Crítica de la sinrazón pura de nuestras figuras públicas que han abusado de la discordia y la malevolencia

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Crítica de la sinrazón pura de nuestras figuras públicas que han abusado de la discordia y la malevolencia

El título invertido de una obra cumbre de la ética nos va a servir para recusar las sinrazones de nuestras figuras públicas que han abusado de la discordia y la malevolencia, agravando con ello el desastre que hoy nos amenaza y ante el cual bien podríamos decir que ya nos encontramos ante esa terrible consigna escrita con caracteres negros en el dintel de la puerta del infierno, la cual nos advierte de manera tenebrosa: “Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada… ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”.

Y a como están las cosas, tal parece que debemos abandonar toda esperanza de cambio para bien, todo anhelo de transición o, según el desaliento, de cualquier tipo de transformación.

Y es que aquí no hay tregua que dure más de 12 horas cada día. No hay consenso que prevalezca ante tanto encono, odio y rencor. Todos le atizamos al fuego del maligno y cada mañana amanece con la sevicia de los medios y las redes; en contra o a favor del Peje; injuriando o bendiciendo a los empresarios, con el ensañamiento constante de columnistas, locutores y editores, asimismo se percibe como signo escalofriante el ver cómo se ha puesto de moda el canibalismo. No hay modo de conciliar.

Y ante las críticas de AMLO, los empresarios han levantado a un muerto viviente, a un siniestro zombi de FeCal, al vitriólico Javier Lozano Alarcón, el que sólo servirá para concitar más rabia y furor; ¡y qué vengan otros males!, claman los agoreros del desastre, los que están felices de que las cosas vayan mal.

Y cierto es que en estos tiempos de infortunio hubiera sido muy feliz el emperador Calígula. Dice Cayo Suetonio Tranquilo, en su “Vida de los Doce Césares”, que Calígula se lamentaba de que no hubiese ocurrido en su reinado ninguna calamidad extrema. Mientras que el reinado de Augusto se distinguía por la derrota de Varo, y el de Tiberio por el derrumbe de Fidena, al suyo –decía– le amenazaba el olvido por tanta felicidad y por eso Calígula anhelaba sangrientas derrotas, hambrunas terribles, pestes mortíferas, vastos incendios o devastadores terremotos.

Lo peor de todo es que hoy, para documentar el pesimismo, ya no hay que recurrir a Cayo Suetonio, basta escuchar a Carlitos Marín, a Ciro Gómez Leyva o a López-Dóriga. Leer a la gente dolorida que ha perdido el bien de la humildad, el valor de la prudencia y el hábito de la generosidad.

Hay excepciones, como es el caso de Ernesto Zedillo que tiene grandes culpas, pero que vive casi en silencio. Vicente Fox, cómplice de las raterías de Martha y de sus entenados, también ha decidido callar. Enrique Peña Nieto hace mutis.

Sólo Felipe Calderón sigue terco con el látigo verbal, a pesar de ser cómplice de Zedillo en el Fobaproa y de su implicación en la saga criminal de Genaro García Luna. Perverso, como un Calígula, sigue anhelando la catástrofe.

Urge pues acallar la verborrea, contener el exabrupto, volver a la temperancia de la síntesis. Y además que ese ícono del contrapoder, como lo fue AMLO, ahora que detenta dicho poder, lo ejerza de manera comedida y sin insultos. En absoluto silencio, si acaso fuera posible.

Pero ¿quién es nadie para pedir un poco de humildad a tan grandes personajes? ¿En verdad habrá grandeza en ellos o seguirá la sinrazón?