Cráneo de neón, radiola

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Cráneo de neón, radiola

Cráneo de neón, radiola

No regresó a la cantina

esa güera de más antes,

con el pelo oxigenado

y las carnes rozagantes.

 

No averigüé el domicilio,

ni siquiera la colonia,

puesto que en la discreción

el varón se testimonia.

 

Y por no hacer compromiso,

pues a veces la ocasión

es más rotunda y completa

sin una interrogación.

 

Ella puso en la radiola

la mitad de las monedas

que le daba; con las otras

se compró joyas y sedas.

 

Cómo prosperó la música

en esa noche de viernes;

algo se abría en el aire

como una flor en ciernes.

 

Quizá más ebria que yo,

si tal pudiera decirse,

bailaba sola a mi vera

sin mostrar deseos de irse.

 

Al final no se fue nunca;

durante varias semanas

sonrieron en mi memoria

sus pupilas casquivanas.

 

Ondulaban todavía

en mi mano sus caderas,

fantasma del mediodía

que sombreaba las aceras.

 

En su rostro no afloraba

la traza de alguna historia,

cual si no hubiese pasado

ni porvenir en su boca.

 

Vive su mejor edad,

entre los treinta y cuarenta;

el ímpetu voluptuoso

de su porte se le asienta.

 

Me la encontré esta mañana

con su ropa más lucida:

no la imaginé tan tierna,

nunca la viera más lúcida.

 

En sus ojos color miel

se concentraba la luz;

iba a sonreírme, acaso

cuando llegó el autobús.

 

La conservo en la memoria

como una estrella fugaz,

que no me cumplió el deseo

de caer con ella aún más.

 

Escombros de la cantina,

regreso de cuando en cuando;

cráneo de neón, radiola:

ya no me sigas mirando.