.” No sabemos en dónde empieza el mal, sin las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y nuestras obras también es inseguro. 

Las cosas se apoyan en sus nombres y viceversa. Nietzsche inicia su crítica de los valores enfrentándose a las palabras: ¿Qué es lo que quieren decir realmente virtud, verdad o justicia? Al revelar el significado de ciertas palabras sagradas e inmutables-precisamente aquellas sobre las que reposaba el edificio de la metafísica occidental-minó los fundamentos de esa metafísica. Toda crítica filosófica se inicia con un análisis de lenguaje. El equívoco de toda filosofía depende su fatal sujeción a las palabras. Casi todos los filósofos afirman que los vocablos son instrumentos groseros, incapaces de asir la realidad. Ahora bien, ¿Es posible una filosofía sin palabras? Los símbolos son también lenguaje, aún los más abstractos y puros, como los de la lógica y la matemática. Llamarle tomar prestado a lo que es robar. Llamarle eutanasia al homicidio, decir que es un aborto justificado, cuando es un homicidio. 

La corrupción de lenguaje hace lo mismo con las personas, con las ciudades y países. “La palabra es el hombre mismo. Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre frente una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla… No podemos escapar de lenguaje, las palabras no viven fuera de nosotros nosotros somos su mundo y ellas el nuestro.. Diariamente las palabras chocan entre sí y arrojan chispas metálicas o forman parejas fosforescentes. El cielo verbal se puédela sin cesar de astros nuevos. Todos los días afloran a la superficie del idioma palabras y frases chorreando aún humedad y silencio por las frías escamas en el mismo instante otras desaparecen. De pronto, el erial de un idioma fatigado se cubre de súbitos flores verbales. Criaturas luminosas habitan la espesura del habla. Criaturas, sobre todo, voraces. En el seno de lenguaje hay una guerra civil sin cuartel. Todos contra uno, uno contra todos. Enorme masa siempre movimiento, engendrándose sin cesar, de sí.” 

Por todo esto que dice Octavio paz, debemos cuidar lo que decimos. El lenguaje construye nuestra realidad y la describe. Debemos ser impecables en lo que decimos y escoger bien nuestras palabras, para no corromperlas o, peor aún, corrompernos a nosotros mismos.