Contra-González

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Contra-González

Misión cumplida, por lo menos esta semana. Luego de años de opresión, el grupo de lectores anónimos autodenominados “Contra-González” hemos perdido la paciencia.  Estamos cansados de las columnas de González de León en VANGUARDIA.  Lleva años escribiéndola. El columnista pretende saber de lo que habla. En realidad, es un impostor. 

Por eso hemos organizado esta sublevación. Esta columna es nuestra, no de él, aunque su nombre aparezca al lado del título. 

Hemos escrito cerca de cuatrocientas cartas al editor, pero rara vez son publicadas, como si lo que dice González no fuera cuestionado.

Es hora de anunciar a los cuatro vientos que sus lectores no somos un manojo de idiotas

¿Acaso sus editores le sugieren algún tema para su columna? No estaría mal que lo hubieran hecho de vez en cuando, aunque ahora es demasiado tarde. Leerlo cada siete días es una pérdida de tiempo.

¿De qué escribe González regularmente? De abortos, embarazo adolescente, abuso sexual, suicidios. Se afana en meterse con los derechos y se obsesiona con la sexualidad ajena.

Pretende imponer sus juicios morales, o sea los religiosos. ¿Por qué mete a Dios en sus columnas? ¿A quién le interesan esos temas? A nadie. ¿No es obligación de un comentarista discutir temas de actualidad?

En una de sus últimas columnas, González calificó a la pornografía como un problema de adicción en la ciudadanía. ¡Qué absurdo!

En otra propone remedios para la corrupción ¡Por favor! Y cuando González se atreve a hablar de asuntos urgentes —como la literatura, las bibliotecas y la feria del libro— se esconde siempre detrás de malabarismos lingüísticos, que ni se le entienden.

Nosotros los lectores anónimos demandamos sencillez. Los seudo-intelectuales como González nos perjudican a todos. En vez de decir las cosas como son, las confunden, las pervierten. 

La gota que derramó el vaso fue su columna “Adopciones gay”. En ese artículo daba la impresión de dar su opinión con base en fuentes documentales. En realidad, demostró ser homofóbico, incitar a la violencia y la discriminación. Por ese motivo logramos que lo demandaran, lo cual nos alegró bastante.

Pienso... Este verbo es típico de González. De hecho, ahora que los miembros de Contra-González releemos este manifiesto, nos percatamos de que él nos fuerza a hablar a su manera. Es decir, el impostor se hace pasar por nosotros. O nosotros por el impostor. 

¡Ya basta! Hemos asumido las riendas. En el espíritu de las revoluciones, los miembros de “Contra-González” declaramos liberado este espacio público. El consejo editorial del periódico y el censor interno de González, han accedido a nuestra demanda de silenciarlo, al menos en esta ocasión. Esperamos que el cambio no sea temporal sino duradero.

Habrá a quien les parezca insignificante nuestra demanda, interrumpir una columna con extensión de cuarenta líneas en apariencia no cambiará nada.  Pero hay que empezar en algún lugar. Quizás luego de silenciar a González podamos hacerles lo mismo a otros columnistas, digamos a Enrique Abasolo, a Luferni y a Carlos Manuel Valdés.

Queremos advertirle al público que si González vuelve a hacer de las suyas en siete días, el grupo Contra-González no habrá sido derrotado. 

Llegará el momento en que nuestra subversión logre su cometido. Pensamos seguir nuestra lucha de manera secreta. Pensamos… así habla González, como si estuviera dictando, ¡Ay, no!