Cosas del gran Indio. (Fernández, no Juárez)

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Cosas del gran Indio. (Fernández, no Juárez)

Emilio “El Indio” Fernández, era tierno y temible al mismo tiempo. Se le salían las lágrimas a la vista de un niño tarahumara, pero podía matar a la menor provocación. Por eso, por matar, sufrió pena de cárcel.

Era hombre hosco. Yo soy testigo de ello. Una vez, en el Louvre de París, reconocí su figura inconfundible. Consideré la cosa más natural del mundo ir a saludarlo.

–¿Cómo está usted, señor Fernández? –le pregunté con afabilidad–. Me da mucho gusto verlo; soy mexicano, y coahuilense como usted.

–Buenos días –me respondió con sequedad. Se dio la media vuelta y se alejó. Ni siquiera me molesté por eso: ya había oído hablar de su talante.

Relataré una anécdota del “Indio” muy poco conocida. Allá por los años 50 del pasado siglo se hallaba en Buenos Aires, en un festival cinematográfico. Hubo una cena. “El Indio” comió poco y bebió mucho. A medio ágape ya estaba competentemente ebrio. En ese estado empezó a vociferar contra el cine argentino, al que calificó de imbécil. Se puso en pie y gritó:

–¡Y al que no esté de acuerdo conmigo se lo va a llevar la chingada!

Y así diciendo sacó su inseparable pistola, que había introducido en Argentina alegando que era parte del atuendo charro que vestiría en el festival.

Hubo desmayos de señoras y prudente alejamiento de caballeros.

Al día siguiente el jefe de la delegación mexicana habló con “El Indio”, y muy cautelosamente, en términos comedidos, le contó lo que había sucedido. “El Indio” le dijo que no recordaba nada: de seguro los argentinos habían bebido demasiado. El funcionario sugirió que era muy conveniente ofrecer una cena de desagravio a los anfitriones. ¿Tenía el señor Fernández algún inconveniente en que eso se hiciera?

El señor Fernández no sólo no tenía ningún inconveniente: él mismo haría acto de presencia en la cena y ofrecería una disculpa a los ofendidos.

Se llevó a cabo el convivio, en efecto, y mucha gente asistió a él por la curiosidad de oír lo que diría el mexicano para disculparse. Pero otra vez “El Indio”, ante el azoro y la inquietud del jefe de la delegación, empezó a copear copiosamente. Cuando le llegó el turno de hablar se paró y dijo:

–Señoras y señores: en la ocasión pasada el espíritu del vino me obnubiló el cerebro, y dije cosas que no debí decir.

Al escuchar aquello el jefe de la delegación empezó a tranquilizarse. La cosa iba muy bien.

–Según me contaron –siguió “El Indio” – dije que el cine argentino vale madre, lo mismo que este país, y creo que llamé imbéciles a todos los presentes. Y ahí estaban ustedes, ¿no es así?

Se oyeron contestaciones de los asistentes, que esperaban ya la disculpa:

–Es cierto... Así es... Sí...

Clamó entonces “El Indio” elevando su ronca, áspera voz:

–¿Y entre todos no hubo ni uno que fuera lo suficientemente hombre para levantarse y partirme el hocico? ¡Pues a más de imbéciles son ustedes cobardes, rajones e hijos de la chingada!

Y otra vez sacó la pistola, y hubo otra vez desmayos de señoras y prudente alejamiento de caballeros.

Esta anécdota la contaba con mucha sabrosura el gran compositor Álvaro Carrillo, que estuvo presente en esas dos grandes actuaciones de Emilio “El Indio” Fernández.