Cuando la práctica deshace al maestro

Usted está aquí

Cuando la práctica deshace al maestro

Hace once años me ofrecieron un seguro para las manos. No es algo extraordinario: son herramientas imprescindibles para la mayoría de los músicos. Confiado en que nada malo pasaría, no compré el seguro.

Meses más tarde comencé a manifestar sensaciones extrañas en la mano derecha al tocar el piano. No había dolor sino incomodidad en ciertos gestos digitales, una tensión incontrolable que impedía resolver con soltura lo que antes simplemente fluía sobre el teclado. Lo primero que me vino a la mente fue: falta de estudio. ¡Pero en aquella época yo llegaba a pasar hasta diez horas frente al piano!, así que solo había otra opción: descansar.

Después de más o menos un mes de descanso la incomodidad no solo persistió, sino que empeoró. Me resultaba imposible tocar con fluidez la cosas más simples. Sin exageraciones: un niño en su primera clase lo hubiera hecho mejor.

Tardé casi un año en darle nombre a mi afección: distonía focal del músico. Fue el doctor Jaume Roset i Llobet del Institut de Fisiologia i Medicina del’Art en Tarrassa, España, quien realizó el diagnóstico.

Tal vez el lector intuye que en ese momento lamenté no haber comprado el seguro. No fue así. En México —como en muchos países— un catarro acredita más fácil una incapacidad que la distonía focal del músico, porque ésta simplemente “no existe” en nuestro sistema de salud.

La distonía dio un drástico vuelco a mi vida profesional (es decir, a mi vida). Pero no soy el único ni mucho menos: la distonía ha dado vuelcos a miles de vidas musicales. Cerca del 1 por ciento de los músicos (guitarristas, pianistas, trompetistas, etc.) desarrollan esta condición; y tomemos en cuenta que estos datos reflejan tan solo la proporción de músicos que han recibido diagnóstico, pues muchos simplemente dejan de tocar sin saber lo que tienen.

A principios de los ochentas, la comunidad científica y médica aumentó su interés en la distonía a partir del sonado caso de los virtuosos del piano Leon Fleisher y Gary Grafman. Hoy en día existen algunos tratamientos cuyos resultados no referiré en esta columna; y también hoy sabemos que es altamente probable que Robert Schumann haya sido distónico.

La distonía no es un desorden psicológico ni un padecimiento muscular, es una especie de reordenación del esquema motor. Todo indica que se desarrolla —entre otros factores— a partir de una práctica intensa, obstinada e incansable. ¿No es esto un poco contradictorio? ¿Muchas horas de estudio no deberían prometernos el máximo perfeccionamiento? Está claro que no. La práctica también puede destruir al maestro.

Ante esta calamidad algunos optan por renunciar a la interpretación musical, otros, más tercos —y tal vez menos sabios— nos obstinamos en hacerlo.

Hoy, a diez años de mi diagnóstico, sigo profesando el oficio de la música. Aprendí que con la distonía no se lucha, se negocia. Es una compañera incómoda y casi invisible para los demás, aún para los colegas. No la he aprendido a amar ni agradezco su presencia con frases ilusas del tipo “de no ser por ella yo no hubiera...”. Cada vez que estoy frente al piano ella se sienta a mi derecha y tocamos juntos. Juntos, porque no puede ser de otra manera.