Conviene flexibilizar el debate político

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Conviene flexibilizar el debate político

El debate entre los dirigentes nacionales del PAN, PRI y PRD celebrado el pasado lunes 3 de octubre fue un sano ejercicio democrático. La organización estuvo a cargo de Noticieros Televisa y se transmitió en el programa Despierta conducido por Carlos Loret de Mola. La lista original de convocados incluía a la cuatro fuerzas políticas con mayor votación en el País, pero el dirigente nacional del partido Morena, Andrés Manuel López Obrador, declinó la invitación.

Durante un espacio de 50 minutos, aproximadamente, Ricardo Anaya (PAN), Enrique Ochoa (PRI) y Alejandra Barrales (PRD) abordaron temas complicados y espinosos que ellos mismos fueron metiendo en la discusión. El formato del debate incluía tres grandes segmentos: diagnóstico del País, combate a la corrupción y seguridad. Pero dentro de este amplio marco los participantes tuvieron la libertad de abordar asuntos específicos de acuerdo con sus propias estrategias para incidir en la opinión de la audiencia.

Ricardo Anaya arrancó con una crítica dura a López Obrador por negarse a participar en el debate y presentó un diagnóstico negativo del País, sobre el cual fundamentó la necesidad de un cambio en las elecciones de 2018. Enrique Ochoa defendió el trabajo del gobierno del presidente Peña Nieto y criticó a las administraciones panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón. Alejandra Barrales hizo un diagnóstico aún más negativo de la situación nacional y armó el caso a favor de una tercera alternativa de Gobierno que no ha sido probada en México. En general, los tres participantes tuvieron su dosis de ataque, defensa y contraataque. Cada uno dio razones a sus simpatizantes para declararlos ganadores.

La moderación del debate, que estuvo a cargo de Carlos Loret de Mola, hizo un buen trabajo a favor de la audiencia. Manejó con equilibrio los tiempos y dio la oportunidad a los participantes de responder a los ataques. Casi no hubo interrupciones, como las que vimos en el primer debate presidencial de Estados Unidos que fueron 55 en total, todas de Donald Trump a Hillary Clinton. Ocasionalmente se escuchó en el fondo alguna exclamación, particularmente de Anaya cuando intervenía Ochoa, pero sin llegar a detener su exposición. En general, la discusión fluyó. En mi opinión, el debate tuvo un buen ritmo y los 50 minutos que duró pasaron rápidamente.

A pesar de todo ello, al final el debate me dejó una sensación de ausencia de propósito. Parecía un debate entre candidatos, pero no estamos en campaña. No hay elecciones hasta el próximo año, salvo algunos comicios locales extraordinarios en aquellos casos en los que el Tribunal Electoral anuló las votaciones y ordenó reponer los procesos. Fue como una especie de ensayo de lo que podría ser un debate entre candidatos, con un formato más flexible y un número más reducido de participantes de los que suele haber en los organizados por las autoridades electorales. Quizá hubiera sido más útil concentrar el debate mismo en alguno de los temas que se tocaron sólo superficialmente: ¿qué hacer ante el repunte de la violencia en los últimos meses? o ¿qué sigue en materia de combate a la corrupción?

Pero como ensayo, el debate deja lecciones y las autoridades electorales deben tomar nota. La primera es la importancia de mantener este tipo programas en los medios de comunicación, de forma regular. Sería un grave error reducir la presencia de la política en radio y TV a spots de 30 segundos administrados por el INE. Segundo, los debates deben organizarse pensando en la audiencia, no sólo en los candidatos y partidos. Para que resulten entretenidos y divulguen información relevante se requieren formatos flexibles y una moderación activa, que actúe como fiscal de la audiencia. Y finalmente, cuando el número de participantes es excesivo, en vez de debate lo que resulta es una pluralidad de monólogos con ocasionales intercambios entre los verdaderos protagonistas de la contienda.