Cosas que aprendí en mis vacaciones

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Cosas que aprendí en mis vacaciones

Mi visita a la emblemática y celebérrima “Estuata” de la Libertad (La Libertad Iluminando al Mundo) me aportó por supuesto, además de la extática experiencia que constituye la mera contemplación del monumento, un par de datos que considero interesantes.

Cualquiera que no haya hecho la secundaria en alguna cantina del centro sabe que la escultura es de un tal Auguste Bartholdi, que fue un regalo de los franchutes para los gringos y que se encuentra en una isla frente a Manhattan en Nueva York.

Lo que yo no sabía es que las placas de cobre que conforman esta mega escultura fueron moldeadas a base de golpes de martillo, técnica con la que se hacen relieves ornamentales en metales maleables conocida en francés como “repoussé” o “repoussage”.

Es decir, la famosísima Estatua de la Libertad es, ni más ni menos, una figurita de repujado, nomás que de 31 toneladas (eso sin contar la estructura interna).

Así que en lo subsecuente, y por mucho que me cause gracia el nombre de este método para la elaboración de relieves del Sagrado Corazón de Jesús, me abstendré de hacer chistes sobre las señoras que toman e imparten cursos sobre esta destreza. Por lo que a partir de hoy y en adelante me habré de referir siempre con profundo respeto y renovada deferencia al arte del repujado (aunque ojalá sí le puedan cambiar el nombre por algo menos estreñido).

Como ya decíamos, los galos obsequiaron el monumento de La Libertad a los yanquis con motivo del Centenario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Bastante inusual tratándose de dos naciones que siempre se han caído medio gacho (unas flores y una tarjeta de Garfield habrían bastado).

Pero sucede que la intención real de este obsequio, que conmemora la emancipación de Norteamérica y su nacimiento democrático, era darle una cachetada con guante blanco al tirano que por entonces regía Francia y que (valiéndole puritito baguette la Revolución Francesa) ya se había erigido a sí mismo Emperador.

Hablamos de Napoleón III (“Y era un pajarillo, de blancas alas”), de la Casa de los Bonaparte,  dinastía  que hizo escuela en aquello que los políticos aztecas han hecho doctorado: entrar al gobierno por la puerta republicana y luego saludar a la plebe desde el balcón de la realeza.

El caso es que la idea del celebrar, con una obra escultórica colosal (nunca mejor dicho, ya que la primera inspiración de Bartholdi fue el mítico Coloso de Rodas), los ideales de libertad y lucha contra la opresión no eran sino meras ganas de fastidiar y poner en evidencia a su Napoleoncete en turno, que ya para esos años se eternizaba en su imperial trono.

Fue un político de nombre Édouard Laboulaye, opositor al régimen de don Napoléon III, el de la iniciativa de la Estatua. Y más tardó en comentárselo a su amigo el escultor que éste en ponerse a trabajar en los bocetos.  

Lo malo fue que se trataba de un proyecto tan costoso y tecnológicamente tan innovador que para cuando pudo materializarse, el tirano al que iba dirigida la pedrada, Napoleón III, ya tenía varios años de haber sido derrocado y sepultado.

Escribo este texto el 28 de octubre, y apenas me percato de que tal es la fecha de inauguración del monumento, en el año de 1886, cuando por fin, el Gobierno Estadounidense reunió los fondos y pudo terminar de construir el pedestal y acondicionar la isla que se escogió para depositar aquella magna ofrenda. (Tampoco era cosa de recibirla con un “¡Ay qué bonita les quedó! Vamos a ponerla aquí junto a estas flores”. Y luego que el Gobierno de Francia fuera a ver la estatua en algún parque de otra Nación, nomás con una inscripción y dedicatoria distintas. ¡Roperazo diplomático!).

Lo que pueda decir sobre La Libertad Iluminando al Mundo es poco y ninguna justicia le haría, como tampoco las frías estadísticas sobre sus proporciones.

Baste decir que es uno de los símbolos más reconocibles no sólo del mundo, sino de la historia de la humanidad, gracias en parte a que nació de la mano de la fotografía y del cine, así que es una de las efigies más reproducidas de todos los tiempos, lo cual, tratándose de un símbolo de un ideal tan puro y deseable como la Libertad, no está nada mal.

Mi reflexión es bien simple: a veces para hacer algo positivo, notable y trascendental tan buenas son las ganas de hacer el bien como el puro gusto de joder un rato al tirano.


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