Criticar

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Criticar

Criticar es servir a México. Fundamentaré la afirmación con las andanzas de dos políticos mexicanos y un teólogo suizo-alemán: Jorge Alcocer, Porfirio Muñoz Ledo y Hans Küng. 

La semana pasada, el secretario de Salud, Jorge Alcocer, se transformó en trovador de la lisonja.  Frente al aludido dijo: “El señor presidente (y) no es halago”, tiene una “capacidad de respuesta inmunológica positiva, rápida y buena” porque “se la regaló la población cuando los visitó durante no sé cuántas veces”. Al día siguiente obsequió nuevos elogios: “México tuvo la fortuna de elegir democráticamente a un estadista y estratega” que es líder en la “lucha por la justicia y la salud de todas las personas” y cruzado contra las “políticas sanitarias neoliberales”. Es obvio que ignora una recomendación de Maquiavelo en “El Príncipe”: “La adulación (es un) vicio sobre el cual los (gobernantes) deben estar siempre alerta”.  

Cuando los responsables de atender la epidemia de COVID comentan su evolución caen en el autoelogio. Mientras que en Alemania la canciller Angela Merkel pidió disculpas por mantener el confinamiento, el gobierno mexicano considera haberlo hecho todo bien ignorando la magnitud de sus contradicciones. Al día siguiente que Alcocer le alabó por llevar “la salud a todas las personas”, el Presidente informó sobre su aberrante decisión de excluir de la vacunación prioritaria a los médicos privados con los cuales, por cierto, se atendía antes de ser Presidente. 

El contrapunto al servilismo de Alcocer sería el siempre polémico, rasposo y entrañable Porfirio Muñoz Ledo, quien ha ido por la vida coleccionando vetos y momentos de gloria como haberle colocado la banda presidencial a López Obrador en 2018. Mientras Alcocer fungía de jilguero de la mañana, Muñoz Ledo despotricaba contra la decisión de excluirlo de las listas de los diputados de Morena. 

Hasta ahora ha individualizado su enojo contra el presidente de ese partido con el cual trae una rabia enconada. Lo describió como “ratero” y lo apodó “muñeco morboso”, un calificativo tan sonoro como confuso. 

Se ha abstenido de criticar abiertamente al actual Presidente de la República, pero hacia allá va. La semana pasada denunció la selección de candidatos como “dedocrática”, responsabilizó al “titiritero mayor” y lanzó la tesis con la cual, tal vez, dé su última gran batalla: “El dilema está claro: principios constitucionales o dictadura”. 

Alcocer y Muñoz Ledo ejemplifican el prematuro envejecimiento de Morena. Es un partido que tolera los disensos siempre y cuando sean ejercidos con discreción y se acompañen de alabanzas a un Presidente que disfruta los servilismos, auténticos o impostados. 
Morena se asemeja ya a los otros partidos que privilegian al sumiso y castigan al independiente. 

Ante la ausencia de autocrítica de quienes gobiernan, el ejercicio lo llevan a cabo medios de comunicación, universidades, organismos gremiales y organizaciones de la sociedad civil. Es un escrutinio plural, sistemático e implacable del poder que ejercen Morena y los demás partidos, convertidos en instituciones anquilosadas y obsesionadas con las prerrogativas y los cargos. 

La renovación de las instituciones requiere de una mirada crítica con un ojo a las cuestiones locales y otro a las globales. Un modelo universal es Hans Küng, el sacerdote y teólogo suizo-alemán fallecido la semana pasada. Tenía una mente privilegiada capaz de transformar las palabras en una prosa afilada con la cual destazaba falacias y acosaba a simuladores. 

En su obituario para el New York Times, Douglas Martin habla de “sus implacables retos a la jerarquía eclesiástica”. Küng “criticó las posturas de la iglesia sobre la liturgia, la infalibilidad papal, el control natal, el celibato eclesiástico, la ordenación de mujeres, la homosexualidad, el aborto, el significado del infierno y mucho más”. Para él, “servir a Jesucristo es lo que importaba, no servir a la iglesia que tomó su nombre”. Fue admirado por quienes querían renovar al Vaticano y denostado como la “mayor amenaza a la iglesia” y como “el Anticristo” por sus detractores. 

Es una virtud criticar al poder pensando en el interés general, sustentando lo dicho en hechos sólidos y dispuestos a reconocer los errores. Criticar es servir a México. 

@sergioaguayo
Colaboró 
Sergio Huesca Villeda
CRÓNICAS DE LA TRANSICIÓN
SERGIO AGUAYO