Crepúsculo que borra estatuas

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Crepúsculo que borra estatuas

El título de esta columna es una paráfrasis de una frase del “Poema 1”0 de Pablo Neruda, que se acomoda al sentido que se pretende dar al texto y que es la noche oscura que se aproxima para un régimen que se extingue “hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”, o quitando homenajes en bronce, como acaba de suceder con las placas del expresidente Gustavo Díaz Ordaz que fueron removidas del Metro de la Ciudad de México, por ser el autor de la represión estudiantil en Tlatelolco.

Y se habían tardado en borrar del subterráneo el nombre del asesino, un asunto que debería llegar a la superficie nacional y alcanzar hasta esa ciudad llamada “Gustavo Díaz Ordaz”, en Tamaulipas, nombrada así desde 1968, año de la masacre.

Y nunca nos pareció justo que el nombre de un represor estuviera presente con grandes letras de bronce en un lugar por donde diariamente pasan miles de estudiantes, muchos de ellos hijos del pueblo, como los que fueron asesinados a mansalva en la Plaza de las Tres Culturas.

Y es que en esa plaza, Díaz Ordaz dio cumplimiento a una frase que había ordenado inscribir en los muros de Puebla en su época de secretario de Gobierno y, como tal, había militarizado a toda la burocracia estatal como una falange que coreaba esa frase fascista: “Por los hijos la vida; por la patria los hijos”. Y por su muy personal concepto de “patria” es que ordenó asesinar a los hijos de muchos mexicanos.

El hecho de quitar las placas de Díaz Ordaz de un espacio público es el inicio de una labor iconoclasta que debe continuar borrando los homenajes inmerecidos de la peor canalla política de este país que, después de robar, asesinar y traicionar al pueblo, aún se han atrevido a develar sus propios homenajes como lo hicieron López de Santa Anna con su estatua en la Plaza del Volador, Miguel Alemán en Ciudad Universitaria o Joaquín Gamboa Pascoe, que descubrió su monumental efigie en la CTM.

Una megalomanía si comparamos las estatuas inmensas de estos corruptos con las modestas efigies de los héroes liberales en el Paseo de la Reforma, a pesar de la grandeza de dichos personajes.

Y así como el presidente Alemán develó su estatua en la UNAM, otros pillos también develaron una gran placa de bronce con sus nombres en el campus Arteaga de la UAdeC: el gobernador Jorge Torres López y el rector Mario Alberto Ochoa Rivera, que enterraron una cápsula del tiempo para que los arqueólogos del futuro, al hacer sus excavaciones, se topen de manos a boca con sus nombres sempiternos y de otros insignes personajes que participaron en la inauguración: Pancho Tobías, Goyo Pérez Mata, Ramón Oceguera, Víctor Zamora, “La Chiripa”, Chuy Ochoa Galindo y el inefable “Rascatripas”. Todos ellos arañando la posteridad.

Asimismo, en el Museo de Palacio siguen expuestos al loor perenne de las multitudes los últimos timoneles de Coahuila así como sus objetos personales: corbatas, cachuchas, chamarras, lentes y sólo faltó el enorme vibrador que usaba, dizque para aliviar las migrañas, ya saben quien.

Y mientras tanto, nosotros seguimos indiferentes y sin tener una pizca de vergüenza por tal aberración.