Cosas del sarape de Saltillo

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Cosas del sarape de Saltillo

Mi amiga Cathie Hinshaw conserva en los respaldos de los sillones de su sala de estar, en su casa de Mijas, Andalucía, en España, los sarapes de Saltillo que sus padres adquirieron cuando vivieron en la ciudad, hace más de 60 años. Su padre, de origen estadounidense, y su madre, francesa, se establecieron en la ciudad en los años cincuenta. El señor Hinshaw vino a trabajar aquí en la empresa International Harvester en los primeros tiempos de esa antigua fábrica de implementos agrícolas convertida después en la John Deere, ubicada entonces en el mismo sitio que ésta ocupa: Hidalgo y Valdés Sánchez. Años después, la familia emigró a Francia. Cathie, hija única del matrimonio, se casó con el español Luis Tomé y se establecieron en ese país.

Esa es, en muy pocas palabras, la historia de Cathie, pero también es la historia de sus sarapes, fabricados hace mucho más de medio siglo en Saltillo. Allá están, en la casa de Mijas, y probablemente, sigan recorriendo camino y dejando huella tras de sí, igual que la familia Hinshaw.

La historia del sarape incluye su amplia diversidad geográfica. Su uso se extendía desde Nuevo México hasta Guatemala. Generalmente fabricado en lana y de tejido sumamente apretado, el sarape se usó durante varios siglos y servía como cobija o frazada para protegerse del frío. Los que tenían la abertura al frente para meter la cabeza, se usaban como capa o capote de monte. Cuando escaseó la lana, también se tejían en algodón, y de ambos materiales, se les daba uso como colchas o sobrecamas; carpetas para cubrir el piano, la mesa del comedor y mesitas auxiliares, o se les extendía en el respaldo de los sillones principales de la sala en las casas.

Los sarapes se fabricaban en diversas ciudades de México, pero los fabricados en Saltillo, de vistosas y coloridas franjas horizontales, eran reconocidos en todo el país por su belleza, calidad y finura extraordinarias. La presencia de artistas tlaxcaltecas en los inicios de su fabricación les dio el sustento técnico para su elaboración, y seguramente, los pobladores de la región contribuyeron también en la aportación de los elementos prehispánicos, como los diamantes aserrados y el ojo central, llamado tenichco, que aparece en sus diseños. También incorporó influencias españolas y, posteriormente, francesas, filipinas, hindúes y persas por las mercancías que se comerciaban en las ferias de Saltillo, Guadalajara y Jalapa.

Durante la Colonia, los jinetes, rancheros y hacendados llevaban siempre un sarape en su montura y lo usaban como capote contra el frío o la lluvia; formaba parte del vestuario tradicional del charro, y durante las luchas independentistas fue adoptado en la indumentaria nacional para distinguirse de los españoles y fue símbolo de alianza y unidad de los mexicanos. No obstante que los dibujantes y litógrafos de la época registraron minuciosamente el amplio uso de la prenda en todo el país, una vez consumada la Independencia fue cayendo en desuso. Hoy existen unos cuantos telares de madera en los que trabajan los contados artesanos que saben hacer el sarape de Saltillo.

En un esfuerzo por evitar la extinción del sarape de Saltillo, el gobierno estatal adquirió hace años la antigua fábrica La Favorita, en el barrio Águila de Oro, y estableció la Escuela del Sarape, y con estudios reconocidos oficialmente, se enseñan las técnicas de fabricación de esa antigua prenda artesanal. Sin embargo, las formas de vida moderna conspiran en contra de su permanencia: las fibras sintéticas, que facilitan la elaboración y el cuidado práctico de las prendas; la extinción de las grandes haciendas ganaderas que producían la lana; la carencia de las tinturas vegetales para teñir los hilos, desplazadas por anilinas químicas y ácidos para fijar los colores. Hasta el ferrocarril, la construcción de carreteras y la industria de automóviles conspiraron en contra del sarape al eliminar el uso de caballos, mulas y asnos como medios de transporte.