Cristianismo posmoderno

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Cristianismo posmoderno

La justicia no existe, decía Platón en el libro “La República”, existen los hombres justos. No sé qué tan de acuerdo esté usted, pero es una buena analogía para referirse a como las sociedades son un reflejo de los individuos que las conforman.

Así como cada época ha presentado su formato de “ser humano”, así este tiempo tiene su propio estereotipo. La sociedad, siguiendo el pensamiento platónico, no es violenta, existen seres humanos violentos. La sociedad no es hedonista, pragmática y consumista; existen personas con esas características.

El pansexualismo, el relativismo moral, el nihilismo, el individualismo, el interés personal, el divorcio entre lo que se dice y lo que se hace, los sincretismos que nos confunden y el pensamiento mercantilista del ser humano son características de la sociedad posmoderna. Por eso, aquello de que la sociedad es corrupta, violenta, desigual e insegura sólo se entiende cuando decimos que dicha sociedad está conformada por seres humanos con todas esas linduras.

Y ya enmarcados por la celebración de estos “días santos” convendría preguntarnos: ¿cómo conciliar las prácticas de la posmodernidad con los valores cristianos a los que ahora toca “su turno aparecer” en esta sociedad del snob en la que vivimos? Irreconciliable el pensamiento de Jesús de Nazareth con la parafernalia recomendada por los mismos que patrocinan las instituciones que se dicen poseedoras del copyright divino. ¿Cómo hacerlo si a quienes les corresponde lo han reducido todo a estereotipos, costumbres y formatos predeterminados, circulares y tediosos que dicen y enganchan tan poco? Menuda tarea.

Lo digo porque la persona de Jesús es diametralmente opuesta a la persona posmoderna. Vivir el ayuno, la oración, la abstinencia, el alto umbral ante el dolor, la resistencia ante la tentación de poder, fama, prestigio y riqueza; la conmiseración ante el otro, la fidelidad a los amigos, la confianza a pesar de la traición; la coherencia, la autenticidad y la fidelidad a su papel histórico; la austeridad, la renuncia a los bienes temporales, el apego irrestricto a la verdad, la rectitud, la autenticidad, la integridad y el compromiso con el bien y la justicia, la lealtad al proyecto del Padre son alternativas con poca viabilidad en los tiempos del mercado. No son rentables ni generan utilidad, no son parte de la cultura del éxito.

Porque la conexión sináptica de la Semana Santa tiene que ver más con centrales de autobuses repletas, vuelos saturados, destinos turísticos atiborrados, restaurantes visitados y las clásicas películas de “La Biblia”, Noe, “Los Diez Mandamientos”, “La vida de Jesús”, “La pasión de Cristo”, entre otras. Sin faltar los mensajes de vida eterna de algunos clérigos con sus diez minutos de gloria, los clásicos mensajes del Papa, en fin, toda la parafernalia que trae consigo la Semana Santa. Para fines prácticos… lo mismo del año pasado. ¿Cristianismo posmoderno?

Aquí la disyuntiva, ¿conversión o autoilusión?, ¿oración o recreación?, ¿reflexión o dispersión?, ¿ayuno o suculentas comidas cuaresmales?, ¿resistencia ante las tentaciones o utilitarismo puro?, ¿convicción o tergiversación?, ¿cultura cristiana o cultura capitalista?, ¿zona de confort o exigencia?, ¿vida o muerte?

Pareciera que hoy, en esta columna, se trata de promover la doctrina puritana, cátara o albigense, pero no es así. No es un tema de blanco o negro o de maniqueísmo recalcitrante. Es una invitación a buscar un punto de equilibrio ante una sociedad que aún sigue altamente normada por lo religioso –tanto que muchos sin serlo se aprovechan de estos días– y que con una visión sesgada y particular han olvidado que lo que se cree y lo que se vive no pueden ir paralelos, sino que deben de tener un punto de intersección.

A muchos que lideran esta sociedad les viene bien el apoltronamiento, pero lo que pasó en Jerusalén por el año 33, no puede permanecer en el área de los recuerdos, sino en la de los compromisos. Actuar así ha traído como resultado la sociedad posmoderna en la que vivimos, de la que somos parte y de la que hemos internalizado y exteriorizado sus prácticas.

La fiesta y la parafernalia, signos evidentes de la falta de compromiso que nos caracteriza como mexicanos y que le dan forma a la Semana Santa, deben ser matizadas con la cultura de responsabilidad, porque este próximo lunes volveremos a la cruda realidad donde nos espera la pandemia, la naturaleza diezmada, las elecciones en puerta y una estructura social polarizada que requiere de actitudes cristianas, como las que mencionamos, para poder salir adelante.

La respuesta ante la pregunta de cómo conciliar la época en la que vivimos con la herencia cultural y religiosa que por estos días celebramos, se encuentra en asumir un estilo de vida que sea coherente entre lo que creemos y lo que vivimos; lo demás, es lo de menos. Felices Pascuas de resurrección.

fjesusb@tec.mx