Costumbres… de las históricas

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Costumbres… de las históricas

Disertábamos hace unos días sobre ese mito oficialista llamado La Revolución Mexicana, tan artificial y artificioso como la Navidad, con la que por cierto comparte, además de la recta final del calendario anual, la guacamolera paleta de colores.

No deja de ser un proceso curioso cómo a una guerra intestina (con todos sus excesos y todos sus horrores) se le da lustre con el pulidor oficial hasta que alcanza la reluciente categoría de gesta heroica y de allí, su ingreso al Panteón de los Próceres es sólo mero trámite.

Convertidos los protagonistas de aquel conflicto en mártires impolutos, es el siguiente paso proclamarse heredero universal de los principios y valores de aquello “héroes libertadores”. Es la invención de una marca y su consecuente apropiación: La Revolución Mexicana (Todos los Derechos Reservados).

Son los dueños de dicha marca quienes, en nombre de la misma, llevan ya casi un siglo sin soltar el timón de este País al que no terminan de hundir nomás porque se están esforzando con todo por estrellarlo contra los arrecifes.

Ese es el PRI. Su licencia para cometer toda suerte de barbaridades, desde el robo hasta el genocidio, se la inventaron ellos mismos.

Pueden violentar todos y cada uno de nuestros derechos, en bola o en orden alfabético;  pueden disponer de nuestro patrimonio y vida, al fin y al cabo son La Revolución (institucionalizada, claro), trabajando por los pobres, los desprotegidos, los desamparados, los que menos tienen y en suma, por todos aquellos a quienes aun no les hace justicia.

Y es cierto, La Revolución se ha empeñado en que cada uno de los mexicanos viva un sueño de riqueza, abundancia, desarrollo y plenitud. Sólo que lo está haciendo a razón de dos o tres nuevos ricos cada año y pues, se va a tardar un rato todavía para que le toque a usted, pero sea paciente, llegará.

Lo anterior explica por qué el régimen del PRI (y sus distribuidores locales) son una mentira: Pues porque están fundados en un mayúsculo embuste (aquella Revolución idealizada y romántica). Explica también la vocación del Tricolor por la demagogia y el engaño, así como su constante y permanente preocupación por mantener renovado su repertorio de patrañas.

Motivó estas reflexiones la semana pasada el inicio del tan revolucionario mes de noviembre.

En esos días y, en estricta observancia de otra de “nuestras” costumbres, la del Día de Muertos, nuestro Congreso Local, decidió honrar a uno de sus más fieles (ahora sí, literal) difuntos con la ofrenda tradicional que constituye el altar de muertos.

La invitación se realizó de manera formal en nombre de la 60 Legislatura del Congreso del Estado, para que los buenos vasallos acudiéramos a la sede legislativa (como si hubiera estacionamiento para todos los ciudadanos y no sólo para esos zánganos diputadetes). ¿El motivo? La ofrenda póstuma en honor al finado Horacio del Bosque.

Horacio del Bosque Dávila, para los olvidadizos, fue Secretario de Desarrollo Social, Secretario de Gobierno y diputado local por la vía plurinominal en Coahuila. Hizo además en Nuevo León una carrera similar, tanto en el Gabinete Estatal como en el Congreso del vecino Estado.

Otro cargo relevante de “Lacho”, como le llamaba la prensa (y sus amigos cercanos, supongo), fue el de Presidente del CDE del PRI nuevoleonés. Fue allí donde dio la nota más relevante de su carrera política cuando, tras descubrirse un millonario desvío de recursos del Gobierno Estatal hacia el partido de sus querencias (el PRI), no sólo lo admitió sin empachos, sino que lo justificó como una “costumbre histórica”.

Y con esos antecedentes fue traído al servicio público coahuilense, donde brilló a no dudar por su lealtad al Partido, al Gobernador en turno y a las prebendas del “servicio” público. Nada destacable, de no ser por el escándalo de corrupción que le persiguió durante toda su carrera.

Falleció de manera trágica, pero por lo visto cultivó los afectos de toda la ralea política comarcana que hace días decidió recordarle con un altar tradicional, lo que nada tendría de notable si no fuera porque es a título de una institución pública (el Congreso, no se ría) y porque, lejos de ser inmaculada, fue la carrera de Horacio del Bosque una llena de señalamientos y aspectos cuestionables.

Ello poco importa a sus correligionarios y sucesores en el Congreso del Estado, porque de hecho las trayectorias turbias no son la excepción sino la norma.

Lo cierto es que si fuera el deseo del priísmo recordar a su querido amigo y colega al interior de su fraternidad, ni qué decir; pero que desde una institución pública se pretenda ir labrándole una memoria para honrar… Yo me pronuncio siempre por remitirnos a sus antecedentes.

Así se trate de un sencillo altar de muertos, si lo colocaran en las oficinas del PRI nada tendría que objetar.  Pero ponerlo en la sede del Poder Legislativo, quizás sea su prerrogativa, aunque es mi derecho ciudadano el impugnarlo.

El PRI se finca en la mentira, así está erigido desde sus bases y así lo hace por sistema, es su uso y también su costumbre. Como costumbre es honrar a nuestros muertos en los altares a principios de noviembre y, como el propio Horacio del Bosque dijo sobre el desvío de recursos públicos hacia las arcas del Revolucionario Institucional, también es una costumbre… histórica.

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